Los cristianos de Irak lloran sangre

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En dos años, esta comunidad ha pasado de dos millones de personas a solo 200.000

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Los cristianos de Irak lloran sangre [extracto]

Texto y fotos: ANGELINES CONDE | Sus vidas rotas están congeladas en el tiempo. No tienen casa, ni trabajo, ni futuro. Viven en campos de refugiados. Poco a poco les olvidamos, mientras padecen su particular éxodo. Son los cristianos en Irak.

“Cuando las luces se apaguen, ¿qué pasará con ellos?”. Es la pregunta que se hace Douglas Bazi, párroco de San Elías, una de las iglesias de Erbil a la que han llegado miles de desplazados cristianos y yazidíes amenazados por el Estado Islámico (EI). En pleno verano, con temperaturas de más de 45 grados, emprendieron un viaje a la nada para salvarlo todo: la vida, la fe, la dignidad, la familia… Y ahí siguen, en la nada.

“Viven una vida miserable –explica el patriarca caldeo Sako a Vida Nueva–. Viven diez personas en una pequeña tienda. No hay trabajo, no hacen nada en todo el día. La angustia psicológica de los padres de familia es terrible”.

Él es el jefe de una Iglesia que se ha sentido abandonada y perseguida. Sin paños calientes, dice que la culpa es de la comunidad internacional y su codicia: “Somos víctimas de la política internacional. Hablan de derechos humanos, pero, ¿dónde están?”.cristianos de Irak refugiados

Que nadie imagine que estas personas eran nómadas y vivían en tiendas en medio del desierto. Son empresarios, médicos, ingenieros, funcionarios, profesores, obreros… Personas que tenían su vida, su casa, sus estudios, su coche en el garaje, pagaban sus impuestos. Nadie les defendió, ni defendió sus ciudades cuando llegó el EI. El ejército y las autoridades se fueron antes.

En San Elías rezan a todas horas los protagonistas de este éxodo involuntario. Ante un pesebre instalado en la puerta, una abuela llora mientras abraza a su nieto con la vista fija en otro niño que también huyó con lo puesto. “Esta es la Iglesia”, indica el dominico Sarmad Kallo, señalando a las 160 familias que se reparten en 64 tiendas en los terrenos de la parroquia.

Impotencia

Él, con otros cuatro frailes, huyó de Qaraqosh, la otrora ciudad cristiana por excelencia de Irak. “Usted, ¿cómo se encuentra?”, le preguntamos. “Mal, evidentemente. Nosotros, como sacerdotes, como dominicos, ¿qué podemos hacer con toda la necesidad que hay aquí? No podemos hacer gran cosa, salvo rezar. Tratamos de decir a la gente que tengan valor, que se recompongan”. Y se le llenan los ojos de lágrimas.

En otra de las parroquias de la ciudad, San José, el arzobispo de Erbil, Bashar Matti Warda, nos muestra su preocupación por el futuro de la comunidad cristiana en Irak. “Muchos se van porque no tienen esperanza en que la situación mejore, pero estoy muy orgulloso de ellos, pues permanecen firmes en la fe a pesar de todo”, recalca.

Allí conocemos también a Insaf, una religiosa dominica menuda, de esas que no paran quietas. Cuando empezaron a llegar a Erbil los refugiados, el primer lugar al que acudían fue la parroquia. Ella presenció esta procesión de familias. “Dormían en los bancos, en el jardín, llegaron exhaustos”. Ella también lo está: “He adelgazado mucho, creo que del disgusto. Están desesperados. Viven mal. Pedimos que el mundo rece mucho por ellos. Los refugiados lloran sangre”.

Los cristianos de Irak no son una masa informe. Son Hina y su hija Majida; son el padre Muhannad, Sami y su familia; Doreed, Marlen, Samia, Layla, Hany, la hermana Insaf… Todos con su nombre, su rostro y su mochila cargada de porqués a la espera de respuesta. Todas sus historias son las teselas de un mosaico de abandono. Ya no aparecen en los telediarios. Son unos refugiados más de Oriente Medio en una incesante sangría.cristianos de Irak refugiados

Las amenazas no son nuevas

En diez años, de casi dos millones de cristianos, Irak ha pasado a tener menos de 200.000. Irak pierde 75 cristianos al día. La crisis se ha agravado, pero, como nos cuenta Muhannad Altawil, sacerdote afincado en Francia desde hace 13 años pastoreando una comunidad caldea, las amenazas no son nuevas.

