Juana Ángeles Zárate: “La Vida Consagrada debe humanizar el tejido social”

Juana Ángeles Zárate, presidenta de la Conferencia de Superiores Mayores de Religiosos de México

Presidenta de la Conferencia de Superiores Mayores de Religiosos de México

Juana Ángeles Zárate, presidenta de la Conferencia de Superiores Mayores de Religiosos de México

Entrevista con Juana Ángeles Zárate [extracto]

FELIPE MONROY (MÉXICO DF) | Aunque ocho de cada diez casas religiosas sufren por la escasez de vocaciones o por un envejecimiento paulatino de sus comunidades, la Vida Consagrada no deja de hacerse presente en las principales fronteras de la necesidad humana en México. Así lo cree Juana Ángeles Zárate Celedón, religiosa de la Congregación de la Santa Cruz y presidenta de la Conferencia de Superiores Mayores de Religiosos de México (CIRM).

Inmersos ya en el Año de la Vida Consagrada, y en la celebración de su Jornada Mundial, Juana Ángales Zárate considera que el panorama es complejo y, sin embargo, la religiosa valora aspectos de las comunidades contemplativas y de vida apostólica importantes para la reconstrucción del tejido social: un compromiso con las grandes tragedias desde el sentirse en minoría, reconociendo una fortalecida espiritualidad en el estilo de vida y la misión.

PREGUNTA.- ¿Cómo describiría el panorama actual de las comunidades religiosas en México?

RESPUESTA.- Primero me gustaría partir del hecho de que, siendo un país católico, que registra porcentaje superiores al 80% de población católica, notamos que a hay un buen nivel de vida religiosa, aunque también enmarcado en la minoridad de esta en el mundo. Hay que destacar que hay vida religiosa presente en toda la República, enriqueciendo desde diferentes carismas a la Iglesia, con mayores números en la parte central del país, pero también muy ubicada en las zonas de mayor pobreza como Chiapas, Guerrero, Oaxaca, también en Yucatán, y en el norte tenemos un porcentaje en la frontera, donde hay situaciones muy difíciles. Es verdad que atendemos a grupos vulnerables, pero también situaciones básicas y necesidades del ser humano en la educación, la salud y la formación integral.

P.- ¿Cómo enfrentan el fenómeno de la disminución de vocaciones y del envejecimiento de las comunidades religiosas?

R.- Es un fenómeno que nos impacta. Lo vemos como una coyuntura especial, pero también con cierta naturalidad para potenciar la reflexión sobre nuestra identidad y nuestra trasparencia en medio de la sociedad; sobre la eficacia que siempre ha tenido la vida religiosa desde la minoridad. Esta situación nos obliga a replantearnos quiénes somos desde nuestras raíces, la vida religiosa en México siempre ha sido un grupo minoritario pero que, por su estilo de vida, ha impactado fuertemente en medio de una masa social, que va siendo fuente de transformación.

En la medida en que nosotros recuperemos esa identidad, creo que relativizaremos esa angustia de ser menos porque nunca hemos tenido institutos de muchísima gente, nunca ha sido algo muy abierto para todo el mundo, es una llamada específica, no para todos. Por ello me parece que no debemos angustiarnos ante el fenómeno de la reducción que estamos viviendo, sino concentrarnos en ese espíritu de minoridad que pone su empeño en su relación con Dios, en la exploración mística de sus carismas y, desde allí, replantearse la misión. Esa diversidad de misión, pero en identidad con los carismas que nos ha regalado el Espíritu. Me parece que estamos en un momento en que la Vida Religiosa se replantea qué sigue ofreciendo a la sociedad.Juana Ángeles Zárate, presidenta de la Conferencia de Superiores Mayores de Religiosos de México

La impronta de la ética

P.- ¿Qué exige a las y los religiosos la crisis actual que atraviesa México?

