'Dheepan': lejos del paraíso

'Dheepan', fotograma de la película

J. L. CELADA | Nos llegan noticias de la salida en tromba de sus países huyendo de las guerras y la hambruna; incluso, imágenes de su inhumano periplo sorteando mafias y fronteras; pocas veces conocemos, sin embargo, qué ocurre con los miles y miles de refugiados e inmigrantes cuando desembarcan en el supuesto paraíso europeo. Uno de ellos, originario de Sri Lanka, protagoniza y da título a esta historia de sueños frustrados y lucha por la supervivencia.

Última Palma de Oro en Cannes, Dheepan nos cuenta sin paños calientes ni juicios añadidos cómo la familia improvisada de un exguerrillero tamil deja la antigua Ceilán y, en busca de asilo político, acaba recalando en los suburbios de París. Jacques Audiard no ahonda en las causas que obligan a este matrimonio de pega y a su hija de conveniencia a abandonar su tierra; ni siquiera repara en el viaje hasta su destino (rápidas elipsis nos trasladan de un conflicto todavía humeante a la barcaza ilegal que deberá conducirles al exilio y, con ella, al añorado edén). Al realizador francés le interesa, sobre todo, mostrarnos cómo son acogidos entre nosotros estos desheredados y cómo sobreviven a los otros infiernos que alberga la sociedad del bienestar.

En una Babel contemporánea de razas, culturas, religiones y lenguas (la barrera del idioma nos habla por sí sola del aislamiento y la incomprensión que sufren estos seres curtidos en mil batallas), nuestros protagonistas tratan de salir adelante al abrigo de una mentira/secreto sobre su identidad y gracias a sus respectivos trabajos como portero y cuidadora en una barriada de viviendas sometida a las leyes del miedo y el silencio impuestas por los clanes de la droga. Escapando de un conflicto que parecía no tener fin (el enfrentamiento entre el Gobierno ceilanés y los Tigres de la Liberación Tamil duró 26 años), han logrado establecer un nuevo hogar, pero no librarse de la violencia de las armas.

Las poderosas imágenes de Dheepan y la envolvente banda sonora a cargo de Nicolas Jaar contribuyen a crear atmósferas tenebrosas e inquietantes –a menudo tan claustrofóbicas como las que el propio Audiard nos regaló en Un profeta (2009), drama carcelario al que no alcanza a igualar su último trabajo–, muy necesarias para subrayar el peligroso e infecto universo retratado. Una realidad que no nos queda tan lejos como pensábamos y que películas así nos ayudan a interpretar en su justa medida. Porque la actual Europa de los refugiados es un desafío para todos. También para el cine.