‘Mi casa en París’: secretos de familia

"Mi casa en París"

J. V. ECHAGÜE | En Los puentes de Madison (1995), la relación extramarital entre Francesca y Robert Kincaid avivaba la sensibilidad del espectador, pero también el “cabreo” de sus hijos. Mientras leen sus cartas póstumas, estos no pueden dejar de pensar que su madre, en esencia, se la “pegó” a su padre cuando ellos gastaban pantalón corto. La lluvia, confundida con las lágrimas, enterraba cualquier poso de ira en la secuencia final. Pero, ¿y si empezamos a atar cabos? ¿Y si un hallazgo de tal calibre nos trauma hasta el punto de achacarle nuestros fracasos a nuestros padres? Podría decirse que, donde acababa el filme de Clint Eastwood, comenzaría Mi casa en París, debut del octogenario dramaturgo Israel Horovitz basado en una obra propia.

Dirigida por un norteamericano, con producción británica y en pleno centro de París, la cinta juega al despiste. Su trama podría ser digna de aquellas comedias muy inglesas y aún más negras de los estudios Ealing. O incluso del costumbrismo de aquel El pisito (1959), de Marco Ferreri. Cercano ya a la “sesentena”, Mathias (Kevin Kline), un neoyorquino con tres divorcios a sus espaldas, se desplaza a París para hacer efectiva la herencia de su padre: un lujoso apartamento en Marais. Su intención es venderlo, pero se topa con un obstáculo: allí viven una nonagenaria, Mathilde (Maggie Smith), y su hija Chloé (Kristin Scott Thomas). Y es que la casa, técnicamente, no es suya: su padre la compró como renta vitalicia y no podrá ocuparla hasta que Mathilde fallezca.

"Mi casa en París"Pero Horovitz no es Azcona ni lo pretende. El filme saca el partido justo a su premisa, despliega un humor ligero e incluso coquetea con las estampas a orillas del Sena. Pero la revelación de un secreto, sepultado durante décadas, adentra de lleno a la obra en territorios más morales, deja a sus tres protagonistas desvalidos y nos obliga a explorar en los conceptos de culpa y perdón en el seno familiar. Ya no es la herencia de un piso: el padre de Mathias le ha dejado un legado más doloroso que le hará replantearse, a él y a los que le rodean, su errática existencia. Y hasta aquí se puede leer.

La cinta no oculta su origen teatral, para lo bueno y para lo malo: por un lado, su veterano y excepcional trío protagonista aguanta el enorme peso de conducir la trama por los retorcidos senderos que transitan del drama a la comedia, algo que su guión no siempre pone fácil; por otro, su puesta en escena se acerca más a lo escénico que a lo cinematográfico. Con todo, aunque solo sea porque divierte e invita a la reflexión, merece la pena rebuscar en este baúl de los recuerdos. Y el hecho de que le haya tocado en suerte la cartelera veraniega puntúa doble. Como nos enseña el filme, algunos pecados hay que perdonarlos.

FICHA TÉCNICA

TÍTULO ORIGINAL: My old lady.

DIRECCIÓN: Israel Horovitz.

GUIÓN: Israel Horovitz, basado en su obra tratral.

MÚSICA: Philippe Deshaies, Lionel Flairs, Benoit Rault.

FOTOGRAFÍA: Mark Orton.

PRODUCCIÓN: David C. Barrot, Nitsa Benchetrit, Gary Foster, Rachael Horovitz.

INTÉRPRETES: KKevin Kline, Maggie Smith, Kristin Scott Thomas, Dominique Pinon, Michael Burstin, Elie Wajeman, Raphaële Moutier, Sophie Touitou.

En el nº 2.954 de Vida Nueva

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