El Centro Rural Ilomba, necesario pulmón femenino de África

 Un lugar para fomentar la promoción de niñas y mujeres en Costa de Marfil

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Hay un dispensario y una escuela de alfabetización y formación laboral

El Centro Rural Ilomba: el necesario pulmón femenino de África [extracto]

BLANCA RUIZ ANTÓN. Fotos: OPUS DEI | Vanessa Koutuan, reciente galardonada con el Premio Harambee (concedido por el Opus Dei y que recogió semanas atrás en Madrid), aún no ha cumplido los 30 años y ya ha roto muchos de los tópicos que arrastra la mujer de Costa de Marfil, en África occidental. Dirige un centro social para ayudar a quienes lo necesitan. Y todo en un continente y un país con mil matices, donde la vida en el campo y en la ciudad poco o nada tienen que ver. Mientras que las grandes poblaciones avanzan, aun con dificultad, la periferia, donde vive el 60% de la población, a duras penas sale adelante.

Centro-Rural-Ilomba1“Yo siempre había vivido en la capital, mis padres habían estudiado y ambos trabajaban. He estudiado en colegios buenos y toda mi vida había sido así. Hasta que en la universidad comencé a ayudar en el Centro Rural Ilomba, en la periferia de Abiyán, la principal ciudad del país. Me iba allí los jueves y trabajaba en lo que hiciera falta todo el fin de semana. Me impactó mucho porque, viviendo en la ciudad, no te das cuenta de lo que realmente pasa en tu país”, explica Vanessa a Vida Nueva, con una gran sonrisa y en perfecto castellano.

Hace una década, cuando comenzó a trabajar en Ilomba, tenía 18 años y acababa de entrar a formar parte del Opus Dei como numeraria: “Lo conocía desde hacía varios años, y siempre pensé que Dios me quería ahí”. Como la menor de siete hermanos, asegura que en casa le enseñaron “a ver las necesidades de los demás y a pensar en cómo ayudarles”.

Según afirma, en su familia “siempre hemos tenido la suerte de ser católicos”. Algo que “no es lo habitual en Costa de Marfil, pero tampoco es tan extraño”, recalca. Según el Informe sobre Libertad Religiosa de Ayuda a la Iglesia Necesitada (AIN), de los casi 22 millones de habitantes del país, el 35% son animistas, el 33% cristianos (aproximadamente, 17% de ellos católicos), el 31% musulmanes y el 1% restante practica otras religiones.

Los negros ojos de Vanessa han tenido la fortuna de ver mundo más allá de las fronteras costamarfileñas. Tras licenciarse en Infografía por el Institut des Sciences et Techniques de Communication de la Universidad de Abiyán, viajó a Roma para cursar un máster en administración hotelera y en pedagogía, y después regresó a su país. No lo dudó y lo hizo directamente donde siempre había querido estar: a Ilomba. Porque Vanessa es consciente de que la solución a los problemas de África está en manos de los propios africanos. Nadie mejor que ellos conocen sus necesidades, sus puntos fuertes y su modo de hacer. Su desarrollo está en sus propias manos antes que en ningunas otras.

En las zonas rurales de Costa de Marfil, la educación de la mujer es casi inexistente, no habiendo apenas oportunidades. Por eso, en 1989 se abrió el Centro Rural Ilomba, que consta de un dispensario médico y de una pequeña escuela de formación profesional y alfabetización para mujeres y niñas de la zona de Bingerville. El beato Álvaro del Portillo, por entonces prelado del Opus Dei, puso su primera piedra, y desde entonces muchas historias de superación han pasado por él. Incluso durante los años de guerra civil en Costa de Marfil, que han ido de 2002 a 2007 y, luego, con una grave crisis en 2011.

En tiempos de guerra

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También hay atención médica y nutricional

Durante la contienda –recuerda Vanessa–, el dispensario paró en muy pocas ocasiones. Sus actividades siguieron hasta que realmente era imposible para el médico venir desde Abiyán o era muy peligroso salir. Solo cuando ya no se podía más, porque la situación estaba muy complicada, se paró. Lo que no quiere decir que nos quedáramos de brazos cruzados, pues se seguía atendiendo a las personas que habían venido a refugiarse de otros poblados a nuestra zona. Les dábamos clases de lo que fuera, de inglés, francés, castellano… Daba igual de qué, lo importante era tenerlos ocupados, porque lo peor en tiempos de guerra es que no haya nada que hacer; entonces, todo puede pasar”.

Vanessa asegura que su vida en Ilomba es “apasionante, porque cada día sucede algo y hay que ver cómo resolverlo. Hay que ver si llegan las niñas a la escuela y, si no, llamar a los padres y confirmar si todo está bien. Enseñamos a las señoras del centro de alfabetización, pero también las atendemos y ayudamos en todo lo que podemos. Igualmente, hay que tener todo listo en el dispensario, limpiarlo, prepararlo para lo que haga falta. Ese es mi día a día, y a mí me encanta. Estás en contacto con las personas y eso, tanto a a ellas como a mí, nos ayuda mucho”.

