Antonio José de Almeida: “Los sacerdotes no lo tienen que hacer todo”

Nuevos ministerios, vocación, servicio y carisma en la comunidad, libro deAntonio José de Almeida, Herder

Teólogo y pastoralista brasileño, publica ‘Nuevos ministerios’

Antonio José de Almeida, teólogo y pastoralista brasileño

EMILIA ROBLES | En el desarrollo de su ministerio, los sacerdotes ya no lo tienen que hacer todo. Lo dice uno de ellos, con tres décadas dedicado a la pastoral directa (párroco, asesor y coordinador diocesano de acción evangelizadora) y al estudio y reflexión sobre ella. Antonio José de Almeida (Marapoama, Brasil, 1949) es un profundo conocedor de numerosas fórmulas surgidas en las últimas décadas en América Latina, en donde algunos servicios evangélicos son asumidos por personas que no son sacerdotes.

Profesor en la Pontificia Universidade Católica de Paraná y en el Instituto Teológico-Pastoral para América Latina, en Colombia, De Almeida desgrana su experiencia en Nuevos ministerios. Vocación, servicio y carisma en la comunidad (Herder), de reciente publicación en España.

PREGUNTA.- Insiste usted en que la Iglesia tiene que desarrollar con urgencia nuevos ministerios ¿A qué se refiere?

RESPUESTA.- Creo que la situación puede ser distinta según los países. En las Iglesias del Sur –pienso sobre todo en América Latina y en algunas áreas de África– tuvimos, en los dos decenios sucesivos al Concilio, el nacimiento y un crecimiento impresionantes de nuevos ministerios. Un teólogo, biblista, como Carlos Mesters habló en la época de una “explosión de ministerios”. Con esta expresión se refería a que ya no eran los curas los que hacían todo, ni tampoco se reducía la expresión ministerio a “celebrar la eucaristía” y administrar sacramentos. Por un lado, se descubrían cantidad de tareas pastorales, litúrgicas, de compromisos con la realidad desde la perspectiva del Evangelio. Por otro lado, estos servicios eran atendidos por muchas personas diversas, con carismas específicos y que pertenecían a las propias comunidades. El Sínodo de 1974 sobre la Evangelización, y Pablo VI en la Evangelii nuntiandi (1975) evaluaron positivamente e impulsaron este proceso como algo prometedor para la Iglesia. En Europa, me parece que el fenómeno puede ser más reciente y tener menos visibilidad. Es más un reto que una realidad.Nuevos ministerios, vocación, servicio y carisma en la comunidad, libro de Antonio José de Almeida, Herder

P.- Concretamente, ¿cuáles son estos nuevos ministerios?

R.- Cuando se habla de nuevos ministerios, se piensa en general casi automáticamente en los ministros extraordinarios de la Eucaristía. Es una reducción que empobrece. Yo me refiero a un abanico muy amplio de servicios que posean un perfil propio, tengan relación significativa con la misión de la Iglesia, sean importantes para la vida de la comunidad y para su proyección en el mundo, sean asumidos como responsabilidad propria y con estabilidad por laicos y laicas, y sean reconocidos por la Iglesia. Pueden darse sea en la dimensión profética, cultual o real-pastoral de la misión de la Iglesia. Tenemos, entonces, desde, por ejemplo, animadores de grupos bíblicos y comunidades, pasando por catequistas y equipos de celebración, hasta responsables por las pastorales sociales, en distintos niveles eclesiales (comunidades, parroquias, regiones pastorales, diócesis y más allá).

P.- Entiendo que su trabajo no se reduce a la universidad sino que de alguna forma es un trabajo de campo. ¿Puede ampliar esto?

R.- Actualmente, estoy más involucrado con la labor intelectual. Soy profesor de teología en la Pontificia Universidad Católica de Paraná, en Curitiba. Enseño en la graduación y en el posgrado (maestría y doctorado). Pero he estado en la pastoral directa durante casi treinta años, como párroco, asesor de varios servicios diocesanos y coordinador diocesano de acción evangelizadora (cerca de 12 años). Tengo un pie en la pastoral directa y otro en la universidad. Mi tesis doctoral ha sido sobre los nuevos ministerios en la Iglesia de América Latina. El director era un teólogo español, de Galicia, el jesuita Félix Alejandro Pastor, profesor en la Gregoriana y en la PUC de Río de Janeiro, donde murió hace dos años.

