Los festivales son para el verano

jóvenes en un festival de música de verano

Frente a las citas musicales de tipo ‘megabotellón’, se abren paso programas que incorporan más actividades

La cantante y trompetista Andrea Motis y Joan Chamoroo en el 50 Festival de Jazz de San Sebastián 2015

Andrea Motis y Joan Chamorro en el 50º Festival de Jazz de San Sebastián

Los festivales son para el verano [extracto]

JUAN CARLOS RODRÍGUEZ | Los “tres días de paz y amor” del festival de Woodstock –el más importante en la historia de la música contemporánea de Estados Unidos, y quizás de todo el mundo, celebrado ya hace casi 50 años, en 1969– dan paso en España a una edad dorada de los festivales de música rock, pop, indie, folk, electrónica, punk, hip hop, ska y hasta flamenco… verdaderamente para todos los gustos y precios, casi todos pensados para un público joven, fan y bullanguero, pero también para el público familiar. Tres o cuatro días, con varios escenarios –mínimo tres–, una ingente concentración de grupos internacionales y nacionales que llegan a superar los cien, camping y, sobre todo, miles y miles de asistentes, entre ellos una notable presencia de extranjeros, sobre todo británicos.

“Es similar a los museos de arte contemporáneo. De repente, se impuso la idea de que todas las capitales de provincia tenían que tener un museo de arte contemporáneo, una réplica del Guggenheim, para que así, en vez de estar un día en la ciudad, se quedasen dos. Son prácticas de la industria turística que reproduce muy bien Benicàssim”, explica el crítico musical Víctor Lenore (Soria, 1972), autor del ensayo Indies, hipsters y gafapastas: crónica de una dominación cultural (Capitán Swing, 2014).

El actual panorama de festivales contabiliza al menos 142 citas de notable presencia musical, concentradas básicamente en verano, entre junio y septiembre (106), con julio (39) y agosto (23) como la explosión de una fórmula que se repite, y con éxito, de manera casi clónica, por las villas costeras de España. El Primavera Sound y el Sónar Festival en Barcelona, el Bilbao BBK Live –que ha cumplido su décimo aniversario– o el Arenal Sound de Burriana (Castellón), que en la última semana de julio esperaba a 50.000 personas diarias y 120 artistas –entre ellos Crystal Fighters, The Kooks o Steve Aoki– y es el más exitoso en la fórmula ‘playa, música y juventud’; fórmula que también ofertan el Alrumbo Festival (Chipiona, Cádiz), el Weekend Beach Festival (Torre del Mar, Málaga), el Low Festival (Benidorm) o el Dreambeach de Alaricos (Almería), que han entrado de lleno en el circuito de las grandes citas.

“Si miras el mapa de festivales indie-hipsters-modernos, es la ruta del turismo internacional: Barcelona, el BBK y toda la costa de Levante –explica Lenore, muy crítico con la multiplicación de festivales–. Se les acabó la costa para poner ladrillo y, como necesitaban seguir creando valor y negocio, optaron por la cultura juvenil. Son festivales empapelados con publicidad de grandes corporaciones. Desde que entras al Primavera Sound hasta que llegas al primer escenario, seguro que te cruzas con cinco o seis anuncios”.

En cualquier caso, para él, “el Sónar pasa por ser el festival de música que más arriesga en España”. El comentario hay que ponerlo en contexto, ya que el resto arriesgan poco o nada, abandonados a las inercias de la nostalgia, reunir grupos famosos y la anglofilia, de la que el Sónar tampoco se libra precisamente. El veterano FIB de Benicàssim (Castellón) –con veinte años– es un referente incuestionable, junto a al Rototom Sunsplash de agosto, también en Benicàssim, consagrado al reggae y a las músicas negras, aunque con mucha menos repercusión mediática –que no de público– que su hermano indie. Y en la estela de uno de los más sólidos, aunque en primavera: el Viña Rock de Villarrobledo (Albacete). Gerardo Cartón y Jorge Obón, autores del Manual del perfecto festivalero (Lunwerg), tienen claro que los festivales en España son “mucho más conservadores” que en el resto de Europa y recomiendan, frente a los más conocidos, “no cerrarse a citas pequeñas y en las que no aparezcan grandes nombres globalizados y megaconocidos en las posiciones más altas del cartel”.

