Sínodo de la Familia: Por una Iglesia “puente” y no “barrera”

Sínodo 2015 sobre la familia

En la apertura de la Asamblea, Francisco exige “coraje apostólico” en las propuestas sobre la familia

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Aula sinodal

Especial Sínodo de la Familia

ANTONIO PELAYO (ROMA) | Por si a estas alturas alguien tenía aún dudas sobre la línea pastoral que Francisco quiere que adopte esta XIV Asamblea Ordinaria del Sínodo de los Obispos sobre la Familia que acaba de abrir, se encargó de aclararlas desde los primeros momentos.

  • En la vigila celebrada en la Plaza de San Pedro, el día 3 de octubre, dijo: “Si no somos capaces de unir la compasión a la justicia, terminamos siendo seres inútilmente severos y profundamente injustos”.
  • En la misa inaugural del día 4, proclamó: “Una Iglesia con las puertas cerradas se traiciona a sí misma y a su misión y, en vez de ser puente, se convierte en barrera”.
  • Al día siguiente, en sus palabras de saludo a la asamblea de cardenales y obispos, les recordó que, “en el Sínodo, el Espíritu habla a través de las lenguas de todas las personas que se dejan guiar por el Dios que sorprende siempre, por el Dios que revela a los pequeños lo que esconde a los sabios e inteligentes, por el Dios que ha creado la ley y el sábado para el hombre y no viceversa, que deja a las noventa y nueve ovejas para buscar a la única oveja perdida, por el Dios que es siempre más grande que nuestras lógicas y nuestros cálculos”.

Son ideas que Bergoglio viene repitiendo desde hace décadas y que, desde que fue elegido sucesor de Pedro, constituyen un leitmotiv en muchas de sus homilías, discursos y alocuciones. Muy recientemente, con ocasión del VIII Encuentro Mundial de las Familias en Filadelfia, las ha vuelto a enunciar y, de paso, ha querido aclarar algunas interpretaciones erradas sobre los motus proprios que han cambiado la normativa para los procesos de declaración de la nulidad matrimonial: “El Sínodo –dijo a los periodistas en su vuelo de regreso a Roma– debe pensar bien cómo hacer la preparación al matrimonio, es una de las cosas más difíciles. Y los problemas son tantos… Pero todos están enumerados en el Instrumentum laboris. Me alegra que usted me haya hecho la pregunta sobre el ‘divorcio católico’; no, eso no existe. O no ha habido matrimonio (y esto es la nulidad, no ha existido) o, si ha existido, es indisoluble”.

Vigilia de oración

La víspera de la apertura del Sínodo, la Conferencia Episcopal Italiana había convocado una vigilia de oración en la plaza de San Pedro. La respuesta fue masiva o, al menos, más que suficiente para que no hubiesen vacíos en el vasto recinto que abrazan las columnas de Gian Lorenzo Bernini. “No queremos dejar que el lamento, el cansancio o el miedo –dijo el cardenal Angelo Bagnasco en sus palabras de saludo al Papa– prevalezcan sobre el estupor, la alegría y la valentía”. Y esta fue la nota dominante en los numerosos testimonios de parejas de todas las edades y condiciones sociales que se habían dado cita en la plaza cuando el ocaso comenzaba a dibujar de rosa y malva las nubes sobre el cielo de Roma.

También intervinieron figuras notables de los movimientos (muy poco representados, por cierto, en la asamblea sinodal). Kiko Argüello, fundador del Camino Neocatecumenal, agradeció a Pablo VI su “profética” encíclica Humanae vitae, mientras Maria Voce, por los focolares, afirmó: “A las familias cristianas se les ha confiado el mandato de la convivencia humana saneada por la misericordia”.

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Cardenales en el Sínodo

Cuando el Santo Padre, pasadas ya las siete de la tarde, comenzó a hablar, se encendieron en la plaza millares de pequeñas lámparas. “¿Vale la pena –se preguntó Bergoglio– encender una pequeña vela en la oscuridad que nos rodea? ¿Se pueden vencer las tinieblas?”. “Cada familia –aseguró poco después– es siempre una luz, por más débil que sea, en medio de la oscuridad del mundo. (…) La familia es lugar de santidad evangélica, llevada a cabo en las condiciones más ordinarias. En ella se respira la memoria de las generaciones y se ahondan las razones que permiten ir más lejos. Es el lugar del discernimiento, donde se nos educa para descubrir el plan de Dios para nuestra vida y saber acogerlo con confianza. La familia es lugar de gratuidad, de presencia discreta, fraterna, solidaria, que nos enseña a salir de nosotros mismos para acoger al otro, a perdonar, a ser perdonados”.