Propuestas pastorales en diferentes lugares

P.- ¿Qué propuestas pastorales en diferentes lugares conoce que le parezcan especialmente interesantes para la Iglesia hoy en tema de ministerios?

R.- En Brasil, en primer lugar, las comunidades. Son más de 100.000. Empezaron en los años anteriores al Concilio y han sido fortalecidas por la eclesiología conciliar. Algunas diócesis las asumieron como prioridad pastoral hace decenios. La diócesis a la cual pertenezco, por ejemplo, a partir del decenio de los 70, ha trabajado inspirada en un ‘Plan diocesano para una pastoral parroquial renovada’. El año pasado, la Conferencia Nacional de los Obispos de Brasil (CNBB) publicó un documento para fortalecer y impulsar este proceso, Parroquia, comunidad de comunidades. En el interior de esas comunidades, uno de los elementos más importantes son los grupos de familias (o no), vecinos o no, dependiendo del contexto social. Son grupos de reflexión, de acción y reflexión, de vivencia, de base, círculos bíblicos.

En la parroquia donde vivo ahora, por ejemplo, hay 23 comunidades, más de 80 grupos llamados de reflexión, que, en la realidad, son grupos bíblicos donde cada quince días se lee la Biblia en conexión con la vida; algunos grupos, que llevan más de 40 años, pasaron por cambios generacionales.

También conozco bastante de cerca la experiencia de los Delegados de la Palabra, en Honduras, que son ya cerca de 40.000, una propuesta iniciada por el obispo Marcelo Guérin e impulsada por el obispo Raúl Corriveau. Y la del diaconado casado, que trabajan en pareja, en San Cristóbal de las Casas, Chiapas, México, por citar sólo algunas de ellas.

P.- ¿Cree que estas propuestas son contrapuestas o excluyentes, o podrían convivir?

R.- Creo que no se oponen, ni se excluyen. Son complementarias, las vincula una eclesiología compartida y al mismo tiempo, satisfacen distintas necesidades de las comunidades (de compartir la palabra, de atender a grupos específicos, de catequesis, de celebración de la Eucaristía…). Contribuyen a que se desarrollen distintos carismas que ya existen en las propias comunidades. Pero esto no solo sucede en el hemisferio Sur. Hay que estar atentos a lo que puede ir surgiendo también en el Norte.

He visto que, en España, Pagola está motivando e impulsando, con excelentes argumentos, algo muy parecido con lo que hacemos en Brasil hace años. Pienso, por ejemplo, a su libro Volver a Jesús. Hacia la resurrección de las parroquias y comunidades. Me gusta mucho la cristología de Pagola y, ahora, me encanta su manera de proponer el surgimiento de grupos que se reúnan espontáneamente, tomen en sus manos la palabra de Dios, para escucharla, en contacto con la vida, con sus anhelos, dudas, preguntas, en búsqueda de caminos para un mundo más humano. Es muy importante que desde las Iglesias locales se puedan hacer propuestas inculturadas y que se vea su interés para toda la Iglesia.

Es fundamentalmente la eclesiología del pueblo de Dios
en el sentido que le dio el Concilio.
Pueblo llamado por Dios. Pueblo libre y responsable.
Pueblo al servicio del proyecto
de Dios en la historia. Pueblo de hermanos,
iguales y diferentes al mismo tiempo.

P.- ¿Cuál sería el hilo conductor eclesiológico que les aportaría a esas propuestas unidad interna?

R.- Es fundamentalmente la eclesiología del pueblo de Dios en el sentido que le dio el Concilio. Pueblo llamado por Dios. Pueblo libre y responsable. Pueblo al servicio del proyecto de Dios en la historia. Pueblo de hermanos, iguales y diferentes al mismo tiempo. Pueblo donde lo que es común (la condición de cristianos y cristianas) garantiza a todos igualdad de dignidad y misión. Pueblo que pone raíces en las distintas culturas y es capaz de entrar en diálogo con ellas. Pueblo enriquecido por dones, carismas y servicios distintos al servicio de la misión. No son títulos de capítulos de un libro; son mis más profundas convicciones eclesiológicas.

