Centinelas de la Creación

Alberto Iniesta, obispo auxiliar emérito de MadridALBERTO INIESTA | Obispo auxiliar emérito de Madrid15

Afortunadamente, la sociedad actual se está interesando por el hábitat de nuestro nido, preocupada por la mala salud de la tierra, del aire y de los mares.

En esta misma columna he tratado ya el misterio del mal en la naturaleza, que normalmente nos trata como una madre, pero a veces se porta como una madrastra. Por eso, ahora me limitaré a sus aspectos didácticos y pastorales.

Gracias a Dios, los cristianos nos sentimos especialmente interesados por la ecología no solo por motivos de mera subsistencia, sino también en lo que se podría llamar una ecología cristiana, que contempla la naturaleza como Creación, obra de las manos de Dios como expresión de su poder, su sabiduría, su amor y su belleza.

Ya desde la infancia, los padres y maestros podrían sensibilizar a los niños con el mundo de los animales y las plantas, cuidando de su entorno. La clase de Religión es un espacio muy oportuno para explicar la riqueza del cosmos, la sabiduría y el poder de Dios, que supo organizar un mundo tan complejo que parece irracional la explicación racionalista del origen del mundo. Especialmente en la catequesis, el asunto de la ecología bien merecería ser un tema transversal, que afecta a todos los aspectos de la vida cristiana.

Igualmente, en la predicación podríamos resaltar con frecuencia las maravillas de la Creación como un regalo continuo de Dios, que no solo inventó y produjo este mundo que descubrimos cada vez más maravilloso, sino que lo conserva ahora para cada uno de nosotros, como una madre que diera de mamar a su bebé.

El papa Francisco, que ya nos ofreció esa admirable exhortación Evangelii gaudium, ha anunciado que pronto publicará una encíclica sobre la ecología. Esperemos que nos ayude a reavivar nuestro compromiso ecológico. Porque los cristianos bien podemos sentirnos como los centinelas de la Creación.

En el nº 2.941 de Vida Nueva.

 

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