Sudán del Sur quiere escapar del abismo

En guerra civil desde 2013, hasta el 40% de la población padece hambruna

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Sudán del Sur quiere escapar del abismo [extracto]

MIGUEL ÁNGEL MALAVIA | Sudán del Sur, la nación más joven del mundo (surgida tras su independencia de Sudán en 2011), sigue lastrada por una división cainita. Y es que el enfrentamiento que mantienen, desde diciembre de 2013, los partidarios del presidente, Salva Kiir, y los de quien fuera su vicepresidente, Riek Machar, es solo el último conflicto. De consecuencias devastadoras, eso sí: como denuncia UNICEF, hay más de dos millones de desplazados internos y refugiados, 250.000 menores de cinco años están amenazados de hambruna, 13.000 niños han sido reclutados por alguna de las dos facciones y unos 200.000 están fuera del ámbito escolar.

En medio de la crisis, la Iglesia quiere ser de todos. Lo cual empieza con sus valientes diagnósticos. Entre los más realistas está el del obispo de Yambio, Eduardo Hildeboro, quien, en declaraciones a Catholic Task Force on Africa, hace balance de los problemas que lastran al país: “En el proceso de independencia no se resolvieron algunos temas. No hubo procesos de sanación de la violencia vivida, ni justicia para los que cometieron crímenes. Una fuerza revolucionaria, el SPLA [brazo armado del SPLM, el partido en el poder], se convirtió en parte del Gobierno, sin capacidad de liderazgo para gobernar un país y sin otra visión que ser independientes del Norte. Hubo una enorme cantidad de dinero con el que la comunidad internacional contribuyó, así como los ingresos del petróleo, pero sin un plan de desarrollo del país. Esto ha contribuido a la corrupción”.

Lamento que hace suyo, en conversación con Vida Nueva, Yudith Pereira Rico, religiosa española de Jesús-María y directora ejecutiva asociada del proyecto intercongregacional Solidarity With South Sudan: “Los diálogos de paz no tienen resultados porque las luchas pasadas nunca fueron resueltas; hay un ambiente de desconfianza y rabia, lo que hizo derivar el conflicto político en una guerra tribal”. Y aquí aparece la raíz del enfrentamiento: “La oposición y el pueblo piden una renovación radical del Gobierno, pero su sugerencia se ve como la de una tribu, la nuer, intentando quitar el poder a la otra, la dinka”.

Intereses de varios países

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Un grupo de niños subido a una base de la ONU en Malakal

Esa división étnica hace correr sangre en numerosos puntos de África, hasta el punto de que, como denuncia la religiosa, “todos los países del entorno tienen intereses en esta guerra: Kenya recibió recientemente al antiguo vicepresidente y Etiopía lo acoge, mientras que Sudán simpatiza con él. Por su parte, Uganda ofrece apoyo militar al Gobierno y tiene muchos intereses económicos en el país, con mucho personal cualificado trabajando aquí”. Y no solo a nivel regional, sino también internacional: “China, con muchos negocios en Sudán, ahora negocia con Sudán del Sur, movida por sus anhelos petrolíferos. Sin olvidar que Estados Unidos fue un instrumento clave para que se diera la independencia”.

Ello hace que la situación sea cada día más dramática: “La guerra que estalló en 2013 tuvo como escenarios principales tres estados: Jonglei, Unity y Upper Nile. Si los tres estados de Equatoria, hasta ahora pacíficos, entran en el conflicto, la violencia se extenderá y este será un Estado fallido”. Algo a lo que no ayuda el día a día del país: “La economía se desmorona y el comercio disminuye. El cambio del dólar en el mercado negro supera casi cinco veces al oficial, y eso beneficia a las élites del Gobierno, con acceso a dólares. Las colas para conseguir gasoil, butano y queroseno superan el kilómetro de longitud. La crisis humanitaria se agrava con la dificultad de circular por carretera a causa de las lluvias. La comida que se envía a la población vulnerable es, a menudo, robada por el ejército. La gente ha dejado de plantar y no habrá cosechas. Un 40%, más de cuatro millones de personas, afrontan hoy inseguridad alimentaria y hambruna”.

Frente a esta realidad, Pereira presta su voz a un pueblo que reclama pasos urgentes. Al Gobierno le exige “reestructurar su brazo armado, el SPLA, para que el ejército sea un ejército nacional”. Aún más, que dé paso “a un Gobierno técnico que prepare unas elecciones democráticas”. El conjunto de la sociedad debe acometer una auténtica apuesta por el perdón: “Hay que reiniciar los diálogos de paz, pero de forma sincera. Hasta ahora, los que han negociado no han podido contar sus dramas. Los participantes en los encuentros ni siquiera son capaces de mirar a los otros. Dicen lo que sus patronos les piden que digan, pero no hay diálogo real, pues los líderes no están presentes y simplemente obligan a transmitir posiciones establecidas. Solo hay esperanza con una nueva ronda de negociaciones que debería incluir al Gobierno, a la oposición, a los líderes de todos los partidos políticos, a la sociedad civil y a las organizaciones religiosas”.