Algunas de estas convicciones están muy bien explicitadas en un documento importante de la CNBB del año 1999 sobre Misión y ministerios de los cristianos laicos y laicas, el famoso (entre nosotros) documento 62, muchas veces reeditado. Podemos ver que en todas estas experiencias, las comunidades tienen unas necesidades pastorales y de desarrollo humano y cristiano específicas y otras que pueden ser comunes. En todas estas comunidades se reconocen los dones y carismas del Espíritu repartidos en la propia comunidad. Son acogidos y reconocidos también por el obispo, quien los presenta a Roma, para que se aprecie que lo que es bueno a nivel local, también enriquece a la Iglesia Universal.

Los “equipos de ministros ordenados” de Lobinger

P.- ¿Qué elementos resaltaría de la propuesta actual de Lobinger sobre dos tipos de presbíteros que coexisten y colaboran?

R.- Lo que Lobinger propone actualmente -en términos de estructura pastoral básica y de ministerios- es, en sus trazos esenciales, recuperar lo esencial de lo que hubo en la Iglesia cristiana en los primeros siglos y que puede ser adaptado a las realidades de hoy: comunidades de dimensiones humanas; animadas por ministros y ministras propios; un proceso de formación cristiana y ministerial permanente, con el acompañamiento de presbíteros destacados para eso por la diócesis; la celebración de la eucaristía como plenitud de la realización de la Iglesia en misión en un lugar. Lo que hace falta en muchísimas comunidades –solo en Brasil son más de 70.000 las comunidades sin la posibilidad de celebración regular de la eucaristía– son, como cumbre de un amplio proceso, ministros elegidos por la comunidad y ordenados como presbíteros para presidir la eucaristía en su comunidad. Esa propuesta queda bien reflejada en sus libros Equipos de ministros y El altar vacío que han sido publicados en varios idiomas, entre ellos en español (Herder). Del primero soy coautor y ya lo explico ahí con detalle.

P.- Esos ministros ordenados ¿lo único que harían en la comunidad sería presidir a la celebración de la eucaristía? ¿Serían curas celebradores, o ‘miseros’ o ‘altaristas’, como se decía en Edad Media?

R.- No, en absoluto. La lógica en la Iglesia antigua –eso ha sido estudiado particularmente por Hervé Legrand, un dominico francés, gran eclesiólogo, discípulo de Congar– era la siguiente: aquel que preside a la comunidad preside a la eucaristía de la comunidad. La comunidad lo elegía, los obispos lo ordenaban, él se convertía en presidente-pastor de aquella comunidad y por consiguiente de su eucaristía. La celebración de la eucaristía por la comunidad es el momento fuente y cumbre de su vida cristiana y eclesial. No puede ser algo tan raro que, a pesar de toda la valoración teórica de la Eucaristía, esta se celebre, en tantísimas comunidades, solo una vez por año o cada dos, tres años.

P.- Esta es una de las preocupaciones que impulsa la propuesta de Lobinger de que haya dos formas de presbiterado…

R.- Claro. Además, muy concretamente él propone que los nuevos ministros sean de la misma comunidad, que sean elegidos directamente por la comunidad, que no sea uno solo por comunidad, sino un pequeño equipo (dos o tres), que pueda ser soltero u casado, y que siga insertado en la vida civil, con su familia, su trabajo profesional, su vida normal. Dado que la comunidad es pequeña, su participación en ella será muy cercana, fuerte, cálida, pero su servicio frente a ella como ministro ordenado sería a tiempo parcial. De esta manera se logran dos cosas: más participación, que saca a relucir dones y carismas más específicos (capacidad de trabajar con niños, con personas mayores, con matrimonios, con inmigrantes…) y menor sobrecarga para una persona. El modelo no es la gran parroquia, territorial, anónima, sacral, totalmente centralizada en el párroco y en todo dependiente de él, sino la comunidad “a la medida de la persona”, de gente que se conoce, una comunidad acogedora, abierta, participativa, misionera.

La alternativa de los ‘viri probati’

P.- En el Concilio Vaticano II se habló -aunque tímidamente- de los viri probati como un alternativa a la falta de presbíteros en muchas comunidades. ¿Qué piensa sobre esa alternativa en el contexto de la Iglesia actual?

