La sangre de Dorothy Stang clama justicia en la Amazonía

Se cumplen diez años de su asesinato en Brasil por denunciar los intereses madereros

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El pasado 12 de febrero, al cumplirse diez años del asesinato de la misionera estadounidense Dorothy Stang, religiosa de la Congregación de Nuestra Señora de Namur y nacionalizada brasileña, el presidente del Consejo Indigenista Misionero y obispo de Xingu, Erwin Kräutler, recordó que en alguna oportunidad le había manifestado su preocupación frente al riesgo que corría su vida y que ella le contestó: “¿Y quién va a matar a una vieja como yo?”. Según el obispo, nadie creía realmente que las amenazas se cumplirían, pero “existía un grupo de personas interesadas en eliminar a la hermana y a todas las personas que se pusieran en el camino de los que se apropiaban ilegalmente de las tierras, los madereros y los terratenientes”. También agregó que “muchos de los que se encuentran comprometidos en su asesinato ni siquiera fueron acusados ni han respondido por su muerte”.

De hecho, de los cinco acusados por el crimen de la religiosa, solamente Rayfran das Neves Sales, el sicario que le disparó seis tiros a quemarropa, se encuentra tras las rejas por reincidir en otros homicidios. Vitalmiro Bastos de Moura y Regivaldo Pereira Galvão, los terratenientes que ordenaron el asesinato, están libres.

La impunidad que rodea el caso de Dorothy Stang coincide con las denuncias que permanentemente ha presentado la Comisión de la Pastoral de la Tierra: en el transcurso de la última década han sido asesinadas 325 personas por conflictos relacionados con la tierra; el 67,3% de los casos corresponden a la región amazónica. Además, en los últimos 30 años, apenas un 5% de los casos han sido juzgados y solamente 19 de los responsables que ordenaron estos crímenes han recibido algún tipo de castigo.

El patrón de injusticia se repite sistemáticamente, como refiere un informe de Greenpeace: “Se trata de un círculo vicioso de muerte, impunidad y violencia, alimentado por la industria que, desde hace años, viene financiando la deforestación de la Amazonía”. Erwin Kraütler reconoce que la ausencia del Estado en estas tierras ha prolongado los conflictos en la Amazonía: “De un lado, están los madereros y terratenientes y, de otro, están los colonos que quieren un pedazo propio de tierra para sembrar”.

En la década de los 70, el conflicto se intensificó y ese fue el contexto en el cual la hermana Dorothy entró en escena, en el municipio de Anapu, al noreste de la región amazónica, en el Estado de Pará. El obispo de Xingu, que conocía a Dorothy Stang desde que esta llegó a Brasil en 1966, con 35 años de edad, asegura que ella defendía a esos pequeños agricultores sin tierra. Su mayor deseo era “trabajar entre los pobres más pobres”.

La hermana Rebeca Spires, quien se integró a la misión en 1982, recuerda lo primero que Dorothy le dijo: “Tiene que aprender la Biblia en portugués, pero también tiene que aprender el Estatuto de la Tierra, porque nosotras trabajamos con labradores y ellos necesitan saber cómo defender los derechos que la ley les reconoce”. Otra de sus compañeras, la hermana Katia Webaster, afirma que su asesinato fue “instigado por aquellos que se oponían a su trabajo en defensa de los sin tierra y por la preservación de la floresta”.

“No voy a abandonar la lucha” 

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Tras fundar 22 escuelas y un centro de formación para maestros, el audaz y obstinado compromiso de Dorothy Stang con el Proyecto de Desarrollo Sostenible La Esperanza –que se había propuesto repartir 130.000 hectáreas entre 600 familias campesinas– la convirtió en abanderada de la Pastoral de la Tierra y de los movimientos ambientalistas. Era bien conocida su oposición a los intereses de los traficantes ilegales de recursos forestales amazónicos y de especies en vías de extinción, como el caoba, el cedro y el jatobá. 

En 2004, había recibido el Premio de Derechos Humanos de la Ordem dos Advogados do Brasil. Ese año se denunciaron más de diez amenazas contra su vida. Bien sabía que “cualquier persona que intenta ocupar una tierra pública explotada ilegalmente por terratenientes o madereras recibe una amenaza de muerte”. Su nombre figuraba en una lista de 140 amenazados. 

A sus 73 años, Dorothy trascendió por su coraje: “No voy a huir ni a abandonar la lucha de estos agricultores desprotegidos en medio de la selva. Ellos tienen el sagrado derecho a una vida mejor en una tierra donde puedan vivir y producir con dignidad y sin devastar”.

Óscar Elizalde Prada

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