La parálisis de la UE agrava el drama de los refugiados

Según ACNUR, más de 440.000 han llegado a nuestras fronteras en lo que va de año

Un grupo de refugiados en Nickelsdorf (Austria)

Un grupo de refugiados en Nickelsdorf (Austria)

MIGUEL ÁNGEL MALAVIA | La falta de consenso en la UE para acoger a decenas de miles de refugiados (Hungría, República Checa, Eslovaquia y Rumanía se oponen al último acuerdo, que distribuye a 120.000 personas) conlleva situaciones tan dramáticas como esta: Croacia ha bloqueado su entrada y devuelve a los exiliados a Hungría, que a su vez levanta en su frontera con el país una valla como la que ya erigió ante Serbia, y ha movilizado a reservistas en su linde. Mientras, los refugiados son llevados en autobuses, quedando familias divididas y sin saber a veces cuál será su destino.

En declaraciones a Vida Nueva, Rosa Otero, portavoz de la delegación española de ACNUR, defiende que “la crisis solo se puede gestionar con una respuesta común. Si los países toman medidas de forma individual, solo agravarán una situación ya de por sí caótica, aumentando el sufrimiento de las personas y la tensión entre los estados en un momento en el que Europa necesita más solidaridad y confianza”.

Y es que, argumenta, se requieren acciones de calado: “En lo que llevamos de año, más de 440.000 refugiados e inmigrantes han llegado a través del Mediterráneo y unos 4.000 alcanzan las islas griegas cada día; cifras que dan cuenta del agravamiento de la crisis, que, además, va pasando de un país a otro sin ninguna solución. En este contexto, los riesgos para miles de refugiados van en aumento, al tiempo que la incertidumbre y falta de información avivan la desesperación, con la posibilidad de mayores incidentes y tragedias, lo que fomenta la hostilidad hacia quienes huyen de la persecución y necesitan ayuda. Este ambiente es el caldo de cultivo, entre otros, para los traficantes de personas”.

Política integral

José Luis Segovia, vicario de Pastoral Social de la Archidiócesis de Madrid y coordinador de la Mesa de la Hospitalidad, con la que se busca dar respuesta a los refugiados, pide una acogida integral: “Es preciso hacer sostenible esta feliz oleada espontánea de solidaridad para que no se quede en emotivismo pasajero. Nos preocupa que nos olvidemos de los refugiados desatendidos que ya están aquí, de los que pierden papeles, de los migrantes económicos y de los vulnerables autóctonos”.

Porque, recalca, “si queremos avanzar en cohesión social, hay que apostar por elevar los listones de los derechos económicos y sociales. Necesitamos una política de asilo más seria e integral, de la mano de políticas de integración. La historia muestra que los estados pueden potenciar la xenofobia o, incluso en situaciones de crisis económica, incrementar el bienestar de todos”.

“No es una barbaridad, sino todo lo contrario –concluye–, pensar en una regularización extraordinaria para extranjeros con arraigo en el país. Los hechos son tozudos: el sur ya está en el norte y los problemas de cualquier parte del planeta son los nuestros. Lo que no hagamos por justicia, habrá que hacerlo por necesidad”.

Acogida del Padrenuestro

La Comunidad de Sant’Egidio en Madrid acoge a una familia de refugiados sirios desde hace casi un año. “En Adviento –relata Jesús Romero, miembro del grupo–, un párroco de Vallecas nos los presentó. Junto al drama de la guerra, sufrían el dolor de la separación, pues el padre y uno de los hijos no pudieron salir del país”.

Pese a que la Comunidad llevaba “desde el inicio de la terrible guerra intentando buscar cauces de diálogo entre las partes, organizando iniciativas de ayuda concreta para los refugiados y rezando insistentemente por la paz”, aquel encuentro “supuso la constatación de que el drama de Siria estaba ya entre nosotros, en nuestros barrios. Ayudar a Siria y a su población significaba mirar los rostros concretos de las personas que teníamos ante nosotros. Esta familia sufría el exilio y habían dejado atrás una historia, una vida, unos amigos. Empezaba una nueva vida lejos de todo lo que conocían”.

Sant’Egidio ha inscrito a las dos hijas en la escuela y se ocupa de pagar el alquiler de su vivienda. Todo esfuerzo es poco, y son muchas las manos dispuestas a ayuda, pero reclaman más compromisos: “No es posible rezar el Padrenuestro sin estar dispuestos a acoger a todos como hermanos. Lo más importante que podemos ofrecer, y que está al alcance de toda comunidad y toda parroquia, es ser familia.

En el Año de la Misericordia, el abrazo, la sonrisa y los gestos concretos, fraternales y cariñosos con los refugiados pueden ser el signo de que el Evangelio de la caridad ha puesto su tienda entre nosotros. Es la ‘caricia’ de la ‘Iglesia madre’, como dice el Papa. Que la reciba quien llega de la guerra puede cambiar el destino de una Europa que abre fronteras a la economía y alza muros a las personas”.

En el nº 2.957 de Vida Nueva.

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