R.- El Concilio habló de “viri probati” en relación al ministerio diaconal. El Concilio no debatió sobre el tema del celibato sacerdotal. Paulo VI no consideraba conveniente que el Concilio tratara del celibato. Sin embargo, Lobinger no piensa en viri probati como candidatos a este nuevo modelo de presbítero. Al revés, deja claro que esta no es su propuesta. Lobinger piensa más bien en communitates probatae que necesitan llegar a ser communitates plenae, entonces, que puedan ellas mismas celebrar la eucaristía presididas por ministros propios.

La hipótesis de viri probati Lobinger la descarta con todas las letras. Su punto de partida no es la escasez de clero, ni la abolición del celibato; no es la ordenación de más sacerdotes para mantener el sistema funcionando, ni la ordenación, en consecuencia, de hombres casados, probados solo en su familia, en su trabajo. Importa y mucho su trayectoria larga, sólida y desinteresada de servicio en la comunidad, “probados”, por tanto, en la propia comunidad, y esta también debe ser una comunidad madura, “probada”. Su enfoque es la comunidad eclesial, el camino comunitario, la legítima autonomía de las comunidades, la multiplicidad de ministerios para la vida y la misión de la Iglesia, la centralidad de la Eucaristía para la vida cristiana y la construcción de auténticas comunidades cristianas al servicio del Reino.

Francisco es el tipo de papa que soñábamos.
Tiene una sensibilidad humana, comunitaria
y popular impresionante. Y tiene valor.
Lo que les hace falta a muchos jerarcas, muchas veces medrosos,
hasta el punto de que necesitan que el Papa les diga:
“Coraje, sean valientes, presenten propuestas audaces”.

P.- ¿Es importante que los obispos sean valientes y presenten propuestas audaces a Roma, o más bien deberían esperar a que Roma cambie ciertas normas?

R.- Francisco es el tipo de papa que soñábamos y que, entre otras cosas, celebra con la gente y predica desde el evangelio del día como un párroco. Algunos le critican: “Ejerce de párroco, no de papa”. Pero, lo cierto es que así lleva el Evangelio a todos y enseña a los párrocos la prioridad de la evangelización en su ministerio. Él tiene una sensibilidad humana, comunitaria y popular impresionante. Y tiene valor. Lo que les hace falta a muchos jerarcas, muchas veces medrosos, excesivamente prudentes (¿o imprudentes?), sin audacia ni perspicacia. Hasta el punto de que necesitan que el Papa les diga: “Coraje, sean valientes, presenten propuestas audaces”.

En la Conferencia de Aparecida, de 2007, un significativo número de obispos querían tratar este tema (de la situación ministerial de las comunidades sin Eucaristía). Se encontraron en una reunión con un representante pontificio y este prestigioso señor les respondería: “¡Este no es lugar apropiado. Los tiempos no están maduros!”. Los tiempos nunca estarán maduros para quien no sabe leer sus signos, que son siempre primaverales. Pero también es importante que desde Roma se impulse, para que no parezca que se está rompiendo la comunión haciendo estas propuestas y para que los más temerosos se animen a hacerlas. Ahora Roma ya ha dicho que para ciertas cuestiones en relación con nuevos modelos de ministerio presbiteral “la puerta está abierta”. Solo falta que se presenten esas propuestas locales valientes y, al mismo tiempo, con amplios consensos.Antonio José de Almeida, teólogo y pastoralista brasileño

Vida compartida entre ministro y la comunidad

P.- En su libro, ya publicado en Brasil y que ve la luz en España en enero, habla de nuevos ministerios, incluido el presbiteral. ¿En qué aspectos pondría el énfasis sobre la necesidad de dar un paso hacia adelante?

R.- Hay un punto de llegada, que es la vida de docenas de miles de comunidades, con su dinamismo, sus servicios (ministerios), sus proyectos. Llegamos, sin embargo, a un punto que clama por el natural paso siguiente: no solo el reconocimiento, la valoración y el impulso efectivo a las comunidades y a sus ministerios (actitudes que todavía faltan en tantos lugares; y donde hay, no siempre son suficientes y coherentes), sino la plenificación de esas comunidades dotándolas de ministros ordenados propios para su presidencia eclesial y eucarística. De todas maneras, el vínculo entre ministro y comunidad es esencial. No se trata solo de un vínculo sacramental y canónico, sino existencial, muy concreto, de vida compartida. Sería trágico que la Iglesia ordenara viri probati sin un fuerte sentido comunitario, sin vínculo concreto con una comunidad concreta. El presbítero no puede ser un ministro ‘universal’ y ‘abstracto’ que ejerce su ministerio en doquiera porque ningún lugar es “su” lugar, dado que todos los lugares le son indiferentes. Desde el punto de vista de una sana teología de la Iglesia local, eso es eclesiológicamente equivocado y eclesialmente desastroso.

