Una “Iglesia madre” envía a sus misioneros de la Misericordia

El Papa respalda a los apóstoles del perdón ante las reliquias del P. Pio di Pietralcina

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Francisco recibe en la Sala Regia a los misioneros de la Misericordia

ANTONIO PELAYO (ROMA) | A la ya numerosa lista de milagros atribuidos a san Pio di Pietralcina habrá que añadirle el no pequeño de “resucitar” un Año Santo bastante mortecino. La llegada a Roma de las reliquias del santo capuchino (junto a las de su hermano de religión, san Leopoldo Mandic) y su exposición hasta el jueves 12 en la Basílica de San Pedro ha atraído hasta Roma a una multitud de peregrinos por ahora inédita.

Eran 80.000 al menos los que se reunieron el sábado 6 en la plaza mayor de la cristiandad. “¡Sois tantísimos!”, exclamó Francisco al ver la multitud llegada desde los más insólitos rincones de Italia y de varias partes del mundo.

“Padre Pio –afirmó el Papa en su discurso– ha sido un servidor de la misericordia; lo fue completamente practicando, a veces hasta desmayarse, el ‘apostolado de la escucha’. Se ha convertido, a través del ministerio de la Confesión, en una caricia viva del Padre que sana las heridas del pecador y refresca el corazón con la paz. San Pio no se cansaba jamás de acoger a las personas y de escucharlas, de dedicar su tiempo y sus fuerzas para difundir el perfume del perdón del Señor”.

Por la tarde, Bergoglio acudió a la Basílica para venerar los cuerpos de los dos santos capuchinos expuestos ante el altar de la confesión. Como un fiel más, permaneció unos veinte minutos uniéndose a los peregrinos para rezar las oraciones compuestas para esta ocasión por el cardenal Comastri, arcipreste de la Basílica vaticana.

El día 9, cientos de capuchinos de todo el mundo asistieron a la misa presidida por el Pontífice; con él concelebraron –entre otros– el ministro general Mauro Jöhri, el cardenal capuchino O’Malley, arzobispo de Boston, y el secretario de Estado, Pietro Parolin, con los miembros del Consejo de los cardenales, reunidos con el Papa del 8 al 10 de febrero.
Dirigiéndose a los capuchinos, les exhortó a “no cansarse jamás de perdonar… El perdón es una semilla, es una caricia. Tened confianza en el perdón de Dios”.

En vísperas del Miércoles de Ceniza, tuvo lugar la audiencia a los “misioneros de la Misericordia”, esos sacerdotes que en este Año Jubilar podrán perdonar los pecados habitualmente reservados al obispo o a la Sede Apostólica (todos, con una excepción: la consagración episcopal sin el necesario mandato papal, que acarrea la excomunión). El Papa les entregará el mandato en la Eucaristía que celebra –este año excepcionalmente– en la Basílica para la imposición de la ceniza que da inicio a la Cuaresma.

Como eran casi mil los presentes, la audiencia se celebró en la Sala Regia (donde tiene lugar todos los años el encuentro con el Cuerpo Diplomático), y los que no cabían en ella pudieron seguir el acto desde la Sala Ducal a través de una megapantalla de televisión.

“Deseo recordaros antes de nada –les dijo– que en este ministerio estáis llamados a expresar la maternidad de la Iglesia. La Iglesia es madre porque engendra siempre nuevos hijos en la fe… y la Iglesia es madre porque ofrece el perdón de Dios, regenerando para una nueva vida fruto de la conversión. No podemos correr el riesgo de que un penitente no perciba la presencia materna de la Iglesia que lo acoge y lo ama”.

En el nº 2.976 de Vida Nueva

 

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