‘La sombra del actor’: la llama de Al Pacino

Fotograma de 'La sombra del actor'

J. L. CELADA | Hablar de Al Pacino es recordar la trilogía de El padrino y títulos como El precio del poder (1983), Atrapado por su pasado (1993), El dilema (1999) o incluso la sobrevalorada Esencia de mujer (1992), cinta que, al fin y al cabo, le valió su único Óscar. Sin embargo, a sus 75 años recién cumplidos y tras casi medio siglo en pantalla, tampoco faltan borrones en su más que respetable trayectoria: Heat (1995), Pactar con el diablo (1997)… Hay que comer, pagar la casa y mantener un nivel de vida, suelen argumentar los profesionales del sector, a menudo ajenos al perjuicio que acarrean ciertas elecciones.

La sombra del actor es la última de las suyas y, aunque en ella encarna a un intérprete teatral que siente haber perdido el talento (o las ganas) para actuar, no parece que sea su caso. El nuevo trabajo de Barry Levinson pone de manifiesto que, pese a ciertos titileos en su carrera, la llama de Al Pacino alumbra por sí sola cualquier producción. Más aún, si cabe, cuando la historia contiene elementos recurrentes y sobradamente conocidos por el gran público: el mundo como escenario, los hombres y mujeres como meros actores representando muchos papeles a lo largo de su vida o la fina línea entre el genio y la locura que nuestro hombre ha difuminado hasta derivar en una tentativa de suicidio.

Fotograma de 'La sombra del actor'Su posterior paso por una institución psiquiátrica no solo proporciona al filme agradecidos momentos de comicidad, sino que, gracias a las entrevistas con el director del centro, nos permite descubrir la compleja personalidad de esta estrella en decadencia: un individuo sin familia, sin amigos… y sin sueño, al que le cuesta separar las tablas de la realidad y que, en su caída progresiva, ha perdido “el rastro” a su oficio. Tanto que confunde la confidencia de una desconocida con una actuación (¿o es ella la que cree que una “ficción convincente” es trasladable a la vida real?) y siente la necesidad de interpretar en cuanto ve una cámara.

Para rescatarle de su soledad y angustia –o por acrecentarlas, a tenor de los acontecimientos–, irrumpe en su gris existencia una excéntrica joven abducida por La sombra del actor que fue, por su carisma. Y se establece entre ambos una relación enfermiza, con afectos que se compran, emociones que se fingen y demasiada autocompasión. Frente al espejo de su tragedia, el protagonista admite la dificultad cada vez mayor de recordar su papel (¿también su vida?) y, ya sin máscaras, dar respuesta a la eterna disyuntiva: tirar la toalla o abrazar la vida. O morir de pena, como El rey Lear.

Argumentos todos muy teatrales y tan universales como este arte y las inquietudes humanas de las que se alimenta. No es de extrañar, pues, que un cineasta resultón como Levinson se abone a los diálogos previsibles y el efectismo escénico. Por fortuna, el veterano Al Pacino nos redime de estos y otros pecados sin aparente esfuerzo, algo solo al alcance de los elegidos.

FICHA TÉCNICA

Título original: The Humbling.

Dirección: Barry Levinson.

Guión: Buck Henry y Michal Zebede, basado en la novela de Philip Roth.

Fotografía: Adam Jandrup.

Música: Marcelo Zarvos.

Producción: Jason Sosnoff, Al Pacino, Barry Levinson.

Intérpretes: Al Pacino, Greta Gerwig, Kyra Sedgwick, Dan Hedaya, Dianne Wiest, Dylan Baker, Nina Arianda, Charles Grodin, Billy Porter.

En el nº 2.939 de Vida Nueva

Compartir