La exclusión tiene rostro de mujer

Susana de Andrés. Sierva de San JoséSUSANA DE ANDRÉS | Sierva de San José

Por descontado que el 8 de marzo, Día de la Mujer Trabajadora, tiene una firme veta de celebración, pero, indudablemente, la intensidad hay que ponerla en la parte conmemorativa y de reivindicación, porque la distancia entre los derechos de los varones y las mujeres es aún inalcanzable y el rostro femenino de la exclusión es demasiado nítido.

Hablar hoy de la feminización de la pobreza es hacernos conscientes de que la desigualdad social continúa teniendo un componente de género muy fuerte. La mujer acusa mucho más la eventualidad, la precariedad laboral y el desempleo. Y hay situaciones que parecen llevar marca femenina, como la desigualdad salarial, la asunción de la responsabilidad de los hijos en las rupturas de pareja o la pérdida de horizontes vitales. En el día a día, la mujer está más hipotecada existencialmente que el varón.

Dentro de este panorama general, y siendo conscientes de nuestro pequeñísimo alcance, a las Siervas de San José nos llegan las historias cotidianas que hay detrás, las protagonistas de los números, de las estadísticas y de los análisis sociológicos. Y nos llegan al completo, es decir, con las heridas personales que estas situaciones de exclusión provocan, pero también con las potencialidades y las ganas de vivir y de salir adelante.

El trabajo es un buen trampolín para ello, es una tabla de salvación. Nos da identidad, nos permite tener lo suficiente para vivir, es un espacio relacional de gran importancia, nos facilita la realización personal, nos ayuda a madurar y crecer como personas… y es un ámbito privilegiado de encuentro con Dios.

Como toda realidad humana, tiene su parte de “maldición”, no hay más que remitirse al Génesis, pero el hecho de que Jesús estuviera tantos años trabajando en Nazaret nos permite ser conscientes de que Dios conoce esta realidad desde dentro y que es un buen compañero en el “ámbito laboral”.

Esta parte del Evangelio es la que santa Bonifacia Rodríguez descubre como humus para fundar la congregación. Su timón de profundidad, que era “hermanar oración y trabajo”, es que el trabajo es lugar de oración y en la oración se vuelca nuestro trabajo. Y, a la vez, el taller es su manera de expandir el Reino, dedicándose, de manera especial, a las jóvenes y mujeres que carecen de trabajo.

Hoy día, nuestros Talleres de Nazaret llevan el nombre de empresas de inserción, fundaciones, talleres de producción…, donde se facilita a las mujeres un empleo, una preparación profesional, el aprendizaje de un oficio y un acompañamiento especializado para tratar de romper la situación de exclusión social en la que se encuentran. Esto se hace trabajando codo a codo, todas juntas, sin distinción de raza, religión, orientación sexual o cultura.

En algunos países, no solo se procura trabajo, sino también una vivienda digna. Es la humilde continuación de la obra de la fundadora, una mujer trabajadora que fue y es punta de lanza para hacer del trabajo un espacio de acogida, prevención, promoción y evangelización de la mujer trabajadora pobre.

En el nº 2.932 de Vida Nueva

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