Las maras no rompieron el sueño de William

chico armado con varias escopetas y fusiles

Líder juvenil de la Comunidad de Sant’Egidio en El Salvador, desnudó a las bandas juveniles antes de ser asesinado

chico armado con varias escopetas y fusiles

Las maras no rompieron el sueño de William [extracto]

FRANCESCO DE PALMA | La historia de William Quijano, Samy, es la de un joven que, en un contexto violento, no pierde la esperanza ni deja que le frene el miedo. Nace el 7 de julio de 1988 en San Salvador. Con 14 años pierde a su padre y se traslada con su madre al suburbio de Apopa, a 20 kilómetros de la capital salvadoreña. Es un muchacho como muchos otros, aunque más alto y fuerte. Sueña con un futuro mejor. Estudia hasta empezar Derecho, pero no termina los estudios. Cuando le ofrecen ser promotor deportivo en el Ayuntamiento de Apopa, opta por trabajar. Al igual que los demás jóvenes, William soportaba un ambiente que, como había escrito en su diario, “se ha hecho extremamente violento; una muerte tras otra… Y no existe una conciencia social que sostenga a la gente”.

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Placa homenaje a William Quijano

Es el tiempo de las maras, bandas que atraen a una joven generación sin arraigo, con poca educación y sin perspectivas de futuro. Recurren a la sumisión y al terror, pero confieren respeto a sus miembros y dan una identidad a quien no la tiene. El enfrentamiento armado en El Salvador en las décadas de los 60, 70 y 80 fue sustituido por la guerra entre bandas. En este pequeño país, de unos seis millones de habitantes, se producen cada año miles de homicidios (3.332 en los siete primeros meses de 2015, por ejemplo, lo que equivale a 16 víctimas al día).

En este contexto, la Comunidad de Sant’Egidio hace ya años que trabaja con jóvenes en situación de riesgo. Ha comprendido que la respuesta al problema está en brindarles espacios de unidad, darles una paternidad y asegurarles una autoridad. Las Escuelas de la Paz son la plasmación de este compromiso de educación alternativa. Son centros gratuitos, que ayudan a los chicos en su inserción e itinerario escolar y que proponen un crecimiento sano y pacífico. Son escuelas, pero también motores de paz, de convivencia, de respeto a uno mismo y a los demás. Allí, la paloma de la paz en la camiseta ocupa el lugar del tatuaje en la piel, marca de la mara.

El arte del encuentro

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‘Samy’ (izquierda) sigue siendo el gran referente de todos los jóvenes de Sant’Egidio en El Salvador

William conoció Sant’Egidio en 2005, con 16 años. La Comunidad se extendía entonces a Apopa. Él no se servía de su físico, sino de su simpatía, cultivando el arte del encuentro, con entusiasmo. Como dice K: “Lo recuerdo siempre sonriendo, no lo imagino triste. Era alegre, bromista. Vivía con una profunda alegría”. Es un referente de la Comunidad en El Salvador. William es uno de los que viaja a Roma en 2006 para pasar unos días de fraternidad y de formación. Vuelve a Apopa entusiasmado por lo que allí ve y oye.

Este 2006 es un año importante para William. Como recuerda M, “sería el año en que fue a Roma. Me habló de la lucha que estalló entre su barrio y el vecino. Todo empezó por culpa de un joven borracho de su zona que había molestado a otro que vivía más lejos y le había quitado la gorra, la cachucha. Algo sin importancia, pero el otro se enfadó mucho. ¡Qué trágicas consecuencias tuvo todo aquello! Los dos barrios se declararon la guerra: amenazas, enfrentamientos, homicidios. Me dijo: ‘El otro día mataron a seis y ahora habrá represalias’. Estaba triste, abatido por la absurdidad de lo que estaba pasando. Habían muerto jóvenes que él conocía, y todo por una cachucha. Desde aquel momento fue consciente de que en Apopa hacía falta un protagonismo diferente. Se convenció de que había que hacer algo y, tras tomar fuerza en la oración, vio que la Escuela de la Paz era el camino de una dignidad nueva, en Apopa y en todas partes”.

Los domingos, William empieza a ir a San Salvador. Un poco al estilo “delantero libre”, un día a la Escuela de la Paz de San José, otro a la del Bambular y otro a Chanmico. “Era un entregado a la Escuela de la Paz”, dice F. Había escrito: “El mundo está lleno de violencia. Por eso tenemos que trabajar por la paz, empezando por los niños. Debemos tener la valentía de ser maestros, porque un país que no tiene escuelas es un país sin futuro ni esperanza. Las Escuelas de la Paz son santuarios para frenar la violencia y la pobreza”.

William hablaba de su sueño a todo el mundo. Que Apopa cambiara, que fuera como el Bambular, donde años de presencia de la Escuela de la Paz lograron que no arraigaran las maras. Era como un milagro de Sant’Egidio que se podía repetir en otras partes. Esa era la “conciencia social”, por utilizar las mismas palabras de William, que había ido creciendo en él, y que el joven esperaba que pudiera convertirse en cultura y práctica para toda una generación.

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Escuela de Paz de Apopa, a 20 kilómetros de San Salvador

El compromiso de William se convierte también en trabajo. A principios de 2009 recibe la propuesta del Ayuntamiento de formar parte del equipo de promotores deportivos que, según la idea de la administración, alejaría a los menores de las redes de las maras haciéndoles participar en actividades sanas. William acepta. En los últimos meses de su vida se mueve por Apopa con S y otros compañeros para hablar con asociaciones deportivas, para fomentar que acepten a los adolescentes y para establecer con estos un discurso más amplio.

De las palabras de S se aprecia la paternidad que William ejercía sobre ellos: “Lo llamaban papá Samy. Lo decían en broma, pero era verdad que con él los jóvenes se sentían amados, seguros y le pedían consejo”. Eran corazones potencialmente salvados de las maras. Y eso no podía sino molestar a quienes pretendían perpetuar su control sobre Apopa.

Alguien puso a William en su punto de mira: había que dar una lección a quien se había atrevido a proponerse como competidor de un poder oscuro y violento. La tarde del 28 de septiembre de 2009 William fue abatido por varios disparos a cuatro pasos de casa. Su madre oyó los tiros y corrió hasta la calle, pero las heridas eran demasiado graves. El “gigante bueno” de la Escuela de la Paz de Sant’Egidio moría al poco de llegar al hospital.

Años después, la muerte de William Quijano sigue envuelta en misterio. Nunca se ha sabido quiénes eran los dos que se pararon delante de él en el barrio y le quitaron la vida. Lo que se sabe es que el sueño de William sigue en pie. Su historia, aunque trágica, permite creer que se puede construir otra América Latina, libre de la pesadilla de las maras.

En el nº 2.972 de Vida Nueva

 

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