P.- Hablando ahora de los presbíteros, ¿qué riquezas aportaría a la Iglesia en su conjunto un doble presbiterado que trabaja en colaboración?

R.- Lobinger habla de dos tipos de presbíteros: diocesanos y ‘comunitarios’. En realidad, no emplea la expresión “presbítero comunitario”. Prefiere llamarles “ministros ordenados”, pero sabe que esta expresión puede ser ambigua, porque incluye también a los obispos y diáconos. Aun así, con la expresión “ministros ordenados” quiere dejar claro que no piensa en comunidades contestatarias o en ministerios ‘salvajes’, y pone el énfasis en que estos nuevos presbíteros estén sacramentalmente “ordenados”. Presbíteros diocesanos serían, pues, los presbíteros que conocemos actualmente: formados en seminario, que estudiaran Filosofía y Teología por largos años, célibes, etc. En el nuevo modelo, no solo no serían devaluados, sino valorados, y pasarían a desempeñar una nueva función “casi episcopal” –decía un obispo franciscano alemán que trabajó toda su vida en Brasil (Dom Valfredo Tepe, de Ilhéus, Bahia)– de motivación, animación, acompañamiento, formación continuada, asesoría y articulación entre las comunidades y entre esas y sus ministros. Los comunitarios tendrían una formación continua más adaptada al medio en el que desarrollan su acción pastoral y podrían ser mucho más numerosos y cercanos a la propia cultura local.

P.- ¿Cuáles serían algunos riesgos que habría que tener en cuenta, para cuidar ciertos aspectos?

R.- Veo sobre todo tres: el ‘delegacionismo’, el clericalismo y el ‘liturgismo’, si se me permiten estos neologismos. El ‘delegacionismo’ consiste en delegar en el ministro lo que es responsabilidad de todos: “Tú eres nuestro presidente, haz todo y nosotros te apoyamos”. ¡Es lo que muchos padres hacen con los maestros de sus hijos en las escuelas! Por otro lado, hay seglares que, cuando ocupan una posición particular en la comunidad, reproducen comportamientos típicos del clero clásico y ni tanto, reproducen algo del clericalismo. Una vez ordenados, el riesgo de hacerlo con ‘autoridad’ es todavía más fuerte (“Soy el ministro ordenado presbítero de esta insignificante comunidad… pero soy ordenado, sacerdote, con poder de orden y jurisdicción, alter Christus, una entidad casi divina, ¡aquí quién manda soy yo!”).

La liturgia, sobre todo la celebración eucarística, es fuente y culmen de toda la vida de la Iglesia. Sin embargo, para serlo efectivamente, tiene que estar conectada con toda la vida y actividades de la comunidad. Claro que hay ministerios litúrgicos, pero quien los asume no debe ceñirse a la liturgia, sino participar de toda la vida de la comunidad, haciendo que esta se exprese en la celebración y la celebración fortalezca la vida y la misión. El ‘liturgismo’ crea una brecha entre culto y vida, entre liturgia y misión, en último análisis, entre sagrado y profano.

Antonio José de Almeida, teólogo y pastoralista brasileño

De Almeida, con un matrimonio que colabora con él en su parroquia

P.- ¿Cree que muchos ministerios se ha cultualizado excesivamente y que se han perdido de vista otras proyecciones y tareas pastorales?

R.- Lamentablemente, sí. El culto es lo más visible en la Iglesia y también en las comunidades. Da estatus a los que lo conducen, que se ven recubiertos por un aura sobrenatural. Y es lo más fácil. ‘Administrar’ un sacramento –con un poco de entrenamiento– es materialmente fácil. También en Brasil tenemos esta deformación. Cantidad de ministros de la distribución de la comunión en cada parroquia, algunas docenas en la catequesis, aún menos en las pastorales sociales. Estas estadísticas son signo de problemas más profundos. Y esto, que daña a las comunidades y las convierte en meras “consumidoras” de sacramentos, de forma ocasional, también llega a “quemar” y a “funcionalizar” a muchos pastores; unido a que en mucho lugares, algunos sacramentos se convierten en un rito social ostentoso, desprovisto de su sentido cristiano, aislado de procesos anteriores y, sobre todo, de continuidad en el camino de evangelización.

