Editorial

El genio femenino ante la mirada anglicana

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EDITORIAL VIDA NUEVA | No llegan a cuarenta parroquias en todo nuestro país. Una comunidad pequeña con respecto a los 70 millones de cristianos que la conforman en todo el mundo, pero evangelizadora. La Iglesia anglicana ha estado en el punto de mira recientemente después de que Libby Lane se convirtiera en la primera mujer nombrada obispo en la Iglesia de Inglaterra.

Esta decisión ha supuesto un obstáculo más dentro de la búsqueda de la comunión sobre la que comenzaron a ahondar con decisión hace más de cuatro décadas Pablo VI y el arzobispo Ramsey. La consagración episcopal femenina no hace sino reforzar la opción tomada por el Sínodo General de 1992, en el que los anglicanos acordaron que la mujer accediera al sacerdocio.

Pero no es el único escollo a salvar, con desavenencias incluso dentro de los propios anglicanos, pues también planea la ordenación de casados así como la presencia de presbíteros homosexuales, una decisión esta última aprobada por la Iglesia Episcopal de Estados Unidos, pero rechazada por la Iglesia de Inglaterra.

Bajo la mirada de Roma, estas ordenaciones no tienen justificación teológica y carecen de base en la tradición, por lo que se convierten en barreras infranqueables para hablar de unión eclesiástica. Pero más allá de eso, la realidad es que la cooperación entre católicos y anglicanos va en aumento, en consonancia a la llamada hecha por los diferentes pontífices romanos. Aun así, cumplidos los 50 años del decreto conciliar Unitatis redintegratio, conviene relanzar el diálogo desde el respeto, la caridad y la paciencia, y promover un trabajo en común, sin paternalismos tentados por establecer cristianos de diferentes clases, cuando el Pastor conoce a las ovejas por su nombre y no por su carné de partido.

Tomando estas premisas como guiño constante al horizonte común, la mirada anglicana en femenino al ministerio sacerdotal se presenta como una invitación para reflexionar sobre el papel de la mujer en la Iglesia católica. Desde Roma, Juan Pablo II dejó zanjado el asunto a través de la carta Ordenatio sacerdotalis, de 1994.

En esta misma línea se ha manifestado Francisco que, sin embargo, se ha mostrado decidido con dotar a la mujer del protagonismo que merece en la Iglesia. No le han dolido prendas a la hora de reconocer el machismo reinante puertas adentro y la urgencia de cambiar la visión de servidumbre por servicio.

A estas alturas, y con el Día de la Mujer Trabajadora como telón de fondo, ajustar el debate del papel de la mujer en la Iglesia a la ordenación sería tan reduccionista como valorar la significatividad de su presencia a las manidas cuotas de participación por género.

El imprescindible papel protagónico pasa por un cambio de actitud que se traduzca en hechos, tanto en puestos de responsabilidad en la Curia, como en un papel activo reconocido en los obispados, parroquias y, también, en las propias familias. Para este camino no resulta necesario tomar como referente a otras confesiones cristianas. Basta con mirar y contemplar a las mujeres del Evangelio, con María al frente, para comprobar cómo fue Jesús de Nazaret el primero en reivindicar el genio femenino.

En el nº 2.932 de Vida Nueva. Del 7 al 13 de marzo de 2015

 

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