“¡Soy Carlos, tu amigo!”

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200 personas cenaron en Nochebuena con Osoro, Carmena y el Padre Ángel

PADRE ÁNGEL, presidente de Mensajeros de la Paz

En el Palacio de Cibeles todo estaba preparado: la alfombra roja, las mesas con todo el servicio de cristalería y cubertería, los bajo-platos rojos sobre los manteles blancos, y los centros decorativos con candelabros y velas encendidas. Faltaba más de una hora para el inicio previsto y los invitados ya se concentraban en las puertas que tuvieron que abrir antes de la hora para evitarles el frío de la noche de diciembre.

Aquella recepción no era una más, ni los invitados eran los de siempre: personalidades, políticos o empresarios. Y por supuesto no era una noche cualquiera, sino la más importante del año. El palacio de Cibeles se abría, con todo su esplendor, engalanado como nunca, para que 200 personas sin techo, sin familia, sin nada, celebraran la Nochebuena, compartiendo una cena.

No faltaron los langostinos, el cordero, los dulces, ni la música, pero ante todo lo que no faltó fue la solidaridad, la mágica palabra que había hecho posible todo aquello. Fue la solidaridad de todos: la empresa de catering Lecaser, que donó la comida, los cocineros y camareros que ofrecieron su trabajo desinteresadamente, la de los taxistas madrileños que llevaron gratis a los invitados, los voluntarios que dejaron su lugar en la mesa familiar para servir a los que desde hace años nadie espera a cenar…

Fue especialmente emotiva la presencia de un pastor entre ese rebaño. Un buen pastor, el mejor: el arzobispo de Madrid, don Carlos Osoro, no quiso faltar a la cita. Los fue saludando uno a uno, acercándose a todos ellos, estrechando manos, dando abrazos y besos, escuchando los problemas de cada uno y emocionándose con sus historias vitales. Incluso dejó que le hicieran fotos y selfies. Todos los que ellos quisieron. En ese momento veía cómo se hacían vivas, de carne y hueso, las palabras del papa Francisco: “Los pobres son el tesoro de la Iglesia”. Don Carlos era su obispo, un padre cercano y empático, que pasaba de una mesa a otra cambiando la emoción por la sonrisa. Un chico joven, casi un niño, le preguntó: “¿Eres el Papa?”. Él, estrechándole las manos, le contestó: “¡Soy Carlos, tu amigo!”.

El saber estar y el espíritu de unión de la noche también se hicieron patentes en el encuentro entre el arzobispo y la alcaldesa de Madrid, también presente en la cena, y que días antes no había dudado un momento en poner a disposición de Mensajeros de la Paz el mismísimo ayuntamiento para servir de marco al ágape. “Cibeles es de todos los madrileños; de ellos más”, me dijo.

Con gran satisfacción, mía y de todos, vimos conversar a Manuela Carmena y a don Carlos Osoro. Discretamente me retiré de la conversación, pero parecían hablar de algún proyecto en común, de algún plan para ayudar a esa gente, o para alguna otra que necesitara apoyo. Él la llamaba alcaldesa. Manuela le llamaba Carlos. Ambos se trataban de tú. Dos personalidades tan distintas, con tan diversas trayectorias, de ideologías tan dispares… Pero unidos por los pobres. Ese es el mensaje de Belén, pensaba yo; un pequeño milagro de ese recién nacido Jesús; ante ellos, los ojos de los asistentes brillaban con la luz de la estrella de los Magos, cubriendo el cielo de la capital de España. ¡Aleluya! ¡Aleluya!, cantamos todos después en la Misa del Gallo en la Iglesia de San Antón. “Bendito sea Dios, porque un Niño nos ha nacido”.

El Moisés del Egeo

Najib, de tan solo seis meses, llegó a Lesbos (Grecia) en una patera llena de refugiados, pero sin ningún familiar. Un hombre que hablaba español pudo explicar a los voluntarios de Remar y Mensajeros de la Paz, que ayudaron al desembarco, que el padre del menor pagó 800 euros para que el niño pudiera viajar, pero no tenía más dinero para acompañarlo. Una historia que recuerda a la de Moisés, al que, según el Antiguo Testamento, su madre arrojó al Nilo en una cesta de mimbre para librarle de la matanza del faraón. En definitiva, ambos trataron de darle una oportunidad a sus hijos ante la desesperación de la guerra.

En el nº 2.971 de Vida Nueva

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