Editorial

Mujeres en la Iglesia para respirar a pleno pulmón

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EDITORIAL VIDA NUEVA | De los participantes en el Sínodo de la Familia, 35 fueron mujeres. Todas acudían como auditoras o expertas con voz, pero sin derecho a voto. Entre ellas, se encontraba Lucetta Scaraffia, directora de Donne Chiesa Mondo, el suplemento femenino de L’Osservatore Romano. Vida Nueva recoge sus reflexiones en primera persona sobre las tres semanas de reuniones y, con ellas, su indignación por la invisibilidad del género femenino en esta cita crucial para la Iglesia. El propio concepto de Sínodo de los Obispos implica que son los pastores de la Iglesia, en nombre de todo el Pueblo de Dios, los actores principales de las sesiones de trabajo, de los debates, de la aprobación de las conclusiones. Partiendo de esta premisa, hay muchas butacas intermedias antes de situar lo femenino en la última fila.

Habrá quien considere el escrito de esta intelectual una mera reivindicación feminista de manual o una provocación fácil. Sus apreciaciones críticas no se detienen en gestos superficiales; reivindican una actitud de apertura y escucha. En su análisis, aplaude la catolicidad de la Iglesia y subraya la verdadera lucha del Sínodo con los cambios positivos dados: la apuesta por la misericordia como brújula para dirigirse hacia el Norte –o hacia el Sur, según se mire–.

Esta mirada misericordiosa se vislumbra, por tanto, como asignatura pendiente para un horizonte eclesial en femenino. Francisco incide una y otra vez en esta cuestión, planteando un mayor protagonismo e igual dignidad frente al hombre. Aterriza en lo concreto para abrir caminos en defensa de la mujer madre, de la consagrada, de la empresaria, de la trabajadora, de la explotada…

En esta línea se expresa de forma algo tímida la Relatio finalis, con un mayor compromiso en el punto 27 en el que se insta a dar más responsabilidad a las mujeres en órganos de decisión y formación de la Iglesia. No es cuestión de cuotas, sino de reconocimiento que vaya más allá del simbólico respaldo institucional. Como todas las reformas que cocina Francisco, no basta con que él las acometa si el resto del Pueblo de Dios no se las cree y las aplica.

No es momento ahora de repasar la impagable aportación femenina en la historia de la Iglesia, ni de detenerse en los valores femeninos que humanizan estructuras únicamente masculinas. Basta pasearse por los pasillos de un hospital, por las aulas de un colegio, las salas de una parroquia o los receptorios de un convento para reconocer el papel decisivo de la mujer a la hora de hacer presente el Reino de Dios. Negarlo o ignorarlo empobrece a la Iglesia y anula a quien las trate como personajes secundarios. No solo porque son mayoría en la acción y en la contemplación, en la Vida Religiosa y en el compromiso laical. Suya es la bandera del servicio y, por tanto, también la del poder, en el sentido más franciscano de la palabra.

Algún padre sinodal lamentó que, junto con la ausencia de laicos y de familias heridas, la ausencia de más mujeres ha hecho que en esta gran reunión de la familia se haya respirado con un solo pulmón. Si en el Sínodo se ha dado un déficit femenino, la Iglesia tiene una deuda con las mujeres, si quiere respirar a pleno pulmón.

En el nº 2.963 de Vida Nueva. Del 7 al 13 de noviembre de 2015

 

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