Francisco en México: un papa sin pelos en la lengua

papa Francisco se encuentra con los obispos de México en la Catedral Metropolitana de Ciudad de México 13 febrero 2016

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El sorprendente consejo del Papa a los obispos mexicanos: “Si tienen que pelearse, peléense, pero díganse las cosas a la cara como hombres”

ANTONIO PELAYO, enviado especial, CIUDAD DE MÉXICO |Sobre México voy a hablar claro, voy a decir todo lo que me venga en boca, si Dios me lo permite”. Francisco es hombre de palabra, y vaya si lo ha hecho. Desde el primer día de su estancia en México no ha tenido pelos en la lengua, pero ha dicho lo que tenía que decir con ese estilo suyo tan personal. Tanto a las autoridades como a los obispos.

Habitualmente, el primer discurso que los papas pronuncian en sus viajes internacionales da las claves del mensaje que quiere transmitir. Se esperaba, por eso, que en el Palacio Nacional ante el presidente Enrique Peña Prieto, su gobierno, autoridades de la nación y Cuerpo Diplomático pronunciara un discurso “comprometido”.

Lo hizo, pero solo en parte. En el párrafo en el que afirmó que “cada vez que buscamos el camino del privilegio o beneficio de unos pocos en detrimento del bien de todos, tarde o temprano, la vida en sociedad se vuelve un terreno fértil para la corrupción, el narcotráfico, la exclusión de las culturas diferentes, la violencia e incluso el tráfico de personas, el secuestro y la muerte, causando sufrimiento y frenando el desarrollo”. Enumeró los dramas de la actual sociedad mexicana, pero no entró a fondo.

Evidentemente se reservaba hacerlo en otro momento: el discurso que pronunció ante los 170 obispos que forman la Conferencia Episcopal de este país. Algunos esperaban que, como hace otras veces en semejante ocasión, renunciase a leer el texto preparado e improvisara.

Nada de eso: leyó un discurso preparado y corregido, como se nos ha confirmado, hasta el último momento. Un discurso inspirado sobre el “misterio de la mirada” a y de la Virgen de Guadalupe: mirada de ternura, mirada capaz de tejer, mirada atenta y cercana, no adormecida, una mirada de conjunto y de unidad”. Un discurso que impactó a su auditorio y que no fue interrumpido en ningún momento por aplausos.

Es un discurso que conserva algún paralelismo con el que leyó ante la Curia Romana hace dos años. Tocó tres temas candentes: el narcotráfico, la defensa de las culturas indígenas que corren el riesgo de desaparecer y el drama de las migraciones hacia los Estados Unidos.

Sobre el narcotráfico, afirmó que “llena de dinero sórdido los bolsillos pero mancha de sangre las manos de los traficantes y deja la conciencia anestesiada (…) Les ruego –insistió– no minuvalorar el desafío ético y anticívico que el narcotráfico representa para la entera sociedad mexicana, incluida la iglesia”.

“México tiene necesidad de sus raíces amerindias –dijo después– para no quedarse en un enigma irresuelto (…). Hay que reconocer la riqueza de su contribución y la fecundidad de su presencia para heredar aquellas identidad que les convierte en una Nación única y no solamente una entre otras”.

También, al final del discurso, mostró su aprecio “por todo cuanto están haciendo para afrontar el desafío de nuestra época representada en las migraciones”.

Y un corolario: “Si tienen que pelearse, peléense, pero díganse las cosas a la cara como hombres”. Y desde luego, él ha predicado con el ejemplo.

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