Los obispos argentinos dan la bienvenida al presidente Macri

“Los mesianismos siempre terminan mal”, advierten, a la vez que le piden diálogo y equidad

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El presidente Macri saluda al rabino Abraham Skorka en una ceremonia interreligiosa en la catedral metropolitana de Buenos Aires, el día 11, presidida por el cardenal Poli

NICOLÁS MIRABET (BUENOS AIRES) | Tras ganar el 22 de noviembre la elección en segunda vuelta (superó en 2,8 puntos al candidato oficialista Daniel Scioli), el pasado jueves 10 de diciembre, el ingeniero civil Mauricio Macri, a los 56 año de edad, asumió su cargo como presidente de la República Argentina. Fue una ceremonia protocolaria sencilla, pero rara. Quien le entregó la banda y el bastón de mando no fue Cristina Fernández de Kirchner, la presidenta saliente, sino Federico Pinedo, presidente provisional del Senado.

A una semana de la asunción presidencial, la Comisión Ejecutiva de la Conferencia Episcopal Argentina (CEA) visitó al nuevo presidente. Al mediodía del jueves 17, fueron recibidos en la Casa Rosada por Mauricio Macri José María Arancedo, presidente de la CEA; Mario Aurelio Poli, arzobispo de Buenos Aires y primado de Argentina, y Mario Cargnello, vicepresidentes primero y segundo, respectivamente; y Carlos Malfa, secretario ejecutivo.

Se trató de una “visita cordial por el inicio de la gestión”, en donde los obispos “llevaron al presidente un mensaje kerigmático y el saludo esperanzador de la Navidad”, aseguraron en el Episcopado a través de un comunicado. Los obispos le entregaron a Macri una imagen de la Sagrada Familia, un tríptico de Jesús con la Oración por la Patria, y dos documentos de la CEA: No al narcotráfico, sí a la vida plena, presentado recientemente, y Hacia un Bicentenario en justicia y solidaridad (2010-2016).

Uno de los primeros en hablar fue el obispo de San Francisco (Córdoba), Sergio Buenanueva. El prelado se manifestó así: “Mauricio Macri es el nuevo presidente de Argentina. Es solo eso: un ciudadano que ha sido elegido para la primera magistratura del país. No es un mesías. Los mesianismos políticos siempre terminan mal. Lo sabemos por dura experiencia”.

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En el nº 2.969 de Vida Nueva

 

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