Aunque Javier Blánquez, crítico de la revista Rockdelux, afirma que “las certezas del pasado ya no sirven para explicar la realidad. En política han desaparecido las mayorías absolutas, y en música se han esfumado los cabezas de cartel. Antes, para los festivales, los figurones con fama e historia eran el reclamo para vender entradas, pero cuando tu taquilla ronda los cien mil asistentes –esa fue la de Sónar el año pasado– se necesita algo más que encomendarse al bronceado y el tinte de Duran Duran”. Ese algo es cada vez más, según Alfonso Santiago, responsable del BBK, una programación abierta y no adscrita a ningún estilo, aunque el indie español es el que predomina, con grupos como Vetusta Morla.jóvenes en un festival de música de verano

Fórmulas alternativas

Gerardo Cartón y Jorge Obón proponen, por ejemplo, una serie de variables para elegir: comodidad, precio, localización, ciudad, sonido, cartel, nivel de magia, nivel de diversión y backstage. El primero se queda con el Sónar –“es el más especial y el más distinto; la música es electrónica y más experimental y tiene una parte de visuales y de tecnología futurista”–, mientras que el segundo elige el Vida Festival (Vilanova i la Geltrú, Barcelona), de menor tamaño, que une música en directo, arte, cine, handcraft, ilustración, gastronomía… “y tiene hasta un arquitecto paisajista para que tengas una experiencia única”.

Esta segunda es una fórmula –de menor aforo y más propuestas culturales, incluida la localización extraordinaria– que cada vez triunfa más allá del megabotellón que explotan algunas de las principales citas musicales del verano. Agustín Fuentes, director del festival Contempopránea –que cumple veinte años entre Badajoz y Alburquerque–, vende como una de las principales características del evento el ambiente “cordial, casi familiar, y la buena relación entre el público forastero, los artistas y los alburquerqueños”.

En esa línea están, por ejemplo, Etnosur (Alcalá la Real, Jaén), La Mar de Músicas (Cartagena) o Pirineos Sur (Sallent de Gállego, Huesca). Y otros muchos.

Según Javier Vielba, líder de los rockeros indies del grupo vallisoletano Arizona Baby: “Es una fantástica ocasión para ver un montón de grupos de una tacada. En realidad, los festivales tienen dos caras. Está esa posibilidad de concentrar a miles de personas alrededor de muchos grupos, pero también, y más en tiempos de crisis, son un arma de disuasión que desmotiva a mucha gente de ir a las salas. Es peligroso porque sin el circuito de salas no hay vida para la música…”.

‘Jazz’, música clásica o teatro, deleite de los sentidos

El más antiguo de cuantos festivales de verano se programan en España no es de pop, de rock ni música electrónica, sino de jazz. El hoy llamado Heineken Jazzlandia, el festival de Jazz de San Sebastián, nació en 1966 y en medio siglo se ha convertido en la gran referencia de los festivales –y no solo de jazz– de España, junto al Festival de Jazz de Vitoria-Gasteiz, que alcanzó este julio su 39ª edición.

Junto a ellos, se programan un larguísimo número de medianos y pequeños festivales de una música que también prefiere el verano, cita para el descanso y el deleite de los sentidos. La música clásica o el teatro son también dos de los grandes protagonistas de los denominados “festivales” en julio y agosto.

Imprescindibles son el Festival Internacional de Santander, que este año da protagonismo a la música barroc; el Festival Internacional de Música y Danza de Granada; o el Festival Castell de Peralada (Girona).

El teatro también goza de reputación veraniega, con las grandes citas de Festival Internacional de Teatro Clásico de Mérida (Badajoz), el Festival de Teatro Clásico de Almagro (Ciudad Real) o el Festival Clásicos en Alcalá (Madrid). Tienen el éxito –y el aforo– garantizado.

En el nº 2.952 de Vida Nueva

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