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Discurso de Francisco a los representantes de la sociedad civil de Paraguay – 11 de julio de 2015

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Estadio León Condou del colegio San José, Asunción

Queridos amigos:

Me alegra poder estar con ustedes, representantes de la sociedad civil, para compartir sueños e ilusiones en un futuro mejor. Agradezco a Mons. Adalberto Martínez Flores, Secretario de la Conferencia Episcopal del Paraguay, las palabras de bienvenida que me ha dirigido en nombre de todos.

Verlos a todos, cada uno proveniente de un sector, de una organización de esta querida sociedad paraguaya, con sus alegrías, preocupaciones, luchas y búsquedas, me lleva a hacer una acción de gracias a Dios. Un pueblo que no mantiene viva sus preocupaciones, un pueblo que vive en la inercia de la aceptación pasiva, es un pueblo muerto. Por el contrario, veo en ustedes la savia de una vida que corre y que quiere germinar. Eso siempre Dios lo bendice. Dios siempre esta a favor de todo lo que ayude a levantar, mejorar, la vida de sus hijos. Hay cosas que están mal, sí. Hay situaciones injustas, sí. Pero verlos y sentirlos, me ayuda a renovar la esperanza en el Señor que sigue actuando en medio de su gente. Vienen desde distintas miradas, situaciones y búsquedas, todos juntos forman la cultura paraguaya. Todos son necesarios en la búsqueda del bien común. “En las condiciones actuales de la sociedad mundial, donde hay tantas iniquidades y cada vez más las personas son descartables” (Laudato si’ 158) verlos a ustedes acá es un regalo.

Quiero dar las gracias también a las personas que han formulado las preguntas, ya que en ellas he podido ver, ante todo su compromiso por trabajar unidos y sin descanso por el bien de la Patria.

1. Con relación a la primera pregunta, me ha gustado escuchar en boca de un joven la preocupación por hacer que la sociedad sea un ámbito de fraternidad, de justicia, de paz y dignidad para todos. La juventud es tiempo de grandes ideales. Qué importante es que ustedes jóvenes vayan intuyendo que la verdadera felicidad pasa por la lucha de un mundo más fraterno. Qué bueno que ustedes jóvenes, vean que felicidad y placer no son sinónimos. Sino que la felicidad exige, el compromiso y la entrega. Son muy valiosos para andar por la vida como anestesiados. Paraguay tiene abundante población joven y es una gran riqueza. Por eso, pienso que lo primero que se ha de hacer es evitar que esa fuerza se apague esa luz en sus corazones y contrarrestar la creciente mentalidad que considera inútil y absurdo aspirar a cosas que valgan la pena. A jugársela por algo, a jugársela por alguien. No tengan miedo de dejar todo en la cancha. No tengan miedo de entregar lo mejor de sí.

Eso sí, no lo hagan solos. Busquen charlar, aprovechen a escuchar la vida, las historias, los cuentos de sus mayores, de sus abuelos. Pierdan mucho tiempo en escuchar todo lo bueno que tienen para enseñarles. Ellos son los custodios de ese patrimonio espiritual de fe y valores que definen a un pueblo y alumbran su camino. Encuentren también consuelo en la fuerza de la oración, en Jesús. En su presencia cotidiana y constante. Él no defrauda. Jesús a través de la memoria de su pueblo, es el secreto para que su corazón siempre se mantenga alegre en la búsqueda de fraternidad, de justicia, de paz y dignidad para todos.

Me ha gustado la poesía de Carlos Miguel Giménez, que Mons. Adalberto Martínez ha citado. Creo que resume muy bien lo que he querido decirles: “[Sueño] un paraíso sin guerra entre hermanos, rico en hombres sanos de alma y corazón… y un Dios que bendice su nueva ascensión”. Sí, Dios es la garantía de nuestra dignidad de hombres.

