Editorial

El lenguaje del corazón en Filipinas

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papa Francisco en Filipinas abraza a una niña en un centro para niños de la calle

EDITORIAL VIDA NUEVA | A menudo, tendemos a añadir el calificativo “histórico” a acontecimientos que no reúnen las condiciones. No es el caso del viaje apostólico del Papa a Filipinas. La eucaristía final en Manila congregó a unos siete millones de personas, la mayor concentración en la historia, superando a la JMJ que acogió a Juan Pablo II en 1995. Por eso, Francisco no ha dudado en encomendar al oasis católico de Asia la misión de evangelizar el continente, dar el salto a China, a Japón, a Myanmar…

Pero si algo ha puesto de manifiesto, es que ha recorrido más de 4.500 kilómetros para respaldar a un pueblo que sentía que le necesitaba: para acompañar a todos, pero también, a cada uno.

Una vez más, el deseo de Francisco de conectar con el foro que le acoge le ha llevado a dejar a un lado los discursos enlatados desde Roma para expresarse, en su lengua materna, con aquello que brota de su interior a partir del encuentro con el otro.

Así sucedió en las dos intervenciones que marcan la agenda del viaje: la homilía en Taclobán –región que fue asolada por el tifón Yolanda dejando 10.000 muertos a su paso– y su reflexión durante el encuentro con los jóvenes en Manila. En ambos escenarios, abordó el porqué del sufrimiento humano. Y lo hizo sin echar mano de argumentos racionales, sin cobijarse en una teología de manual o refugiarse en una psicología pragmática o en una filosofía ascendente.

Se expresó con una actitud orante, al divisar el rostro emocionado de los miles de afectados por la catástrofe y al escuchar en primera persona a dos adolescentes víctimas de la explotación. Una mirada al Crucificado, el silencio compasivo y el elogio a las lágrimas fueron su respuesta ante el misterio del mal y las desgracias de los inocentes. No hay en sus palabras una respuesta poética o sensiblera, sino una búsqueda de consuelo real desde el amor de Dios.

Hablar desde el corazón le permite
conquistar allí donde la mayoría no llega:
el corazón del otro.

La actual desafección que la opinión pública tiene ante las instituciones nace, en parte, de recetas genéricas de manual que sus titulares exponen para salir al paso de los problemas reales de los ciudadanos. Francisco rompe con estas fórmulas protocolarias de lo políticamente correcto para hablar y actuar desde una empatía que integra todo el bagaje intelectual y espiritual que atesora.

Porque detrás del abrazo a la pequeña Gyzelle hay una crítica firme del Papa al sistema injusto y excluyente. Así denunció la corrupción y desigualdad ante las autoridades políticas en un país donde el 27% de la población vive en la pobreza.

También alertó de la nueva colonización ideológica que destruye a la familia, no para lamentarse de los ataques recibidos, sino para reivindicar su “capacidad de soñar”.

Precisamente esta cercanía y espontaneidad de Francisco reaccionando sobre el terreno puede generar sorpresa e, incluso, desconcierto, sobre todo si echa mano de “puñetazos” o “conejos”.

Es esa ausencia de ortodoxia en el lenguaje la que logra enganchar y generar una profunda reflexión sobre el tema que aborda, sean los límites de la libertad de expresión o la paternidad responsable. Pero, sin duda, hablar desde el corazón le permite conquistar allí donde la mayoría no llega: el corazón del otro.

En el nº 2.926 de Vida Nueva. Del 24 al 30 de enero de 2015

 

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