Julio Verne: viaje al centro del catolicismo

Dos siglos después de su muerte, renace el interés por el padre de la ciencia ficción

julio-verne-G  Espacio Fundación Telefónica

Muestra de la exposición sobre Julio Verne en el Espacio Fundación Telefónica de Madrid

JUAN CARLOS RODRÍGUEZ | “Católico romano y, por tanto, fiel a sus principios religiosos”. Así definen a Julio Verne. Y es que los estudios más recientes se decantan por este retrato del genial novelista, frente a quienes habían buscado simbologías masónicas en sus obras. Una exposición en el Espacio Fundación Telefónica llamada Julio Verne. Los límites de la imaginación (hasta el 21 de febrero) muestra ahora toda su riqueza.

Verne (Nantes, 1828-Amiens, 1905) está de moda. 210 años de su muerte su figura se eleva hasta copar, por ejemplo, reconocimientos y exposiciones: dos en Madrid en los últimos meses. La que le dedicó a principios de año la Casa del Lector y la que ha acabado de inaugurar el Espacio Fundación Telefónica (Julio Verne. Los límites de la imaginación, hasta el 21 de febrero). Un escritor extraordinario que quiso educar en la ciencia a través de la literatura, aunque en absoluto se creía un profeta.

La propia Agnes Marcetteau, directora del Museo Julio Verne de Nantes, ha ratificado que Verne era “católico romano, y por tanto, fiel a sus principios religiosos” frente a lecturas superficiales o erróneamente simbólicas.

Por su parte, periodista Miguel Ángel Delgado, comisario de la exposición Julio Verne, los límites de la imaginación, afirma a Vida Nueva que “no hay una expresión real de la religiosidad en los personajes principales de Verne. Es cierto que en sus obras hace menciones a expresiones como ‘Estamos en manos de Dios’ o algunas otras así, pero tampoco podemos afirmar que la religión destaca especialmente en su obra”, explica

“A pesar de proclamar una gran fe en la ciencia –señala Delgado–, no hay nada en contra de la espiritualidad. Más aún, sí que hay una evolución en esta confianza en la ciencia y en la tecnología. En las primeras obras, esta confianza es casi ciega, la ve como progreso, y a los científicos, los trata como personajes heroicos que equipara a aventureros y exploradores. Pero en la última parte de su obra habita una visión más desesperanzada y comienza a flaquear esa visión de progreso y liberación. Son años en los que su vida personal atraviesa capítulos un tanto oscuros, como el tiroteo de su sobrino, y en los que comienza a olerse la Primera Guerra Mundial. Pero su ánimo se vuelve un tanto desilusionado, más gris”.

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En el nº 2.965 de Vida Nueva

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