2. La segunda pregunta se ha referido al diálogo como medio para forjar un proyecto de nación que incluya a todos. Efectivamente el diálogo no es fácil. Son muchas las dificultades que hay que superar y, a veces, parece que nosotros nos empeñamos en hacer las cosas más difíciles todavía. Para que haya diálogo es necesaria una base fundamental. El diálogo presupone, nos exige la cultura del encuentro. Un encuentro que sabe reconocer que la diversidad no solo es buena: es necesaria. Por lo que el punto de partida no puede ser que el otro está equivocado. El bien común se busca, desde nuestra diferencias dándole posibilidad siempre a nuevas alternativas. Es decir, busca algo nuevo. No sacar “su propia tajada”, sino discutir juntos, pensar una mejor solución para todos. Muchas veces esta cultura del encuentro se ve envuelta en el conflicto. Es lógico y esperable. No le tenemos que temer, o ignorarlo, por el contrario, somos invitados a asumirlo. Esto significa: “Aceptar sufrir el conflicto, resolverlo y transformarlo en un eslabón de un nuevo proceso” (Evangelii gaudium 227). Porque “la unidad es superior al conflicto” (ibíd. 228) Una unidad que no rompe las diferencias, sino que las vive en comunión por medio de la solidaridad y la comprensión. Al tratar de entender las razones del otro, su experiencia, sus anhelos, podremos ver que en gran parte son aspiraciones comunes. Esta es la base del encuentro: todos somos hermanos, hijos de un mismo Padre celestial, y cada uno con su cultura, su lengua, sus tradiciones, tiene mucho que aportar a la comunidad. Las verdaderas culturas no están cerradas en sí mismas, sino que están llamadas a encontrarse con otras culturas y crear nuevas realidades. Sin este presupuesto esencial, sin esta base de hermandad será muy difícil arribar al diálogo. Si alguien considera que hay personas, culturas, situaciones de segunda, de tercera o de cuarta… algo seguro saldrá mal porque simplemente carece de lo mínimo, del reconocimiento de la dignidad del otro.

3. Y esto me da pie para responder a la inquietud manifestada en la tercera pregunta: acoger el clamor de los pobres para construir una sociedad más inclusiva. Un aspecto fundamental para promover a los pobres está en el modo en que los vemos. No sirve una mirada ideológica, que los termina utilizándolos al servicio de otros intereses políticos o personales (cf. Evangelii gaudium 199). Para buscar efectivamente su bien, lo primero es tener una verdadera preocupación por su persona, valorarlos en su bondad propia. Pero, una valoración real exige estar dispuestos a aprender de ellos. Los pobres tienen mucho que enseñarnos en humanidad, en bondad, en sacrificio. Los cristianos tenemos además un motivo mayor para amar y servir a los pobres: en ellos vemos el rostro y la carne de Cristo, que se hizo pobre para enriquecernos con su pobreza (cf. 2 Co 8,9).

Ciertamente, es muy necesario para un país el crecimiento económico y la creación de riqueza, y que esta llegue a todos los ciudadanos sin que nadie quede excluido. La creación de esta riqueza debe estar siempre en función del bien común, y no de unos pocos. Y en esto hay que ser bien claros. “La adoración del antiguo becerro de oro (cf. Ex 32,1-35) ha encontrado una versión nueva y despiadada en el fetichismo del dinero y en la dictadura de la economía sin rostro” (Evangelii gaudium 55). Las personas cuya vocación es ayudar al desarrollo económico tienen la tarea de velar para que este siempre tenga rostro humano. En sus manos está la posibilidad de ofrecer un trabajo a muchas personas y dar así una esperanza a tantas familias. El trabajo es un derecho y dignifica a las personas. Traer el pan a casa, ofrecer a los hijos un techo, salud y educación, son aspectos esenciales de la dignidad humana, y los empresarios, los políticos, los economistas, deben dejarse interpelar por ellos. Les pido que no cedan a un modelo económico idolátrico que necesita sacrificar vidas humanas en el altar del dinero y de la rentabilidad. En la economía, en la empresa, en la política lo primero es la persona y el habitat en donde vive.

Con justa razón, Paraguay es conocido en el mundo por haber sido la tierra donde comenzaron las Reducciones, una de las experiencias de evangelización y organización social más interesantes de la historia. En ellas, el Evangelio fue alma y vida de comunidades donde no había hambre, ni desocupación, ni analfabetismo, ni opresión. Esta experiencia histórica nos enseña que una sociedad más humana también hoy es posible. Cuando hay amor al hombre, y voluntad de servirlo, es posible crear las condiciones para que todos tengan acceso a los bienes necesarios, sin que nadie sea descartado.

Queridos amigos, es una gran alegría ver la cantidad y variedad de asociaciones que están comprometidas en la construcción de un Paraguay cada vez mejor y más próspero. Los veo como una gran sinfonía, cada uno con su peculiaridad y su riqueza propia, pero buscando la armonía final. Esto es lo que cuenta.

Amen a su Patria, a sus conciudadanos y, sobre todo, amen a los más pobres. Así serán ante el mundo un testimonio de que otro modelo de desarrollo es posible. Estoy convencido de que tienen la fuerza más grande que existe: su humanidad, su fe, su amor.

Pido a la Virgen de Caacupé, nuestra Madre, que los cuide, los proteja, y les aliente en sus esfuerzos. Que Dios los bendiga.

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