Vidas y novelas

Alberto Iniesta, obispo auxiliar emérito de MadridALBERTO INIESTA | Obispo auxiliar emérito de Madrid

Algunas veces siento la maligna tentación de añorar los años de mi primera juventud, cuando yo estaba todavía no en contra, pero sí de hecho fuera de la Iglesia.

En aquellos tiempos, me apasionaba la lectura, en especial los novelistas y dramaturgos. En cuanto imagen de Dios creador, ellos creaban a su manera innumerables seres humanos, con su vida propia, su historia irrepetible y única. Parecían de verdad, aunque todo era imaginario.

Luego, cuando iba entrando en la vida de la Iglesia, fui descubriendo un mundo nuevo y fascinante: los Evangelios de Jesús, los Hechos de los Apóstoles, la vida de san Pablo, etc.

Además, desde entonces me encanta leer las vidas de los santos, todas interesantes y algunas apasionantes, historias bien documentadas, como Francisco de Asís o Antonio de Padua; Ignacio de Loyola o Domingo de Guzmán, Juan de Avila, Edith Stein o Teresa de Calcuta, etc.

Pero se da una circunstancia muy notable: estas personas, en contra de los personajes literarios, habían vivido realmente, eran de carne y hueso, y no fruto de la imaginación de nadie. Hay miles y miles de ellos, de diferentes épocas, razas, culturas y condición social –desde Cipriano, el obispo mártir de Cartago, del siglo III; Hildegarda de Bingen, la monja humanista y compositora del XII; hasta en el XX Maximiliano Kolbe, que en Auschwitz se ofreció a suplir a un padre de familia condenado a muerte por hambre, sin contar con los innumerables mártires desde los primeros siglos hasta ahora mismo–, y todos coincidían en dos cosas: en el seguimiento de Jesús y la fe en el Credo de la Iglesia.

¿Cómo se explicaría este milagro, si no fuera por la obra del Espíritu Santo, el escultor divino que los fue labrando una a uno, a imagen y semejanza de Jesús? Por eso, quizá se podría decir que el mejor tratado del Espíritu Santo –pneumatología– sea la vida de los santos –hagiografía–.

En el nº 2.943 de Vida Nueva.

 

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