R.- Recordar que la Vida Consagrada tiene su radicalidad. Me parece que estamos en un momento en que las congregaciones necesitamos purificar y potenciar la capacidad transformadora de los carismas; de tal manera que, si tenemos la vocación de salud, educación y atención a grupos vulnerables, sea desde esta vocación la liberación para nuestros pueblos. Algunos analistas insisten en que vivimos una de las crisis más profundas a nivel político, social, familiar y religioso. Creo que es un momento muy grave que converge en el aspecto político, pero no es lo único. Hemos llegado a esta situación por falta de una ciudadanía que se ha descuidado en su formación. Quizá desde nuestros modelos educativos públicos, privados o desde la oferta católica no hemos colaborado de una manera muy clara para que las personas tengan una impronta ética profunda. Y no se diga en el aspecto público, donde la situación está permeada por temas como la corrupción, la impunidad o la lucha de intereses particulares; y la educación, a lo mejor, está planteada desde allí y no desde una mejor aspiración para nuestra población o que esté orientada a atender las causas más necesitadas.

El caso de la Escuela Normal Rural Isidro Burgos, de Ayotzinapa [en referencia a la desaparición forzada de 43 estudiantes de esa escuela normal rural registrada en septiembre de 2014, y que generó gran alarma entre la ciudadanía] revela precisamente la complejidad del problema. Efectivamente, las escuelas normales rurales están muy politizadas, pero porque son las menos atendidas, porque están en los estados donde hay mayor pobreza y donde no hay suficientes recursos para la educación. Las normales rurales son las que menos presupuesto tienen y hay un legítimo grito de los jóvenes y de la sociedad. Ese grito se debe a que no están contando con los recursos necesarios para la preparación que anhelan y a la que tienen derecho como ciudadanos mexicanos.

Eso, que se refleja en la crisis del país, nos está indicando a las y los religiosos en dónde debemos estar presentes. Y creo que deben ser esos espacios donde podremos ser fuente de esperanza y también ser fuente de conciencia para acompañar a nuestro pueblo en la búsqueda de mejores alternativas de vida.

P.- ¿Más allá de la educación?

R.- Sí, por supuesto. En la cuestión familiar, en la salud, en los valores personales y culturales. Creo que es allí donde tenemos que estar y, si no estamos allí físicamente, debemos preguntarnos cómo orientamos nuestros esfuerzos para hacernos conscientes de la necesidad de solidarizarnos con estas acciones y el desarrollo del país.

P.- ¿Hay pautas o principios para que la Vida Religiosa se involucre en estos temas que siguen aquejando al ser humano?

R.- Sí. El planteamiento de la CIRM para estos tres años se apoya en dos ideas: la humanización y la reconfiguración del tejido familiar, social, de Iglesia y político. Creo que son dos palabras muy elocuentes y que indican hacia donde tendríamos que caminar. La humanización en todos los niveles y en todas las situaciones; y la reconfiguración frente a un cambio de época en donde los valores y la propia identidad humana están en cambio. Tenemos que ofrecer un referente para poder reconstruir el tejido personal y social, y esas dos palabras nos colocan en el horizonte de la Vida Consagrada.

Ser casa de encuentro

P.- ¿Cómo hacerlo posible?

R.- Humanizar y reconfigurar siendo Betania, no solo para los demás en el sentido de proyección apostólica y pastoral, sino también hacia dentro de la Vida Consagrada. Ser casa de encuentro, casa de humanización, donde, desde las diferentes culturas y pensamientos, seamos capaces de sentarnos y donde nos reconozcamos hermanos y hermanas. Ser casa donde se incluye, donde se escucha, donde se rehace la persona en la amistad y en la escucha, en la compasión; atender los espacios donde hay desconfiguración, donde hay muerte, desarmonía personal, desintegración personal, comunitaria o cultural. Es una dinámica de encuentro hacia adentro, pero también hacia otras expresiones, no solo de fe, sino ideológicas, otros gritos que también hay en la sociedad.

Y eso nos lleva a que la Iglesia, o la Vida Religiosa en particular, podamos generar estructuras de encuentro con sectores muy diferentes a los nuestros, que también están decayendo, tales como las culturas juveniles, las víctimas del narcotráfico y el secuestro, miles de familias que viven esta situación, que quedan marcadas en la historia personal con el miedo, la desconfianza, el miedo de salir adelante y el miedo de crear nuevas redes de amistad. Creo que a todo esto nos sentimos llamados, a ser ese espacio de encuentro para encontrarnos y escucharnos, compartir nuestra inquietud sobre aquello que está aniquilando al mundo y acompañarlo juntos.

En el nº 2.928 de Vida Nueva

 

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