Cansancio en la Iglesia de Brasil

P.- ¿Puede ser la Iglesia de Brasil una Iglesia emblemática para la implementación de cambios en los ministerios que supongan una riqueza para la Iglesia universal?

R.- No hay que idealizar a nadie en la Iglesia ni Iglesia alguna en el mundo. En Brasil, hemos caminado mucho, sobre todo en las primeras décadas del post-Concilio, pero hoy, por una serie de factores que otros podrían analizar mejor que yo, experimentamos a una Iglesia menos viva, bajo varios aspectos cansada, menos vibrante, menos comprometida, a veces “tranquilizadora” y conformista en su canto. Cuando la Conferencia de Aparecida (2007) habla de “Iglesia misionera” o de “conversión pastoral”, esas palabras se dirigen también a nosotros, a la Iglesia de Brasil. En el tema de nuevos ministerios, el momento ‘carismático’ (en el sentido de Max Weber) ha pasado. Desde Puebla (1979), estamos más bien en un momento de ‘institucionalización’. Santo Domingo (1992), con todas sus limitaciones, ha confirmado sustancialmente lo que habían planteado las Conferencias anteriores, pero en un tono casi burocrático y protocolario. Sin embargo, hay algunos obispos que se dan cuenta de los retos con más profundidad y miran más lejos. De ahí se puede esperar que algo se mueva.

P.- ¿Se están dando ya pasos en la iglesia de Brasil en este sentido? ¿Comienza a haber algunas reuniones para reflexionar sobre el tema?

R.- Lobinger estuvo algunas veces en Brasil. En privado. Sin alarde. Se encontró con algunos grupos de obispos. Sus libros son conocidos por buena parte del episcopado. Últimamente, después del encuentro del obispo Erwin Kräutler (un obispo austriaco misionero en la Amazonia) con el papa Francisco, el tema fue planteado en un momento de la última Asamblea General de la Conferencia Nacional [30 de abril – 9 de mayo de 2014] y se ha aprobado la constitución de una comisión para reflexionar sobre la cuestión de cómo encontrar respuestas para la situación de las comunidades sin celebración regular de la eucaristía. Son miembros de esta comisión Dom Raymundo Damasceno de Assis, presidente de la CNBB; Dom Claudio Hummes, arzobispo emérito de São Paulo; Dom Walmor de Oliveira, arzobispo de Belo Horizonte; y Dom Sergio Eduardo Castriani, arzobispo de Manaus, capital del Estado de Amazonas. Estaba programada una reunión en la sede de la Conferencia en Brasilia para el último noviembre, pero tuvo que ser cancelada porque dos miembros no habrían podido estar presentes. La comisión va a reunirse en febrero, dos meses antes de la próxima Asamblea General de la Conferencia Episcopal, cuando sus propuestas serán presentadas a todo el episcopado y discutidas.

Las comunidades no vivirían sin las mujeres.
Ellas son responsables de la mayor parte de
los servicios y actividades comunitarias.
El mismo Código de Derecho Canónico,
en relación a un gran número de oficios eclesiales,
está muy por delante de nuestra práctica.

El papel de la mujer en la Iglesia

P.- ¿Qué pasos habría que dar, teológica y pastoralmente hablando para caminar en la dirección de enriquecerse con todo el potencial de las mujeres en la Iglesia y hacer así una Iglesia más fértil?

R.- Las comunidades no vivirían sin las mujeres. Ellas son responsables de la mayor parte de los servicios y actividades comunitarias. La catequesis, por ejemplo, está prácticamente toda en mano a las mujeres. En Brasil, son cerca de 1.000.000 de catequistas. Eso es reconocido y valorado. De eso se habla en los documentos del episcopado. Muchísimas mujeres actúan en los equipos de liturgia, aunque oficialmente no puedan ser “instituidas” (este es el término técnico) como lectoras y acólitas. En este particular, lo mínimo que tendría que hacerse es revisar el canon 230 del Código de Derecho Canónico, que, en la práctica, no se respeta porque, entre nosotros, las mujeres son lectoras y acólitas habitualmente en las celebraciones. En la Curia romana, muchas funciones desempeñadas por clérigos –a veces obispos, arzobispos y cardenales– podrían ser ejercidas por laicos y por laicas. Lo mismo en las Curias diocesanas. El mismo Código de Derecho Canónico, en relación a un gran número de oficios eclesiales, está muy por delante de nuestra práctica. Me acuerdo de un estudio del teólogo belga Gostave Thils, del 1983, al respecto, muy esclarecedor: Les laïcs dans le nouveau Code de Droit Canonique et au IIe Concile du Vatican.

