Romero, testigo valiente de Jesucristo

recorte de periódico de monseñor Óscar Romero asesinado

recorte de periódico de monseñor Óscar Romero asesinado

JOSÉ MARÍA AVENDAÑO PEREA, vicario general de la Diócesis de Getafe

Ha sido la noticia de su próxima beatificación lo que me ha dado pie a relatar lo acontecido en el discernimiento de mi vocación al sacerdocio.

El 22 de febrero de 1980 me licenciaron del servicio militar, que duró 15 meses en Viator (Almería). Tenía la graduación de cabo. En la noche del 23 de marzo, viendo las noticias por televisión, mi padre llamó mi atención sobre las palabras que estaba pronunciando un obispo: “Hermanos, son de nuestro mismo pueblo, matan a sus hermanos campesinos… y ante una orden de matar que dé un hombre, debe prevalecer la ley de Dios que dice no matar… Ningún soldado está obligado a obedecer una orden contra la ley de Dios”.

Aquellas palabras me parecían una auténtica barbaridad. Yo, militar recién licenciado, escuchando una invitación a la desobediencia de forma tan contundente, me pregunté: ¿qué era aquello? ¿Por qué hablaba así? ¿De dónde sacaba esas fuerzas? ¿Qué justificaba tal comportamiento?

A las siete de la mañana del día siguiente, 24 de marzo, mi padre me despertó diciéndome: “¡José, estoy escuchando las noticias y acabo de oír que han matado al obispo de anoche mientras celebraba misa!”. Aquella noticia me sobresaltó y ocurrió algo que hasta hoy me sorprende como una verdadera gracia del Cielo. Desde mi corazón, y en oración de rodillas, le dije a Dios: “Señor, han matado a este cristiano por serte fiel, sin miedo, amigo de los pobres, defendiéndolos. A partir de ahora, puedes contar conmigo”.

Me levanté rápidamente y dirigí mis pasos a la estafeta de correos de mi pueblo natal, Villanueva de Alcardete (Toledo). Sentado en el escalón de la puerta, esperé a que abrieran. Don Gregorio, el cartero de entonces, me dijo: “¿Qué haces aquí tan temprano?”. “He venido a poner varios telegramas”, le contesté. Y así fue; envié tres telegramas: uno al papa Juan Pablo II, otro al presidente de la Conferencia Episcopal Española, monseñor Tarancón, y otro al presidente de la Conferencia Episcopal de El Salvador.

A partir de entonces, aquel hecho extraordinario hizo que mi vocación comenzara a consolidarse y, con la ayuda de un sacerdote, fui unificando y discerniendo los diferentes signos acaecidos a lo largo de mi vida hacia la misión de servir a Jesucristo, a su Iglesia, como un humilde sacerdote. Llamé al Seminario Conciliar de Madrid, donde me admitieron y recibí la formación adecuada. ¡Bendito sea Dios!

“No tengáis miedo, yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo”. Estas palabras del Señor a sus discípulos y amigos fueron eje diamantino en la vida del Siervo de Dios monseñor Óscar Romero. Palabras que fundamentaron su existencia en la confianza incondicional en la Trinidad Santa. Sentir con la Iglesia fue su lema episcopal. Así vivió y así murió.

Monseñor Romero testimonió con coherencia una vida al servicio del Evangelio defendiendo con valentía la dignidad de la persona, la justicia, la reconciliación, la opción por los últimos, los débiles y necesitados. Amigo de los pobres, fue consciente de que su actitud alimentaba la esperanza de una vida más libre, más humana, y lo hacía gracias a su misión de cristiano y de obispo; sabía que esto podía llevarlo a la muerte y continuó precisamente porque era cristiano y obispo.

Se le puede definir como un mártir de la esperanza cristiana. “Si no organizamos el mundo según el corazón de Dios, todo será endeble… ¡Qué iluminado estaría el mundo si todos pusiéramos en la base de la actuación social, en la base de la existencia, de los compromisos concretos, de la política, de los quehaceres comerciales, la Doctrina Social de la Iglesia!”, exhortaba Óscar Romero.

Hoy, cuando acabo de cumplir 28 años como sacerdote, doy muchas gracias al Señor por el testigo valiente de Jesucristo, el mártir, monseñor Romero. Fiel hasta el final, derramando su sangre convencido de que el Señor caminaba con él, hablaba con él, respiraba con él y trabajaba con él, cerca, muy cerca de los pobres y del pueblo. Pido que interceda por los sacerdotes y nos ayude a ser creíbles discípulos misioneros, padres de los pobres, con el corazón siempre dispuesto “a servir a Dios y a usted”, frase que me enseñaron mis padres desde niño.

Gracias, Óscar Arnulfo Romero.

PD. La imagen que acompaña este escrito corresponde a la fotografía que publicó el periódico anunciando su asesinato; está amarillenta y envejecida, pero es un recuerdo que guardo con veneración en mi breviario y que aviva mi seguimiento del Señor.

En el nº 2.935 de Vida Nueva

 

ESPECIAL MONSEÑOR ROMERO BEATO:

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