Un refugio en el puerto

Decenas de turcos ayudan a las familias instaladas en las calles de la isla de Cos

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Así es la vida de los refugiados en las costas de Turquía [extracto]

BLANCA RUIZ ANTÓN | Las costas de Turquía son el último paso antes de llegar a Grecia, la puerta a Europa en donde se perfila, para muchos, la posibilidad de volver a comenzar después de huir de la guerra. En el camino están las mafias, pero también hay ciudadanos que se organizan para ayudar como pueden. Una solidaridad con rostro y manos que los refugiados encuentran en el camino hacia Europa. El cansancio y la desesperación de los ojos de Muhammed Cevher contrastan con la alegría y el desenfado del paseo marítimo de Bodrum (Turquía). Bajo un árbol, sobre un poco de césped, a pocos metros de los barcos en donde la clase alta de Turquía toma el aperitivo, él y su familia viven desde hace cuatro meses.

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Familia Akkad, de Aleppo (Siria) en Cos

Llegaron desde Siria huyendo, a partes iguales, del avance del Estado Islámico y del régimen de Bassar Al-Assad. “Ya no sabes quién es inocente o culpable, y tampoco sabes por quién luchar. Yo solo quiero tranquilidad, paz para mi familia. Por eso salimos de nuestra casa”, explica. Él es el cabeza de una familia un tanto peculiar, compuesta por su mujer Sultan Cevher y su pequeña Melquideh, que nació hace tan sólo dos meses, cuando ya estaban en Turquía. A su cargo traían también desde Siria a su sobrina huérfana Emel, de tres años. Y a sus hijos Ali, de 19 años, y al pequeño y rubio Ahmed. Llegaron a las costas turcas con la idea de cruzar en barco a Europa, como todos los demás. Pero una foto les hizo cambiar de opinión. “Vimos al pequeño Aylan, muerto en la playa y por eso decidimos que no podíamos arriesgar la vida de nuestros hijos a que murieran como le pasó a este pequeño”, cuenta Ahmed.

Las costas de Bodrum están a tan sólo ocho kilómetros de la isla griega de Cos. Es un recorrido que decenas de ferrys hacen cada día en una hora por 10 euros. Sin embargo, para muchos de los que vienen huyendo de la guerra, el precio asciende a cientos de euros y en algunos casos, hasta pagan con su vida. La familia vive en el paseo marítimo porque, según explica Cevher, tuvieron que dejar del campo de refugiados por las rencillas. “La pregunta del millón de dólares es qué hacer ahora. No lo sabemos. Por ahora estamos aquí, todos juntos y estamos felices de estar vivos”, explica.

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Idil y Dilai, dos voluntarias, junto con la familia Cevher

Idil y Dilai son dos jóvenes que intentan poner su granito de arena en la ayuda a los refugiados que llegan a su ciudad. “Nosotras somos estudiantes, no tenemos dinero pero sí tiempo y energía para estar con ellos. Necesitan muchas cosas: comida, ropa, refugio… pero también necesitan contar su historia. Hablar y saber que hay a alguien que le importa, alguien que no tiene miedo de sentarse con ellos y simplemente estar juntos”, explica la joven Idil.

Ellas dan lo que tienen, igual que Cristina Hanson que recorre varias veces al día el paseo marítimo de Bodrum con cajas llenas de víveres y ropa. Cristina es una de esas turistas que vino a esta ciudad de vacaciones y que después se quedó para siempre. “En los últimos meses esto se ha convertido en una locura, ha aumentado muchísimo el número de personas que llegan a Bodrum. Yo soy una ciudadana como otra cualquiera, lo que reparto son cosas mías que compro o que otros amigos me dan”, cuenta.

 

Un viaje de 1.000 euros

“Yo no sé si son inmigrantes o refugiados, lo que sé es que son personas que viven en la calle y que un estómago hambriento es lo mismo con cinco que con 50 años. Para mí lo importante es que tengan comida y ropa limpia, porque si nos metemos en política, todo el mundo comienza a pelearse porque cada uno tiene su propia opinión y no vale la pena”, asegura. Idil, Dilai y Cristina son la cara de la solidaridad de los ciudadanos de Turquía que los refugiados encuentran antes de continuar su camino a Europa. Cientos de personas esperan a que llegue la noche en la estación de autobuses, cercana a los principales puntos de la costa de Bodrum, donde las mafias fletan lanchas de goma con destino a las costas de las islas griegas de Lesbos, Cos, Samos o Agathonisi. ¿El precio? Hasta 1.000 euros.

