Vocaciones

Carlos Amigo, cardenal arzobispo emérito de SevillaCARLOS AMIGO VALLEJO | Cardenal arzobispo emérito de Sevilla

En estos tiempos pascuales se celebra una jornada dedicada a la oración por las vocaciones. La intención está en la esencia de lo que es el Pueblo de Dios y, más en concreto, de la comunidad de bautizados en Cristo Jesús. El pueblo necesita pastores que guíen, alimenten y protejan a quienes se han puesto bajo su protección y cuidado. Habrá que pedir al Dueño que provea de esos imprescindibles cuidadores. Buenos mayorales nos ha enviado Cristo, al decir de san Juan de Ávila; buen mayoral tenemos en Cristo y, en su nombre y con la gracia del Espíritu que han recibido, lo llevan por buen camino y, si las cañadas y los desfiladeros son oscuros y difíciles, nada hay que temer, pues firme es el cayado y la vara que nos sostienen.

En la antigüedad era la misma comunidad cristiana la que elegía entre sus miembros a aquel que consideraba idóneo, que tenía vocación y estaba dispuesto a responder a Dios, que lo llamaba para el servicio de presidir y de servir en la caridad. La comunidad lo presentaba, pero era el Papa o el obispo quien lo designaba y enviaba, fuera para el oficio de párroco o para el ministerio episcopal.

Una comunidad en la que no hay miembros dispuestos a asumir el ministerio presbiteral o diaconal puede considerarse que está poco menos que muerta, pues no siente la urgencia de pedir a Dios aquello que necesita. Se contenta con esperar a que sean otras parroquias, otras diócesis las que se esfuercen en buscar y enviar ese pastor, ese sacerdote imprescindible. No solo es una actitud conformista, sino parasitaria. Se quiere vivir a costa del trabajo de los demás. Otra cosa bien distinta es la corresponsabilidad y la contribución al bien común y la cooperación y ayuda en el servicio ministerial a toda la Iglesia.

Sería una gran incoherencia el quejarse de la falta de vocaciones y, al mismo tiempo, estar de brazos cruzados, esperando que sean otros padres quienes se sacrifiquen al ofrecer a sus hijos para el servicio de la Iglesia. Se lamenta el pueblo de que no tiene sacerdote en su parroquia o de que se ha cerrado un convento.

Pero nada se ha hecho para promover las vocaciones sacerdotales o para la Vida Consagrada. En todo el Pueblo de Dios recae la responsabilidad de pedir trabajadores para esa viña, que es la Iglesia, pero también ofrecer aquellos recursos que pueden contribuir a que, especialmente los jóvenes, escuchen la voz de Dios y se pongan en disposición de responder con generosidad e ilusión a la llamada que les llega del Espíritu. No ha de caber la menor duda de que la vitalidad de una comunidad se mide por la presencia de vocaciones al ministerio ordenado y a la consagración religiosa.

Dios es quien elige, pero la comunidad tiene que ayudar en el discernimiento de los llamados, en su formación y en su presentación al obispo diocesano o al obispo de Roma.

En el nº 2.937 de Vida Nueva

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