El peso de lo religioso

Pereira pide, junto con otras muchas voces, que la implicación internacional se dé desde otro paradigma alejado del interés económico: “Estados Unidos podría promover el diálogo entre los dos bandos. Los países vecinos, incluyendo a Sudán, deben ejercer más presión, implementar sanciones (congelación de cuentas y limitación de viajes) y parar el comercio de armas”. Y no despreciar el peso de lo religioso: “Kiir es católico y Machar presbiteriano… A lo mejor, como propuso Eduardo Hildeboro, una reunión entre ambos y el Papa, desde una perspectiva ecuménica, sería eficaz. Un momento clave puede ser la visita de Francisco a Uganda. Podría convocarlos, allí o en Roma”. “El Consejo de Iglesias ha intentado ya mediar en el conflicto, pero ninguna parte se quiere comprometer”, lamenta.

Pese a todo, la religiosa tiene fe en que todo mejore. Sabe que el pueblo no está solo, sino que cuenta con presencias comprometidas como la de Solidarity With South Sudan: “Somos una acción colaborativa de más de 260 congregaciones religiosas masculinas y femeninas de todo el mundo, que responde desde 2008 a la petición de ayuda de los obispos de Sudán del Sur. Impulsada desde las uniones de superiores generales, masculina y femenina, Solidarity ha creado obras y programas que pertenecen a la Conferencia Episcopal de Sudán.

Los principales ejes de la misión de Solidarity son: un centro de formación del profesorado en Yambio (tras perder el del Malakal en los ataques de diciembre de 2013), otro de formación de enfermería y comadronas en Wau, un equipo de acompañamiento pastoral en Juba (con talleres para la promoción de la reconciliación y el apoyo a una acción de emergencia en campos de desplazados y fronteras) y un proyecto de capacitación local en agricultura sostenible en Riimenze. Cada centro de formación acoge a unos 120 alumnos y alumnas en régimen de internado, pero aún hay algo más importante: “Nuestros estudiantes proceden de todo el país y pertenecen a todas las tribus. También vienen de Abiyei y las montañas Nuba, dos territorios en litigio con Sudán… No hay nunca ningún tipo de conflicto entre ellos”.

Aunque los continuos saqueos les obligaron a abandonar instalaciones como las de Malakal (sí se ha mantenido allí la presencia en los campos de refugiados), Solidarity no cesa su tarea y llega a muchos. Son auténticas semillas de esperanza.

“Siempre es mejor hacer las cosas juntos”

Yudith Pereira (segunda por la izda.)

Yudith Pereira (segunda por la izda.)

Yudith Pereira, madrileña de 49 años, entró en Jesús-María en 1985, haciendo la profesión en 1988. Al poco, fue enviada a Guinea Ecuatorial, donde estuvo 11 años en misiones rurales y urbanas, trabajando en educación, promoción de la mujer y pastoral. De 2006 a 2012 fue destinada a Camerún para construir y dirigir un colegio en Simbock, Yaoundé, que “fue posible gracias a la financiación pública y privada de muchas instituciones españolas”. Esa visión global, así como su experiencia, la llevaron en 2013 a Roma, para trabajar desde allí en Solidarity with South Sudan, que representa, directamente, “una nueva forma de Vida Religiosa. Somos muchos carismas trabajando juntos. En Sudán del Sur, sobre el terreno, contamos con cinco comunidades de religiosos y religiosas: son mixtas, intercongregacionales y, por supuesto, internacionales, con un total de 32 miembros de 20 nacionalidades y 19 congregaciones. “Esta diversidad –afirma– es un gran testimonio en un país dividido por las luchas políticas, tribales y problemas de género”. Algo que se aprecia también en su sede, en Roma: “Se reúne un consejo de 12 consejeros y consejeras generales de diferentes congregaciones. Cualquiera que apoye el proyecto, con gente, fondos o trabajo, tiene derecho a ser miembro”. Ahí nace un compromiso de entrega total: “Las congregaciones y los voluntarios laicos vienen a Solidarity a dar y a ofrecer lo que tienen, sin esperar nada a cambio. Esta gratuidad es la que hace posible y eficaz el proyecto. Trabajar por los más pobres nos hace comprender que siempre es mejor hacer las cosas juntos”.

 

En el nº 2.949 de Vida Nueva.

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