Uno de los que no hace mucho recorrió esos ocho kilómetros de aguas profundamente azules fue Yihad, que viajó junto a su mujer y sus tres hijos. No se atreve a decir cuánto pagó por el trayecto, pero, aunque fue mucho, él solo da gracias por haber podido llegar sanos y salvos a las costas de la isla de Cos. Su historia es la de miles de sirios que salieron “huyendo de las bombas” que caían en su ciudad, Aleppo. Su travesía hasta Grecia ya ha sido recorrida miles de veces antes.

Los kilómetros que le quedan por delante hasta su destino definitivo ni siquiera él los sabe, porque aunque apunta –como la mayoría– hacia Alemania, se conforma con cualquier país que le ofrezca la tan ansiada paz. Oír sus esperanzas e ilusiones es escuchar a un pueblo obligado a dejarlo todo y a comenzar de nuevo arriesgando en cada momento su vida.

Él es un claro representante de la clase media del país. Llegaba con esfuerzo y sin grandes caprichos a fin de mes, pero conseguía ahorrar un poco. Sin embargo, hace tres años todo cambió. Comenzaron los bombardeos y perdió su trabajo como agente inmobiliario. “Siria está dividida en dos y familias como la mía estamos en medio del fuego”, “había habido bombardeos mucho más frecuentes que destruyeron los edificios de la ciudad y personas cercanas a nosotros han muerto. Ahí me dije que teníamos que irnos a otro país, a intentar salvar nuestra vida”, explica con la descarnada claridad que supone haberlo vivido.

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Las hermanas alemanas Valerie y Verena Stahe von Stromberg

A pesar de los peligros desde que comenzaron su camino hacia Europa, Mohammad Akkad, otro de los huidos de la guerra, asegura con rotundidad: “Hace un mes que salimos de casa y no me arrepiento. Estoy feliz de haber llegado hasta aquí con mis hijos y mi mujer, estamos vivos, tenemos un poco de comida y de ropa, pero sobre todo estamos todos juntos. En Siria no había nada que hacer, no teníamos ninguna posibilidad”. Sin embargo, él sabe que aún queda camino por delante. “Solo pienso en llegar al siguiente país, pero si nos cierran las fronteras estamos perdidos”.

Mientras espera los papeles que acrediten a toda su familia como solicitantes de asilo, Mohammad come gracias a dos hermanas alemanas que preparan comida para unas mil personas. Son Valerie y Verena Stahe von Stromberg y entre las dos han montado el sistema de ayuda improvisado Kos Refugees need your help, con el que cada día dan una comida caliente a los refugiados que están en las calles de la isla.

Lo hacen en un pequeño parque detrás de la comisaría de Cos, en donde todos los refugiados hacen la petición de asilo. “La organización somos mi hermana y yo, ahora se han unido algunos voluntarios”, relata Valerie. “Comenzamos el pasado mayo –continúa– cuando estábamos de vacaciones en la casa que tenemos en la isla. Empezaron a llegar muchos inmigrantes y refugiados. Hicimos una colecta de dinero en Alemania y en Cos hemos conseguido que un hotel nos dé el pan, otros una comida caliente…” y en el mejor de los casos, también pueden repartir una pastilla de jabón.

Sin espacio para un campo de refugiados

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Roberto Mignone (ACNUR)

La situación para quienes llegan a Cos es especialmente dura porque la isla no cuenta con un campo de refugiados, ya que, según explica Roberto Mignone, coordinador de emergencias de ACNUR, “las autoridades piensan que eso les haría quedarse en la isla, aunque nosotros les hemos explicado varias veces que para los refugiados Cos es tan solo un paso hacia el resto de Europa”.

El registro de las personas que llegan a la isla pidiendo asilo es lo prioritario, como la policía griega no tiene efectivos suficientes han aceptado la ayuda de ACNUR que, como comenta Mingnone, “hace que se puedan priorizar los casos vulnerables y se reduzcan los tiempos de espera”. Aunque lo prioritario es que “se construya de manera inmediata un centro de refugiados para que puedan vivir. No puede ser que en un país de la Unión Europea estén en la calle. Tenemos las construcciones prefabricadas listas, pero no podemos traerlas porque las autoridades no nos han cedido ni un metro cuadrado en donde ponerlas”, añade.

Mientras tanto, los miles de refugiados que llegan a las costas de Cos viven en tiendas de campaña en la misma playa o en el paseo marítimo, en donde se chocan con los turistas. Por eso, el coordinador de emergencias de la ONG recuerda: “No podemos olvidarnos que si se les da la oportunidad a los refugiados de integrarse, ellos pueden ser un importante recurso para los países a los que llegan. Albert Einstein fue un refugiado, el padre de Steve Jobs era sirio, aunque no fuera refugiado. Puede que lleguen sin nada, pero si se les da la oportunidad pueden contribuir en el desarrollo del país”.

En el nº 2.961 de Vida Nueva

 

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