Sturla, el cardenal de Francisco en Uruguay

Daniel Sturla, cardenal de Uruguay

Daniel Sturla, cardenal de Uruguay

HERIBERTO A. BODEANT, obispo de Melo y secretario general de la Conferencia Episcopal del Uruguay

Uruguay es la estrella de menor magnitud en el firmamento católico latinoamericano. Así describía el intelectual católico Carlos Real de Azúa nuestra realidad religiosa. Mucho antes que otros países del continente, Uruguay experimentó un proceso de secularización que marcó las instituciones y la educación y penetró en la mentalidad y las costumbres.

La presencia de la Iglesia, aunque se remonta a inicios del siglo XVII con los dominicos en Santo Domingo Soriano entre los indios chanáes y la conexión por el norte con las misiones jesuíticas, recién se consolida con la creación de la primera diócesis en 1878, a 48 años de vida independiente.

Somos, en cierta forma, una Iglesia joven. Esta Iglesia joven tuvo su primer cardenal en 1958, cuando Juan XXIII dio ese título a Antonio María Barbieri, OFMCap., arzobispo de Montevideo. Se cerraba un tiempo de prosperidad y estabilidad. Lentamente, el país entraba en una crisis que pronto se aceleraría: conflictos sociales, lucha armada y dictadura militar (1973-1984). Una grave enfermedad apartaría a Barbieri de la vida pública cuando se agudizó la crisis.

Poco antes de iniciarse el séptimo período presidencial desde las elecciones de 1984, el papa Francisco ha nombrado al segundo cardenal uruguayo. Sorpresa para todos, incluido el interesado: Daniel Sturla, SDB, menos de un año al frente de la sede metropolitana.

¿Qué significa este acto? Como lo ha expresado él, ha sido “una benevolencia del Santo Padre hacia la Iglesia en el Uruguay”, que el exarzobispo de Buenos Aires conoce bien y sobre la que tiene los ojos y el corazón. Más de uno de los obispos uruguayos, en visita a Roma, recibió del Papa palabras de ánimo y consolación, porque “no es fácil ser obispo en Uruguay”.

Monseñor Sturla ha manifestado repetidamente que Evangelii gaudium es su libro de cabecera. Ha asumido con alegría y convicción el programa de Francisco de “una Iglesia en salida”. La noticia de su nombramiento lo encontró en misión, junto a numerosos jóvenes, en un barrio periférico de Montevideo, porque –como enseña Pablo VI en Evangelii nuntiandi– “la Iglesia existe para evangelizar”.

En la cultura secularizada y plural del Uruguay de hoy, el desafío principal sigue siendo, según el nuevo cardenal, “acercar a la gente al tesoro más grande, la mayor alegría que le puede ocurrir: encontrar a Jesucristo”, un acontecimiento capaz de transformar la vida.

El desafío –dice Sturla– “es cómo hacer para que el mensaje del Evangelio llegue al hombre de hoy. En Uruguay hay que pensar cómo hacer para que ese mensaje llegue al muchacho de los barrios populares (…). Esto para mí es prioridad número uno. Se debe hacer una experiencia misionera en esos barrios porque así se salva mucha gente de cosas que están perjudicando a los chicos, como la droga y la delincuencia”.

En su visita a Río, Francisco dejó a los obispos de América Latina dos desafíos: la conversión pastoral y el diálogo con el mundo. Sturla se ha abocado a reformular las estructuras pastorales de la arquidiócesis para fortalecer la comunión y la misión. En una sociedad en plena transformación ha intervenido en el diálogo sin eludir temas controversiales, manifestando el derecho de la Iglesia a proponer –no a imponer– sus convicciones, aunque deba enfrentarse a resabios de un laicismo trasnochado.

Más allá de la Iglesia

Para el diálogo con el mundo actual, la clave señalada por Francisco está en Gaudium et spes: “Los gozos y esperanzas, las tristezas y angustias de los hombres de nuestro tiempo, sobre todo de los pobres y de cuantos sufren, son a la vez gozos y esperanzas, tristezas y angustias de los discípulos de Cristo”.

Es un pasaje muy frecuentado, pero el Papa le da un nuevo valor como clave del diálogo. Es otra forma de presentar uno de los acentos de Francisco: salir de la autorreferencialidad. Mirar más allá de la Iglesia para atender a los heridos del camino.

Así lo expresan las Orientaciones Pastorales 2014-2019 de la Conferencia Episcopal del Uruguay, que Sturla asumió como proyecto pastoral arquidiocesano: buscar y recibir a la gente herida; sanar las heridas y abrir un nuevo horizonte a una historia truncada; presentar la vida plena y la salvación en Jesucristo, fortalecer la familia y promover la educación integral de los hijos.

Por allí anda en Uruguay el Pueblo de Dios junto con sus pastores. Ahora, animados por este vínculo especial con el Santo Padre y con la Iglesia en el mundo que la presencia de un cardenal significa. Prontos a seguir viviendo lo que Dardo Regules, prominente laico del siglo XX, definió como el camino de la Iglesia en esta tierra: “Una aventura de libertad y riesgo”.

En el nº 2.928 de Vida Nueva

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