“No matarás”. Un análisis sobre el caso Nisman

“La muerte política ha vuelto a Argentina”

Manifestación por el esclarecimiento del caso Nisman

JUAN G. NAVARRO FLORIA (ABOGADO) | El kirchnerismo nunca se conmovió demasiado ante el mandamiento de no mentir. No solamente por las falsedades de las estadísticas oficiales, que tanto daño hacen a la economía y que los argentinos hemos tolerado sin protestar lo suficiente: ha hecho un culto del “relato”, una versión de la historia y del presente construida con verdades a medias, exageraciones y omisiones.

También sabíamos de sus dificultades con el mandato de no robar. Resulta casi imposible hallar mecanismos lícitos que expliquen el crecimiento exponencial de patrimonios, incluso declarados y en blanco, de la familia presidencial, y de muchos de sus allegados. Lamentablemente, la corrupción no es una novedad de esta década.

Hasta ahora, parecía que el “no matar” era un límite. Es cierto que el kirchnerismo debería cargar en su conciencia con los muertos de trenes que chocaron por falta de mantenimiento o de la creciente inseguridad ciudadana, pero no por un obrar propio abiertamente doloso. Acaso con dolo eventual de quienes se lucraron con la destrucción final de los ferrocarriles que había iniciado el menemismo (otra versión del peronismo, que sí carga con muertos intencionales, desde las víctimas de Río Tercero hasta algunos suicidas imposibles: también en este caso, para tapar la corrupción que mata). Pero, hasta ahora, no había muertos directamente procurados.

Por eso el ‘caso Nisman’ es un punto de inflexión, debe serlo, en un país que todavía recuerda (debería recordar) los tiempos en que los enfrentamientos políticos se dirimían matando. El dato objetivo es que el fiscal Alberto Nisman apareció muerto de un balazo en la cabeza, a pocos días de haber presentado una gravísima denuncia penal contra la presidenta de la nación, Cristina Fernández de Kirchner, y otros funcionarios y allegados, y en la víspera de exponer sobre ella ante el Congreso (VN, nº 2.927). La propia presidenta ha informado de que no tiene dudas de que se trató de un homicidio, pero, al mismo tiempo, evitó cualquier muestra de pesar, nunca dio las condolencias a los deudos y pretendió mostrarse como si la víctima fuese ella misma. Cualquiera hubiera esperado un esfuerzo diligente del Gobierno por esclarecer rápidamente el hecho, pero, en lugar de eso, ha emprendido una serie de agresiones contra jueces, fiscales y allegados al muerto.

Muerte política

Nisman pertenecía a la comunidad judía. Esta dio una fuerte señal al enterrarlo, no en el sector y en la forma que se entierra a los suicidas, sino en un lugar de honor del cementerio, junto con sus mártires. Ninguno de sus familiares y allegados cree en un suicidio. Pero cualquiera que haya sido la causa y la mecánica de la muerte del fiscal, es una muerte de contenido y repercusión políticos. Sería demasiado osado (y terrible) pensar que el Gobierno lo mandó matar. Pero esa muerte ha descubierto una espesa y fétida red de uso político de los servicios de inteligencia, de corrupción y –como suele ocurrir en otros campos– de chapucería extrema.

Los obispos, en su primera reacción, hablaron de “sombras de impunidad”. La Comisión Nacional Justicia y Paz urgió el esclarecimiento de la muerte del fiscal, de la grave denuncia que había presentado y lo llevó a ese final, y del atentado todavía impune del año 1994 contra la AMIA (la mutual judía) que Nisman investigaba. La misma Comisión se adhirió a una marcha del silencio convocada para el 18 de febrero en homenaje al fiscal y pidió “a los creyentes sumar su oración al Señor de la Historia pidiendo para nuestra patria paz, justicia y verdad”.

Lamentablemente, la presidenta Fernández contrapuso a quienes alentaron esa marcha en nombre de esos valores (“ellos”) con un “nosotros” liderado por ella misma, que canta y festeja. No está claro qué, ni en nombre de qué otros valores. Mientras, la muerte política ha vuelto a Argentina y, desde las más altas magistraturas, no se invita a la calma y la unidad, sino a la división y el enfrentamiento. Este hecho trágico ocurre en el año en que habrá elecciones para reemplazar a un gobierno cuya metodología permanente es justamente generar división y antinomias. También entre los católicos, a pesar de los esfuerzos de la Iglesia por alentar espacios de diálogo y amistad social.

 

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En el nº 2.931 de Vida Nueva

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