Hora de Arrupe

 JESÚS SÁNCHEZ CAMACHO | Profesor CES Don BoscoJesús Sánchez Camacho, profesor CES Don Bosco

Había fallecido la mujer que predijo que su retoño acabaría siendo presbítero. Ella, cuando vio que su hijo se marchaba a Madrid para estudiar Medicina, exclamó: “Se nos fue el curita por otro camino: se va a hacer curita de cuerpos”. Sus hermanas, que lo veían inquieto en el campo de la psiquiatría, quedaron desconcertadas cuando anunció: “He pensado en ir a Loyola”, articuló el joven con entusiasmo. “¡Qué ocurrencia, ahora que estamos de luto, hacer ese viaje!”, protestaron las hermanas, desprevenidas por su réplica: “Será un viaje especial: de ida, pero sin vuelta”.

El 29 de mayo de 1965, en el nº 472, siete días después de ser elegido prepósito general de la Compañía de Jesús, las hermanas de Pedro Arrupe Gronda son entrevistadas en Vida Nueva. En dos números anteriores, la revista anuncia la XXXI Congregación General, que reuniría en la Curia Generalicia de Roma a 224 jesuitas teólogos, provinciales, peritos conciliares, escritores o rectores de universidades. Entre las cábalas barajadas, se encontraba Arrupe junto a candidatos como Oñate, Mann, Giuliani, Tucci, Pillain, el canadiense Swain o el italiano Dezza. Estos dos últimos, con mayor alcance mediático.

Dos ediciones después, en su portada, el semanario define la elección del sexto Papa negro español de esta manera: “Es español que habla cuatro lenguas más. Es un jesuita español que conoce bien el mundo moderno, sus bienes y sus males, entre estos últimos lo que la bomba atómica puede hacer de un hombre, de millones de hombres, como testigo que fue de la tragedia de Hiroshima. Es un hombre con los pies puestos en el suelo y el corazón en Dios”.

Español, pero universal es el título del editorial que, en el nº 473, se lamenta del “nacionalismo estrecho” de algunos españoles al encuadrar el nombramiento. Lo que la revista celebra es la vitalidad de la Compañía al decidirse por “un general con el reloj a la hora exacta del mundo”. El bilbaíno aún desconocía su calvario. Se toparía con relojeros profesionales, dispuestos a hacer lo imposible por atrasar las manecillas de su reloj.

En el nº 2.943 de Vida Nueva

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