“Volvamos a Nazaret –insistió– para que sea un Sínodo que, más que hablar sobre la familia, sepa aprender de ella, en la disponibilidad de reconocer siempre su dignidad, su consistencia y su valor, pese a las muchas penalidades y contradicciones que la puedan caracterizar”.

Después de proclamar la frase que citábamos al principio de esta crónica, el Pontífice añadió: “Una Iglesia que es familia sabe presentarse con la proximidad y el amor de un padre que vive la responsabilidad del custodio, que protege sin reemplazar, que corrige sin humillar, que educa con el ejemplo y la paciencia. A veces, con el simple silencio de una espera orante y abierta. (…) La Iglesia es una casa abierta, lejos de grandezas exteriores, acogedora en el estilo sobrio de sus miembros y, precisamente por ello, accesible a la esperanza de paz que hay dentro de cada hombre, incluidos aquellos que –probados por la vida– tienen el corazón lacerado y dolorido. Esta Iglesia puede verdaderamente iluminar la noche del hombre”.

El domingo 4 de octubre (festividad litúrgica de san Francisco de Asís ), a las diez en punto de la mañana, el imponente aparato iluminador de la Basílica de San Pedro llenó de luz sus amplias naves. Mientras la Capilla Sixtina entonaba los Laudes Regiae con el Christus vincit, comenzó la procesión de los padres sinodales: varias decenas de cardenales, patriarcas y arzobispos mayores de la Iglesias orientales, más de un centenar de arzobispos y obispos, así como los sacerdotes miembros del Sínodo. Casi tantos o más que las invocaciones de las letanías de los santos que seguía entonando la schola.

El papa Francisco inició la celebración acompañado por los cuatro cardenales presidentes delegados –Vingt-Trois, arzobispo de París; el filipinio Luis Antonio Tagle, el arzobispo de Aparecida (Brasil), Raymundo Damasceno; y el arzobispo de Durban (Sudáfrica), Wilfrid Fox Napier–, el secretario general, el cardenal Lorenzo Baldisseri; el relator general, el cardenal Peter Erdö, arzobispo de Esztergom-Budapest; y el secretario especial, Bruno Forte, arzobispo de Chieti.

Las lecturas del XXVII Domingo del Tiempo Ordinario parecían haber sido escogidas para esta misa de apertura del Sínodo: el pasaje del Génesis que describe la creación de Eva, la carta a los Hebreos sobre la identidad de origen de Jesús y los santificados y, sobre todo, el evangelio de Marcos, que concluye con la frase: “Que el hombre no divida lo que Dios ha unido”. Inspirándose en ellos, Francisco pronunció una de sus más bellas y profundas homilías, que merece ser leída íntegramente y que aquí vamos a intentar resumir fielmente.

Al inicio de sus palabras, el Santo Padre abordó el tema de la soledad de Adán, “drama que aún aflige a muchos hombres y mujeres. (…) Hoy se vive la paradoja de un mundo globalizado, en el que vemos tantas casas de lujo y edificios de gran altura, pero cada vez menos calor de hogar y de familia; muchos proyectos ambiciosos, pero poco tiempo para vivir lo que se ha logrado; tantos medios sofisticados de diversión, pero cada vez más un profundo vacío en el corazón; muchos placeres, pero poco amor; tanta libertad, pero poca autonomía. (…) Son cada vez más las personas que se sienten solas y las que se encierran en el egoísmo, en la melancolía, en la violencia destructiva y en la esclavitud del placer y del dios dinero”. “Tanto poder –añadió–, acompañado de tanta soledad y vulnerabilidad; y la familia es su imagen. (…) Parecería que las sociedades más avanzadas son precisamente las que tienen el porcentaje más bajo de tasa de natalidad y el mayor número de abortos, de divorcios, de suicidios y de contaminación ambiental y social”.

Después de tratar brevemente el significado del amor entre el hombre y la mujer y de la vida conyugal, “que no es solo vivir juntos, sino también amarse para siempre”, Bergoglio se centró en la familia. “Para Dios –destacó–, el matrimonio no es una utopía de adolescente, sino un sueño sin el cual su criatura estará destinada a la soledad. (…) Paradójicamente, el hombre de hoy (que con frecuencia ridiculiza este plan) permanece atraído y fascinado por todo amor auténtico, por todo amor sólido, por todo amor fecundo, por todo amor fiel y perpetuo”.

