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‘Apóstoles de la unidad’


Un libro de Pedro Langa Aguilar (San Pablo) La recensión es de Eduardo de la Hera Buedo

Apóstoles de la unidad, Pedro Langa Aguilar (San Pablo)

Título: Apóstoles de la unidad

Autor: Pedro Langa Aguilar

Editorial: San Pablo

Ciudad: Madrid, 2015

Páginas: 452

EDUARDO DE LA HERA BUEDO | He aquí un libro imprescindible para conocer de cerca algunos de los más importantes Apóstoles de la unidad, tanto de la Comunión anglicana y de la Ortodoxia como de las Iglesias salidas de la Reforma y, por supuesto, de nuestra Iglesia católica romana. Bajo este título, el agustino Pedro Langa Aguilar, conocido experto en el tema, nos ha regalado una breve y significativa biografía de 33 testigos del ecumenismo, presentados por riguroso orden alfabético de apellidos.

El autor dice que “no están todos los que son”. Pero “los que están” –añado– sí “son todos”. Son figuras colosales, señeras, destacables. Cada uno de ellos (cuatro son mujeres) brilla con luz propia por su aportación personal (a veces genial) en el firmamento de su misma Iglesia y en la más amplia constelación del ecumenismo. Ellos han contribuido, sin duda, a limpiar de piedras y cardos el gran camino que venimos haciendo juntos los cristianos desde hace no demasiados años y cuya meta es la unidad, querida por Cristo. El padre Langa deja claros los criterios de selección: todos han fallecido, todos son (sin preferencias) de una Iglesia u otra, todos han tenido un compromiso incuestionable con la causa ecuménica y se trata de un listado abierto, no cerrado.

Hay que resaltar también que todos los seleccionados son trabajadores del “ecumenismo moderno”, que arranca en 1910 de la Conferencia Misionera de Edimburgo (Escocia). Nace el ecumenismo moderno, pues, con una preocupación: el anuncio misionero, ya que las Iglesias son para la evangelización, no para ensimismarse en sus propios problemas.

Muchos pertenecen al período de entreguerras, cuando el odio y la división social dejan heridas sangrientas, abiertas, y el “ecumenismo de la caridad” se hace urgente. Otros, no pocos, se hacen visibles y comprometidos en los años providenciales del Concilio Vaticano II y de los apasionantes y difíciles años posteriores.

Mártires de la fe

Nuestro autor resalta mucho la importancia que ha adquirido en los últimos años el “ecumenismo de la sangre”: todos los mártires de una confesión cristiana u otra que en los últimos años han sido testigos fieles de la fe en el mismo Cristo. Por cierto, también no pocos ecumenistas, en su momento histórico, sufrieron incomprensiones, desconfianzas y hasta persecuciones por miembros intransigentes de sus propias Iglesias.

Es curioso constatar que la mayoría de estos ecumenistas vivieron el problema de la unidad de las Iglesias como una lúcida preocupación urgente y también como una vocación o llamada personal de Dios a trabajar en favor de la unidad. No fueron, en un despacho cualquiera, burócratas o teóricos de la unidad. La urgencia del problema les tenía cogidos por dentro, y todos sabían mucho del “ecumenismo espiritual”: es decir, de la importancia de la oración, de la conversión y de la permanente reforma de las Iglesias.

Se refiere también Langa a los trabajadores del “ecumenismo teológico”. No todos lo fueron, porque para estudiar e investigar las diferentes formulaciones de la fe se necesita tiempo, capacidad y dedicación. Aun así, se resaltan los grandes teólogos de la unidad: Congar, Newman, Bea, Cullmann

Hay una faceta del diálogo que nos lleva a conocer y aproximarnos a los que profesan otras religiones distintas a la cristiana: musulmanes, judíos, hindúes. Pedro Langa subraya cómo el fervor unionista se hizo extensivo en algunos al “diálogo interreligioso”. Así ocurre, por ejemplo, en san Juan Pablo II, la beata Teresa de Calcuta, el cardenal König y Chiara Lubich.

5Parece claro que el libro se dirige al gran público. No es solo para ser leído por “selectos” o para ser colocado en la estantería de bibliotecas especializadas. Se trata de una obra pensada para conocer los esfuerzos realizados en los años azarosos que abarcan la historia contemporánea desde 1910 hasta hoy. La obra, por tanto, puede interesar a cuantos se muestren inquietos por saber del mundo en que vivimos y hacia donde nos encaminamos.

Cada personaje, brevemente biografiado, lleva bien explicado por qué merece un puesto de relieve en el camino que vamos haciendo hacia la plena unidad visible de la Iglesia. El lector puede encontrar al final una amplia y actualizada bibliografía y hasta una “webgrafía”, extraída de algunos portales digitales. Por fin, no es casualidad que el libro haya aparecido en el 50º aniversario de la clausura del Vaticano II y de la promulgación de la Nostra Aetate, documento sobre el diálogo interreligioso.

Hay que destacar el esfuerzo realizado por la editorial San Pablo para ofrecernos un libro pulcramente presentado y sólidamente encuadernado.

En el nº 2.975 de Vida Nueva

Actualizado
05/02/2016 | 00:30
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