Iglesia y política

Fernando Sebastián, cardenal arzobispo eméritoFERNANDO SEBASTIÁN | Cardenal arzobispo emérito

Este asunto sigue siendo en España una cuestión pendiente. Las recientes elecciones catalanas lo han puesto de nuevo en el candelero. Hemos escuchado, o leído, afirmaciones que no son aceptables.

Si se piensan bien las cosas, no es verdad que la Iglesia deba mantenerse al margen de la política. Ni puede ser neutral en política. No todas las políticas son moralmente iguales. Si así fuera, no hubieran sido posibles los admirables discursos del papa Francisco en EE.UU.

No está claro que la Iglesia pueda bendecir una opción nacionalista y separatista. Las preferencias y decisiones políticas son acciones morales y su bondad moral les viene de su relación con la caridad, que, en este caso, se concreta en el bien común, en el deseo sincero de buscar lo mejor para el conjunto de la sociedad. Teniendo en cuenta que el bien común no puede ser restrictivo, egoísta, sino común, general, abierto. Tampoco podemos bendecir algo que se plantea fuera de la legalidad. Veamos:

  1. La Iglesia no puede identificarse con ninguna opción política concreta. Jesús es su único Maestro. Está por encima de todas las teorías y de todos los sistemas. Tiene que mantenerse libre de todo enfeudamiento. También de los nacionalismos.
  2. Por encargo de Jesús, tiene que ser maestra y educadora moral de sus fieles y aun de la humanidad entera, en todos los ámbitos de la vida, también en el político. Las preferencias y acciones políticas son acciones libres y morales, tienen que estar dirigidas por criterios morales, en concreto por el deseo eficaz de favorecer el bien común, cuanto más común, mejor.
  3. En consecuencia, la Iglesia debe recomendar las políticas más abiertas a la influencia de la caridad social, más favorecedoras del bien común, sin egoísmos, sin falsedades, sin exclusiones de ninguna clase.
  4. Los nacionalismos suelen alimentarse de la sobreestimación propia y el menosprecio de los demás. Y se justifica con el repertorio de los agravios sufridos, unas veces reales y otras imaginarios.

Nuestra misión es educar en la verdad y en el amor, hacia el encuentro universal.
En el nº 2.958 de Vida Nueva.

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