Los Jerónimos: cuarenta años de una homilía orientadora

“Tarancón afirmó que la Iglesia no patrocinaba ninguna ideología política, ni permitiría que nadie se apropiase de ese nombre”

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El cardenal Tarancón presidiendo la misa de coronación del Rey

JUAN MARÍA LABOA (sacerdote e historiador) Nuestra Iglesia de la segunda mitad del siglo XX desarrolló una evolución sorprendente, aunque, a menudo, dividida y desconcertada por motivos eclesiales y políticos, y supo acompañar en los gozos y esperanzas, en las tristezas y las angustias, a los españoles de su tiempo, sobre todo a los pobres y afligidos. No fueron tiempos fáciles, porque la sociedad estaba cambiando aceleradamente en sus concepciones sociales, políticas y religiosas.

A la muerte de Franco, surgieron dos preguntas en los ámbitos político-sociales y eclesiales madrileños: quién celebraría el funeral del general, y qué oficiante y qué ceremonia religiosa acompañarían los inicios del nuevo reinado. Con satisfacción de ambos, el cardenal Marcelo Gonzalez ofició el aparatoso funeral y el cardenal Tarancón presidió la misa solemne en los Jerónimos, opción litúrgica elegida por Juan Carlos I, de la que el 27 de noviembre se cumple su 40º aniversario.

Sin prepararlo ni preverlo, esta misa constituyó una rareza política y una manifestación de la aceptación generalizada de la Iglesia. En la ceremonia del juramento y proclamación del Rey en las Cortes, los procuradores, sus invitados y las palabras del presidente, Alejandro Rodríguez de Valcárcel, constituyeron el final de un régimen autocrático, al que no asistió ningún representante de países democráticos. Sin embargo, en la misa de San Jerónimo el Real asistieron todos ellos, además de los invitados de los Reyes, en una imagen que representaba el inicio de una nueva historia.

Fue una homilía-programa, ampliamente difundida en el país y en el extranjero, donde Tarancón ofreció con decisión la desinteresada colaboración de la Iglesia, al tiempo que expresó lo que esta deseaba para el futuro. Afirmó que la Iglesia no patrocinaba ninguna opción ni ideología política, ni permitiría que nadie se apropiase de ese nombre para sus intereses. No pidió para ella ningún privilegio, sino que se reconociese la libertad que proclamaba para todos. Pedía la Iglesia que el Rey lo fuese de todos, que se restableciesen los derechos humanos y que las estructuras jurídico-políticas favoreciesen la participación ciudadana.

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En el nº 2.965 de Vida Nueva

 

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