En 2008, sus padres tuvieron que abandonar Bagdad. Una mañana, un sobre en la puerta con dos balas les transmitió el ultimátum. Con sus ojos ha visto cómo otra familia, musulmana, ocupó su casa: “Llevaban puesta nuestra ropa, conducían nuestro coche. Se habían apropiado de todo lo que era nuestro”.

Muhannad explica que esta crisis se ha cocinado a fuego lento. El ingrediente principal ha sido la ruptura del tejido social iraquí: “La confianza entre vecinos se ha roto, es un problema más complicado de lo que parece. Hace falta muy buena voluntad y que se queden los cristianos. Siempre hemos sido un puente. Nos necesitan aquí”. Él vive en Francia, pero, si hace falta, volverá a Irak: “Estoy preparado para quedarme con el último cristiano que se quede en Irak. Y cuando se marche, si se marcha, me iré con él”.

Las historias de idas y venidas son una constante para muchos iraquíes. No lo han tenido fácil, pero hay una fuerza que les ata a esa tierra. “No tenemos una fe como la de los cristianos europeos. Somos hermanos, sí, pero nuestra fe es diferente”, abunda Salwan Zator, empresario. En 2005 regresó a Irak desde Holanda, donde vivía cómodamente desde antes de la guerra de 2003. “Quise volver para ayudar a mi país a levantarse”. Y realmente lo hace: paga el alquiler a 600 refugiados, que viven en dos edificios, 20.000 dólares al mes.

Si hay dos comunidades a las que la desgracia ha unido, son la cristiana y la yazidí. Juntos deambularon por las montañas del Nínive hasta llegar a Erbil, en el Kuridistán iraquí. En uno de los edificios a medio construir cedidos a los refugiados, una familia yazidí relata su odisea en Mosul. Volvían a casa para almorzar cuando les interceptaron por la calle los islamistas. Señalaron una casa y les preguntaron si era suya. Tras decir que sí, les dijeron: “Pues tenéis que iros ahora u os matamos”. Con lo puesto, literalmente, huyeron. Sin pasaporte, sin dinero y sin futuro. A pie, y a veces en coche, recorrieron los cerca de 90 kilómetros que separan Mosul de Erbil.

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Celebración navideña en Erbil

Esos kilómetros los hizo a pie una cristiana de Mosul a la que conocimos en Ankawa Mall, el esqueleto de un centro comercial convertido en campo de refugiados. Hay 400 familias. Mientras prepara la comida, la interrumpimos. Nos habla de un cruel periplo. “Somos de Mosul. A las 6 de la mañana recibimos un mensaje: o pagábamos el impuesto, porque somos cristianos, o nos cortaban la cabeza. Nos vimos obligados a irnos y, en la frontera, nos robaron los coches, el dinero…”. Tiene cara de cansada. Su marido está enfermo. Quiere volver a casa. Se resiste a pensar que no puede.

Un nuevo Holocausto

De sobra son conocidas las vejaciones y salvajadas cometidas por los radicales del Estado Islámico, esa organización que ocupa, entre Siria e Irak, una extensión mayor que la de las Islas Británicas. Tal vez no fui la mejor de las periodistas, pues no quise hurgar en las heridas. No les pregunté si presenciaron decapitaciones, secuestros, violaciones de niñas y crucifixiones. Las tripas mandan sobre la cabeza.

Muchas veces he respirado hondo desde que estuve en Irak. En muchas ocasiones, el cerebro, el alma o como quieran llamarlo establece conexiones misteriosas entre vivencias.

Siendo testigo del calvario que sufren los cristianos en Irak, recordé una fotografía que me conmocionó en el Museo del Holocausto de Jerusalén. Si conservamos tanto material gráfico de la Shoah es porque los nazis pensaban, en su depravación y locura, que la humanidad les agradecería en algún momento de la historia el exterminio de los judíos. La imagen era la de un funambulista en las calles de Varsovia. Durante el levantamiento del gueto, en la primavera de 1943, desplegaron un monumental circo en la ciudad para distraer a la población no judía mientras acometían la brutal matanza final.

Me hizo pensar en los circos con los que nos entretienen (nos entretenemos) hoy en día: llámese Podemos, corrupción, Isabel Pantoja, “pequeño Nicolás”… Son cosas a las que no hay que restar importancia, de acuerdo. Pero hablamos, en este caso, de otras categorías: vida o muerte, exterminio o existencia. Es un nuevo Holocausto. Es la Polonia de 1943. No necesitan simplemente nuestra ayuda, sino nuestro socorro.

En el nº 2.926 de Vida Nueva

 

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