¿Por qué pierden los jóvenes el norte?

Jesús Sánchez Camacho, profesor CES Don BoscoJESÚS SÁNCHEZ CAMACHO | Profesor CES Don Bosco

En su tesis doctoral, Vida Nueva. Medio Siglo de una revista (1985-2008), Ninfa Watt sostiene que “de la época de Pérez Lozano destaca un [colaborador] que se convertirá, con el paso del tiempo, en uno de los mejores directores del cine español: José Luis Garci. El cineasta madrileño de ascendencia asturiana da sus primeros pasos literarios en Cinestudio y en Vida Nueva” (p. 250).

En el nº 479/480, el polifacético director de cine español, que en 1983 ganaría el primer Óscar a la mejor película de habla no inglesa, Volver a empezar, hace un breve recorrido por la historia de los Beatles, con ocasión de un concierto ofrecido por este grupo musical en la plaza de toros de Madrid. Pero un artículo que comienza narrando cómo en 1960 unos jóvenes habilitan un club de música en un viejo almacén en Liverpool pega un giro copernicano en su segunda página.

El actual cineasta subraya que “los Beatles no han alcanzado la fama rápidamente. Han tenido que luchar mucho. Y que trabajar, también. (…) Todo en este mundo exige oficio. Preparación. Sin oficio no hay técnica, no hay triunfo posible”. Y Garci sitúa en sus antípodas a una serie de bandas de Madrid, a las que cataloga de “gamberros adinerados” que no solo se dedican a ir a bailes, sino también al vandalismo.

En el artículo “La Odisea adolescente; ¿qué les está pasando y por qué?”, en Cultura actual y pastoral juvenil, Jesús Rojano, salesiano y director de Misión Joven, plantea una analogía entre los obstáculos con los que se topa Ulises y los lugares que frecuentan los jóvenes actuales. Sirva de ejemplo Circe, quien hechizó a una tripulación, transformándola en animales y limitándola a pastar despreocupadamente. Los adolescentes de cualquier época serán seducidos por un sinfín de hechizos.

Más allá de la queja y del “cómo está hoy la juventud”, todos los agentes sociales somos corresponsables de sus problemas. La meta no se alcanza escudándoles ante los golpes, que deben ser lugares de travesía; sino evitando que estos produzcan un bloqueo, un estacionamiento, que impida el viaje a Ítaca.

En el nº 2.950 de Vida Nueva

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