Después de citar a su predecesor, Joseph Ratzinger, Bergoglio entró a definir la misión de la Iglesia en este “contexto social y matrimonial bastante difícil”: vivir en la fidelidad, en la verdad y en la caridad:

  • Fidelidad: “Voz que grita en el desierto para defender la sacralidad de la vida, de toda vida; para defender la unidad e indisolubilidad del vínculo conyugal como signo de la gracia de Dios y de la capacidad del hombre de amar en serio”.
  • Verdad: “Que no cambia según las modas pasajeras o las opiniones dominantes. La verdad que protege al hombre y a la humanidad de las tentaciones de la autorreferencialidad y de transformar el amor fecundo en egoísmo estéril, la unión fiel en vínculo temporal. (…) Sin la verdad, la caridad cae en mero sentimentalismo. El amor se convierte en un envoltorio vacío que se rellena arbitrariamente. Este es el riesgo fatal del amor en una cultura sin verdad” (Benedicto XVI, Caritas in veritate 3).
  • Caridad: “Que no señala con el dedo para juzgar a los demás, sino que (fiel a su naturaleza como madre) se siente en el deber de buscar y curar a las parejas heridas con el aceite de la acogida y de la misericordia; de ser el ‘hospital de campaña’ con las puertas abiertas para acoger a quien llama pidiendo ayuda y apoyo”.

Esta última parte la concluyó el Papa con esta frase que, al día siguiente, aparecía como título en la mayoría de los medios de información: “Una Iglesia con las puertas cerradas se traiciona a sí misma y a su misión y, en vez de ser puente, se convierte en barrera”. Y, para corroborar teológicamente esta afirmación, citaba la epístola neotestamentaria: “El santificador y los santificados proceden todos del mismo. Por eso no se avergüenza de llamarlos hermanos”.

El argumentario escriturístico y teológico usado por el Papa en la misa de apertura del Sínodo de los Obispos fue absorbido por los padres sinodales, incluidos algunos de los más refractarios a lo que llaman la “misericorditis” de Bergoglio. A las nueve de la mañana del 5 de octubre, el Aula del Sínodo estaba rebosante y no quedaba un sitio libre. El Papa llegó puntual y el aplauso fue –así me lo pareció a mí al menos– una aprobación de todo cuanto el Santo Padre les había transmitido el día anterior.

La primera Congregación General (se celebrarán 18 durante las tres semanas de duración del Sínodo) se ajustó al esquema ya seguido en la Asamblea Extraordinaria de octubre de 2014: saludo de uno de los cuatro presidentes delegados, relación del secretario general y relación del cardenal relator general.

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Francisco saluda y se ríe con un cardenal

Todo ello fue precedido por el canto de los Laudes y una breve meditación a cargo del cardenal Óscar Rodríguez Maradiaga. “A veces nos entristece escuchar –afirmó el arzobispo de Tegucigalpa– cómo el mundo ha enfocado este Sínodo pensando que venimos como dos bandos opuestos a defender posiciones irreductibles. (…) No somos una Iglesia en vía de extinción, ni mucho menos. La familia tampoco, aunque está amenazada y combatida. Tampoco venimos a lamentarnos por las dificultades. (…) Por eso queremos comenzar el Sínodo en paz. No es la paz del mundo, hecha de componendas y compromisos que tantas veces no se cumplen. Es la paz de Cristo, la paz con nosotros mismos”.

Todos estaban, sin embargo, pendientes de lo que les iba a decir el Papa, y este no se sustrajo al compromiso. “El Sínodo, como sabemos –comenzó–, es un caminar juntos con espíritu de colegialidad y de sinodalidad, adoptando con valentía la parresía, el celo pastoral y doctrinal, la sabiduría, la franqueza y poniendo siempre por delante de nuestros ojos el bien de la Iglesia, de las familias y la suprema lex, la salus animarum”.

“Quisiera recordaros –continuó leyendo el texto preparado– que el Sínodo no es un congreso o un locutorio, no es un parlamento o un senado donde unos se ponen de acuerdo con otros. El Sínodo es, al contrario, una ‘expresión eclesial’, es decir, la Iglesia que camina junta para leer la realidad con los ojos de la fe y con el corazón de Dios; es la Iglesia que se interroga sobre la fidelidad al depósito de la fe, que para ella no representa un museo que hay que guardar y ni siquiera que salvaguardar, sino una fuente viva en la que la Iglesia apaga su sed e ilumina el depósito de la vida”.

Por fin, recordó a sus oyentes que el Sínodo, para ser un espacio donde actúe el Espíritu Santo, debe ser vivido “con valentía apostólica, humildad evangélica y oración confiada”. Glosando estas palabras, les animó a no dejarse asustar por las seducciones del mundo y a no sustituir la luz de la verdad con “pequeñas y temporales luces”. Finalmente, les invitó a “no petrificar” sus corazones, que, no obstante, las buenas intenciones, alejan a las personas de Dios”.

