La Santa Sede y China empiezan a derribar su muro

El Papa nombraría a tres obispos sin la interferencia del Gobierno o la Iglesia patriótica

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Fieles chinos en el Vaticano

ANTONIO PELAYO (ROMA) | El domingo 31 de enero, el Corriere della Sera publicaba que el Papa se dispondría a nombrar (“probablemente”) a tres nuevos obispos para cubrir algunas de las sedes vacantes en China. La novedad es que esta vez la Santa Sede habría podido proceder a estos nombramientos con absoluta libertad, sin interferencias del Gobierno de Beijing o de la Iglesia patriótica, que desde hace más de 60 años ha condicionado la provisión de diócesis en el inmenso continente chino.

El Vaticano, como sucede en estos casos, no ha comentado ni siquiera oficiosamente la noticia que el influyente periódico presenta como “paso decisivo en el gran deshielo” entre la Santa Sede y el China. La noticia tiene todos los visos de ser verosímil, puesto que, en primer lugar, la da un periodista, Paolo Salom, que desde hace años sigue este delicado asunto. Por otra parte, hemos podido saber que, en la segunda mitad del mes de enero, ha visitado Roma el viceministro chino de Asuntos Exteriores, Liu Hai Xaising.

No se trata de un miembro cualquiera del Gobierno de Beijing, puesto que es el responsable de las relaciones con Europa del Ministerio de Asuntos Exteriores. Además de mantener encuentros con su colega italiano, Haixing se ha entrevistado con una delegación vaticana equivalente a su rango (presidida tal vez por Antoine Camilleri, número dos de la Sección de Relaciones con los Estados). A mediados de octubre, viajó a Beijing un grupo de diplomáticos vaticanos para avanzar en las negociaciones que podrían desembocar en un restablecimiento de las relaciones diplomáticas entre ambos estados, rotas en los años cincuenta. Como se sabe, el mayor obstáculo en esta negociación es conciliar la libertad del Papa para nombrar obispos con el deseo chino de “evitar injerencias de una potencia extranjera”.

No resulta fácil saber cuáles de las numerosas diócesis vacantes chinas serán cubiertas. Según la última edición del Anuario Pontificio, carecen de obispo, entre otras, las metropolitanas de Beijing, Anking, Changsha, Chungking, Nanking y Foochow Min-Hou. El número de diócesis y prelaturas apostólicas es muy alto; son 115 según nuestros datos, y algunas carecen de obispo desde hace muchos años o tienen a su frente a prelados que han superado ya los ochenta años.

Taiwan es clave

Otro obstáculo para la reanudación de las relaciones diplomáticas es que el Vaticano sigue reconociendo oficialmente a la República China (Taiwan); el sábado 23 de enero, sin ir más lejos, presentó sus cartas credenciales al Papa su nuevo embajador, Matthew S. M. Lee. Pero la Santa Sede ya ha hecho saber que, si Beijing decidiese restablecer las relaciones diplomáticas, su Nunciatura en Taiwan (a cuyo frente figura solo un encargado de negocios) sería clausurada en 24 horas.

A la espera de que se confirme la noticia del nombramiento de obispos, parece claro que se están dando pasos importantes y que antes de finales de año podría producirse el establecimiento de relaciones diplomáticas. No menos significativa es la entrevista que el Papa acaba de conceder, con motivo de felicitar el Año Nuevo chino, a Asia Times, periódico editado en Hong Kong, en la que deja frases como esta: “Deseo expresar mi esperanza de que nunca pierdan la conciencia histórica de ser un pueblo grande, con una gran historia de sabiduría, y de que tienen mucho que ofrecer al mundo. El mundo mira la gran sabiduría de ustedes”.

Más allá de la Santa Sede, no podemos ignorar el Family Day que tuvo lugar en Roma el sábado 30 de enero. Dando de lado las estúpidas discusiones sobre la cifra de asistentes (del todo desorbitada la pretensión de los organizadores de que se hubieran alcanzado los dos millones de asistentes), lo cierto es que una gran multitud se congregó en el Circo Máximo de la capital bajo el eslogan No desguacemos la familia. Aunque los oradores insistieron en que no se trataba de una reunión “contra nadie”, era la respuesta de los católicos italianos a las concentraciones en 80 ciudades para apoyar el proyecto de ley que prevé la aprobación de las uniones entre personas del mismo sexo.

En la manifestación no participó ningún obispo, aunque el Consejo Permanente de la Conferencia Episcopal la había aprobado (“está en juego la equiparación entre matrimonio y uniones civiles”, habían dicho la víspera). Tampoco tomó la palabra ninguno de los políticos que se habían adherido y que estuvieron. La voz cantante la llevó Massimo Gandolfini, organizador del acontecimiento, quien se llevó los aplausos al afirmar que “los niños no son una mercancía que se pone a la venta; es su derecho tener un padre y una madre”.

En vísperas del inicio de la Cuaresma, el Santo Padre hizo público su tradicional mensaje cuaresmal, que lleva por título Misericordia quiero y no sacrificio. “El pobre más miserable –escribe– es quien no acepta reconocerse como tal. Cree que es rico, pero en realidad es el más pobre de los pobres. Esto es así porque es esclavo del pecado”.

El Papa cree que “ese delirio también puede asumir formas sociales y políticas, como han mostrado los totalitarismos del siglo XX y muestran hoy las ideologías del pensamiento único y de la tecnociencia”. Como dijo el cardenal Francesco Montenegro presentando el mensaje, “el riesgo de nuestro tiempo es que, cerrando la puerta del corazón al pobre y a toda forma de pobreza, nos precipitamos en un abismo de infelicidad, de falta de sentido que hace todo más oscuro”.

En el nº 2.975 de Vida Nueva

 

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