Las obras de misericordia (2): dar de comer al hambriento

niño africano hambriento pide comida

Cómo despertar ante un drama que no es “normal” y que afecta a personas

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LUIS ANTONIO PRECIADO SÁEZ DE OCÁRIZ, director del Secretariado Social Diocesano de Vitoria | El pasado 8 de diciembre de 2015 se abrió el Año Jubilar de la Misericordia. Ese día se abrió la Puerta Santa, la Puerta de la Misericordia. Con ello se nos invita a reflexionar y realizar las obras de misericordia corporales y espirituales. El papa Francisco, en la bula de convocación del Jubileo Extraordinario, nos dice “será un modo para despertar nuestra conciencia, muchas veces aletargada ante el drama de la pobreza, y para entrar todavía más en el corazón del Evangelio” (Misericordiae vultus, 15). “Dar de comer al hambriento” es, como sabemos, una de las obras de misericordia corporales.

En la presentación precedente se han apuntado ya unas palabras clave. Se habla de “invitación”, que la podemos acoger o rechazar. Invitación a abrir nuestros corazones, a dejarnos interrogar. Una invitación muy oportuna, porque estamos acostumbrados a vivir y convivir con el hambre de muchas personas. Quizás estemos demasiado habituados y quizás también hay muchas, demasiadas, personas que hoy, en pleno siglo XXI, sufren este drama.portada Pliego VN Obras de misericordia dar de comer al hambriento 2977 febrero 2016

La predisposición se hace necesaria porque desde pequeños “sabemos” cuáles son las obras de misericordia. “Sabemos” que existe este dramático problema en muchos lugares del mundo. “Sabemos”…, pero ahora se trata de “despertar”. No tanto de saber, sino de “despertar”, como nos invita el papa Francisco.

El hambre ha estado con nosotros mucho tiempo. Lo ratifican las vivencias de nuestros mayores, que, unas veces por las miserias cotidianas de la vida y otras por circunstancias coyunturales (la Guerra Civil y la postguerra, por ejemplo), recuerdan aquellos oscuros tiempos tantas veces vividos y relatados, y tildados de “tiempos de hambre”.

El hambre también está entre nosotros. Unas veces de manera sorpresiva e interrogativa. Debemos recordar las noticias que surgen a nuestro alrededor a raíz de la crisis económico-financiera actual, hablando de la “necesidad de los comedores escolares en tiempo vacacional”; en las “carencias familiares de muchos convecinos para llegar a final de mes”, etc. Otras porque nos llegan noticias de situaciones de hambre en muchos países del mundo por medio de campañas, organizaciones, misioneros, etc.

Un cúmulo de injusticias

El hambre ha estado y está entre nosotros de forma solapada, casi oculta. Está tan metido en nuestro vivir que no lo consideramos una injusticia, sino “normal”. Y esta es la primera ruptura que necesitamos hacer para introducirnos en la tragedia de las personas que pasan hambre. No es normal dicha situación. Obedece a injusticias. Por lo menos, debemos partir de aquí para observar, reflexionar y actuar.

Nos ponemos delante de un drama humano que nos invita a ir más allá del saber. Un drama humano tanto de quienes padecen el hambre como de nosotros, quienes no lo sufrimos en sus consecuencias extremas. Es un drama de la humanidad.

Un drama humano porque el hambre no existe fuera de las personas que lo sufren. Son las personas quienes lo sufren. Por eso, aunque hablemos del hambre, este no es el objetivo de la reflexión, sino las personas que sufren y mueren por esta situación. La persona es el centro de nuestra misericordia o de nuestro olvido. La persona también es el objeto de nuestro actuar, o de nuestra despreocupación.

Para empatizar con estas personas necesitamos una predisposición. Nos ponemos frente al dolor y sufrimiento. La primera actitud es y debe ser la de pararnos.

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