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Carlos Amigo, cardenal arzobispo emérito de SevillaCARLOS AMIGO VALLEJO | Cardenal arzobispo emérito de Sevilla

No hay proyecto educativo que se precie que no insista en la necesidad de una auténtica educación dirigida a conseguir una formación íntegra, completa, en la que se aprendan y asuman los necesarios conocimientos, a saber dominar ímpetus desordenados, asumir y conducir los sentimientos, controlar emociones, apertura consciente y responsable para amar y aceptar el ser querido por los demás.

En educación, y en la escuela, hay tres lecciones permanentes que aprender: la de un exquisito respeto a la persona, la de la justicia y la del amor. En el eje integrador de este proyecto educativo hay unos imprescindibles capítulos que se refieren a la excelencia educativa, tanto académica como pedagógica y completamente libre, sin estar amarrada a ideología alguna. A su lado habrá que poner la ejemplaridad del maestro, que no ha de olvidar su condición de testigo, que más educa por lo que él es que por lo que puede decir a sus discípulos. El capítulo de la comunidad educativa, de la relación con la familia y con la sociedad es de particular importancia y, aunque no se deja de trabajar en ello, los resultados no son todo lo satisfactorios que se deseara.

Se repite que solo existe el buen maestro si está en disposición de ser todos los días un aplicado discípulo. Será necesaria una permanente formación de educadores y maestros, pues sin ese esfuerzo por revisar su oficio educativo, la experiencia se hace rutina; la lección, repetir lo de siempre; la clase, espacio de trabajo y nada más; el alumno, un número, más que una persona; el aprendizaje, adiestramiento; la pedagogía, método sin alma.

Pero con una formación adecuada y permanente del educador: la enseñanza es buen conocimiento y mejor doctrina que se ofrece; la formación, un adecuado molde para configurar a la persona con el mejor modelo; la escuela, una auténtica cátedra de las mejores y más imperecederas lecciones; la comunidad educativa, un verdedero espacio para la esperanza…

La escuela es un espacio muy apetecido por las ideologías para, so pretexto de garantizar la libertad de enseñanza, imponer un tipo de individuo despersonalizado. Y se ponen las trabas posibles para que no reciban formación alguna que no concuerde con su forma política de pensar.

El caso más frecuente es expulsar todo atisbo de religión de la escuela. Ni la voluntad de los padres sobre la educación de sus hijos ni el deseo manifiesta y libremente expresado por los alumnos es suficiente para que reciban una formación completa, donde no puede faltar la atención a los valores trascendentes. Si se excluye algo tan importante, el alumno puede dejar la escuela bien informado, pero con una enorme laguna en su personalidad. Se ha quedado en el nivel de lo sensible. Le falta, en su vida, horizonte y dimensión.

En el nº 2.931 de Vida Nueva

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