Esta joven directora disfruta especialmente viendo cómo la vida de las mujeres mejora considerablemente solo con aprender a leer y a escribir: “Cuando ya saben leer no tienen que pedir a alguien del pueblo que les lea las cartas de sus hijos que estudian fuera; hasta ahora no tenían intimidad y todo el mundo sabía lo que sus hijos les contaban. Pero ahora ya no. Tampoco tienen que pedir que les marquen un número de teléfono. Ya pueden hacerlo solas”. Son detalles aparentemente pequeños, pero suponen asegurar su autonomía.

Centro-Rural-Ilomba2Y es que Vanessa tiene grabado muy dentro que su trabajo en Ilomba “no es solamente darle algo a alguien, aunque sean conocimientos, sino amar a cada una de las mujeres, niñas y enfermas que vienen aquí; quererlas más y desear que desarrollen sus capacidades para que sean lo mejor que puedan, por amor a Dios y a ellas mismas”.

“La mujer en nuestro país –se lamenta la directora– a veces vive como una esclava, pero, a pesar de ello, es siempre una persona feliz; ni se plantea que su vida podría ser mejor o distinta”. Así, Vanessa precisa que, cuando aún son niñas, deben conseguir agua para la familia, atender a sus hermanos pequeños y trabajar en el campo. Por no hablar de “las muchas ocasiones en que se les obliga a casarse porque sus padres necesitan la dote que aporta el marido para sobrevivir; una vez casadas, tienen que conseguir los medios para mantener la casa y a sus hijos. Además, por lo general, la tierra es propiedad del marido, porque lo que se cultiva es de él y, si quiere, puede casarse con otra mujer, ya que la realidad es que la poligamia esta admitida”.

En caso de que la familia disponga de medios para pagar una escuela, los recursos siempre van a los chicos porque, según explica la responsable del centro, “en Costa de Marfil, educar a una niña se considera directamente perder el tiempo y el dinero, pues la niña, una vez casada, se irá de casa, pertenecerá a otra familia y no trabajará más para la suya”.

Cambio de mentalidad

Vanessa sostiene que, a pesar de que las zonas rurales son muy pobres, la falta de recursos no es el principal problema para la escolarización de las niñas: “El gran obstáculo es la mentalidad de los padres, que les impiden ir a la escuela”. Por eso se reúnen con todos los de la zona, obteniendo grandes resultados: “Cuando se les explica las posibilidades de trabajo y de conocimiento que hay para las niñas, ellos lo entienden. No nos suelen decir que no, pero hay que explicárselo poco a poco, porque, si tienes paciencia, ellos pueden entenderlo”.

El vencer estas piedras en el camino le hace a Vanessa tener esperanza de que llegue un cambio real y general: “La situación de extrema pobreza que viven muchas personas del país podría mejorar. En Costa de Marfil hay niñas muy listas que, si tuvieran acceso a la educación, podrían llegar a ser grandes profesionales y ayudar al desarrollo del país, pero, por falta de oportunidades, estarán toda su vida trabajando la tierra”.

La educación, por lo tanto, “es lo único que puede liberar a esas mujeres. Algunas ni siquiera hablan bien el francés. Hay que empezar por ahí, pues, si saben un oficio, pueden ayudar a la economía familiar, tener independencia y disponer de sus vidas. Ayudar a una mujer en África es ayudar a toda su familia y a toda la sociedad, porque las familias son muy grandes y, si hay alguna que va adelante, la aldea también mejorará”.

Lo que ellos nos tienen que enseñar

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Vanessa Koutan, Premio Harambee por su labor

Vanessa Koutan sueña con que el Centro Rural Ilomba se asiente como un colegio: “Queremos que nuestras chicas lleguen a la universidad y dejen atrás costumbres ancestrales como la ablación del clítoris, que, en ocasiones, les cuesta la vida”.

Otro de sus anhelos es ampliar el dispensario médico en el que semanalmente atienden a 700 personas y en el que ponen “especial dedicación hacia niños y ancianos. Les enseñamos a las madres normas básicas de higiene y alimentación y, al aprender a leer, ya pueden seguir ellas mismas las cartillas de vacunación de sus hijos”.

A pesar de las necesidades y de la ayuda que necesitan en África, Vanessa asegura que si algo pudiera traer a Europa de su país, sería “aprender a ser feliz con lo que se tiene. No estar siempre buscando tener más, queriendo cambiar cada vez por cosas más nuevas… Eso da la alegría de un momento, pero no hace la vida. En África, con lo que se tiene se vive feliz; quizás no tienes para comer tres veces al día, pero los padres son felices con sus hijos, juegan con ellos con lo que tienen. Eso sí me gustaría traerlo a Europa, porque ahí está la base para ser feliz”.

En el nº 2.937 de Vida Nueva.

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