Según reveló el portavoz vaticano, Federico Lombardi, en la rueda de prensa del martes 6, el Papa se dirigió de nuevo ese día a los padres sinodales e insistió en que “la doctrina católica sobre el matrimonio no está en cuestión en la asamblea”, siendo “la que conocemos” y, por tanto, “no será tocada”, pues “conserva su validez”. “Para nuestra tarea sinodal –enfatizó–, debemos tener presente que no debemos dejarnos condicionar nuestro horizonte de trabajo en el Sínodo, como si el único problema fuera la comunión a los divorciados. El horizonte es más amplio”.

Ese mismo día, un periodista de la cadena Televisa desvelaba que Francisco visitará México el próximo año, noticia que confirmaba poco después el padre Lombardi. Aunque todavía no se han fijado las fechas, el portavoz vaticano ha señalado que, seguramente, uno de sus destinos será el santuario de la Virgen de Guadalupe. Cabe recordar que tanto el presidente, Enrique Peña Nieto, como la Conferencia del Episcopado Mexicano (CEM) han invitado en diversas ocasiones al Papa argentino a visitar su país, algo que ya hicieron tanto Juan Pablo II (1979, 1990, 1993, 1999 y 2002) como Benedicto XVI (2012).

De la preparación al matrimonio al consumo de la sexualidad

El lunes 5 de octubre, el relator general de esta Asamblea presentó en el Aula su Relación introductoria. Se trata de un largo documento dividido en tres partes: la escucha de los desafíos sobre la familia, el discernimiento de la vocación familiar y la misión de la familia hoy. Ante la imposibilidad de recogerlo aquí íntegramente, ofrecemos a nuestros lectores una batería de citas textuales:

  1. “El movimiento migratorio está disgregando las familias, lo que es una dificultad para su formación. En muchas partes del mundo, jóvenes padres dejan en casa a sus hijos y buscan trabajo en el extranjero”.
  2. “En un marco de notable alienación, se explica la fuga instintiva de muchas gentes a las formas institucionales. Así parece que pueda explicarse el crecimiento del número de parejas que viven juntos de forma estable, pero que no quieren contraer ningún tipo de matrimonio, ni religioso ni civil”.
  3. “Además de las fugas institucionales, se encuentra también la creciente inestabilidad institucional que se manifiesta en los altos porcentajes de divorcios”.
  4. “La sociedad de consumo ha separado la sexualidad de la procreación. Esta es también una de las causas de la escasa natalidad. A veces, depende de la pobreza; en otros casos, de las dificultades de asumir responsabilidades”.
  5. “La belleza [del matrimonio] no tiene simplemente el sentido de una cosa que agrada sin interés, no tiene una validez puramente estética, sino que se revela como un verdadero y profundo interés objetivo de la existencia humana, un verdadero camino para la felicidad que en el matrimonio sacramental resulta ser un medio de santificación y fuente de gracia”.
  6. “Las familias cristianas están llamadas a dar testimonio del Evangelio, ya sea con la propia vida vivida según el Evangelio, ya sea a través de un anuncio misionero. (…) La familia es el lugar donde se aprende la experiencia del bien común”.
  7. “En la preparación pastoral al matrimonio es necesario profundizar los aspectos que ponen sobre todo en evidencia las propiedades esenciales del matrimonio a nivel natural y sobrenatural. Resulta extremadamente útil la participación alegre de la comunidad cristiana, que acoge a la nueva familia, que debe sentirse miembro vivo de la familia eclesial”.
  8. “Los cristianos deben intentar crear estructuras económicas de apoyo para ayudar a las familias que se ven especialmente golpeadas por la pobreza, el paro, la precariedad del trabajo, la falta de asistencia socio-sanitaria o que son víctimas de la usura. Toda la comunidad eclesial debe intentar asistir a las familias víctimas de las guerras y de las persecuciones”.
  9. “Sobre los divorciados vueltos a casar civilmente, es un deber el acompañamiento pastoral misericordioso, el cual no deja dudas sobre la verdad de la indisolubilidad del matrimonio enseñada por el mismo Cristo. La misericordia de Dios ofrece al pecador el perdón, pero requiere la conversión. (…) No es el naufragio del primer matrimonio, sino la convivencia en la segunda relación, la que impide el acceso a la Eucaristía”.
  10. “La Iglesia enseña que ‘no existe ningún fundamento para asimilar o establecer analogías, ni siquiera remotas, entre las uniones homosexuales y el diseño de Dios sobre el matrimonio y la familia. No obstante, los hombres y las mujeres con tendencias homosexuales deben ser acogidos con respeto y delicadeza”.

En el nº 2.959 de Vida Nueva.

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