P.- ¿Un cambio significativo en la cuestión ministerial puede acercarnos a otras Iglesias cristianas? ¿Podemos aprender algo ya de su experiencia en este campo?

R.- El papa Francisco ha dicho que la puerta para la ordenación sacerdotal de mujeres está cerrada. Pero no estaría cerrada la puerta para discutir, por ejemplo, el diaconado femenino. Paulo VI no cerró esa puerta en la declaración Inter insigniores de 1976. Y también el papa Francisco ha dicho que la necesidad de incorporar más plenamente a la mujer necesita una reflexión teológica en la que también las mujeres se impliquen y aporten y de aquí pueden salir caminos nuevos. Esto ya nos acercaría a otras Iglesias.

Hay ministerios sobre los que no se ha cerrado la puerta, sencillamente porque nunca se pensó en ellos. La cuestión aquí no es solo la posibilidad teológica, ampliamente sostenida por teólogos, sino sobre todo su significado en el conjunto de la ministerialidad de la Iglesia y su perfil pastoral (sus perfiles pastorales). También la implementación de un doble presbiterado diocesano y comunitario, célibe o no, nos aproximaría y daría para profundizar con otras iglesias, aprendiendo y revisando juntos.

Desde luego que hay mucho que aprender y compartir con otras Iglesias cristianas que han desarrollado otros ministerios con mujeres y con varones, con célibes y con casados, sin tener por qué hacer exactamente lo mismo que ellos. En el libro antes citado del obispo Fritz Lobinger se habla extensamente de sus diálogos profundos con otras iglesias locales cristianas (no católicas-romanas) en orden a prevenir aspectos indeseables de la implementación de nuevos ministerios, en concreto de un doble ministerio presbiteral, célibe y no célibe, que se han experimentado ya en otras Iglesias y a buscar juntos propuestas de mejora. Todos estamos en camino y llamados a ser unos en Cristo. También la revisión de los ministerios nos puede ayudar a encontrarnos.

P.- Desde su experiencia, ¿piensa en algunos pasos que podrían ser claros ya en algunas iglesias locales?

R.- Bueno, ya de entrada, que la mayor parte de los diáconos se dediquen solo a la dimensión litúrgica de su ministerio es señal de que hay un problema y eso se debería cambiar. ¿No se han acomodado en lo cultual porque las diaconías de la palabra y de la caridad son más exigentes y comprometidas? ¿No están “haciendo” (claro que un ministerio no debe ser pensado solo como un “hacer”) lo que laicos y laicos también pueden hacer, y de hecho ya lo hacen? ¿No estarían supliendo precariamente a la falta de sacerdotes? Es por eso que, personalmente, pienso que también sería una decisión equivocada ordenar indiscriminadamente los diáconos como presbíteros. Pero me parece que tendríamos un buen camino a recorrer con la ordenación presbiteral de algunos de los actuales diáconos con un buen histórico de compromiso comunitario, una buena vivencia familiar, un buen testimonio del Evangelio en la vida ordinaria, en su profesión, en la vida civil.

En lo que conozco más de cerca, yo miraría con mucha atención, por ejemplo, a la experiencia, fuertemente impulsada por el obispo Samuel Ruiz y continuada por los dos obispos posteriores, de diáconos indígenas casados de la diócesis de San Cristóbal de Las Casas, en México. Entre los ministros laicos, la experiencia de los delegados de Palabra que ya lleva 50 años en Honduras y en otros países de Centroamérica me parece también digna de especial atención. No sé si soy excesivamente optimista con los delegados de la Palabra de Centroamérica: la propuesta de Lobinger caería allí como el anillo al dedo! Y será muy interesante estar atentos a las propuestas que puedan presentar diócesis de todo el mundo que respondan a la invitación del Papa.

En el nº 2.927 de Vida Nueva

 

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