El jesuita Jon Sobrino analiza la vigencia del Pacto de las Catacumbas

Medio siglo después, el acuerdo firmado en Roma al término del Concilio Vaticano II recobra toda su actualidad

El jesuita Jon Sobrino en el congreso de la Urbaniana

El jesuita Jon Sobrino en el congreso de la Urbaniana

TEXTO Y FOTO: DARÍO MENOR (ROMA) | En las postrimerías del Concilio Vaticano II, cuarenta obispos de quince países se reunieron el 16 de noviembre de 1965 en las catacumbas de Domitila, a las afueras de Roma, para celebrar una misa y firmar un documento llamado a convertirse en un hito en la historia de la Iglesia. Suscribieron el Pacto de las Catacumbas, un texto en el que se comprometían a llevar una vida de pobreza y a trabajar para que la comunidad cristiana estuviera volcada en los más desfavorecidos

Al poner a los pobres en el centro de su pontificado, Jorge Mario Bergoglio ha recuperado el interés por aquel acuerdo olvidado durante décadas por algunos debido a su fuerte carga política. Medio siglo después de la firma del Pacto de las Catacumbas, la Universidad Pontificia Urbaniana acogió el 14 de noviembre un seminario para analizar la vigencia de aquel evento.

Entre los ponentes, destacó el jesuita Jon Sobrino, profesor de la Universidad Centro Americana (UCA) ‘José Simeón Cañas’ de El Salvador y compañero de los mártires asesinados en este centro en 1989, entre ellos Ignacio Ellacuría. Para Sobrino, el acuerdo suscrito en las catacumbas de Domitila es una “expresión simbólica” de una tendencia que ya se estaba manifestando entre la jerarquía eclesiástica desde antes incluso del Vaticano II, la de construir una “Iglesia de los pobres”. “Aunque aquella idea no prosperó en el Aula sinodal, varios miembros de la Asamblea captaron que la comunidad eclesiástica tenía que seguir ese camino y se reunieron para redactar este texto, en el que no quieren dar la impresión de dar una lección a sus hermanos”, explica Sobrino

El Pacto de las Catacumbas, firmado por un buen número de obispos latinoamericanos –entre ellos, el salvadoreño Óscar Romero–, influyó a su juicio en la II Conferencia General del Episcopado Latinoamericano (Medellín, 1968), que aprobó un documento que marcó el devenir de la Iglesia regional durante los años siguientes. “Entonces se vio que los obispos se tomaban en serio el clamor de los pobres”, dice a Vida Nueva el jesuita de origen español.

Sobrino, con el Papa

Sobrino aprovechó su visita a Roma para verse con el papa Francisco, a quien no conocía personalmente. Participó en una de las misas matutinas de Santa Marta y luego habló con él durante unos instantes. “Cuando me tocó saludarle, le dije que venía de El Salvador, que era jesuita y que fui compañero de los jesuitas asesinados en la UCA. Me miró y me preguntó: ‘¿Sobrino?’”. Tras pedirle que bendijera una carta y unas fotos de una secretaria de su universidad, se abrazaron y Francisco se despidió diciéndole: “Escriba, escriba”.

Considerado uno de los padres de la Teología de la liberación, Sobrino ha estado durante años en el objetivo de Doctrina de la Fe, que advirtió en algunos de sus libros “proposiciones erróneas o peligrosas” y “notables discrepancias con la fe de la Iglesia”. Pese a aquellos problemas, no cree que las palabras de Francisco supongan una rehabilitación. “No lo creo en absoluto. En primer lugar, porque no pienso que el Papa supiera que iba a estar en aquella misa. No es que antes no pudiera escribir con libertad y ahora sí. Lo que me dijo es que siguiera adelante, que procurara hacer el bien escribiendo”, explica Sobrino, quien considera a Bergoglio “un buen Papa”.

En el nº 2.965 de Vida Nueva.

 

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