Religión y guerra

CRISTINA LÓPEZ SCHLICHTING | Periodista

¿Es el laicismo la solución a nuestros males? Pareciera que la religión facilita la guerra entre los hombres y que, por el contrario, si la ley es el único nexo entre nosotros, se evitan luchas peligrosas. El modelo francés es el más radical en esta eliminación de lo religioso de la esfera pública, nada que ver con el alemán o el inglés, donde la escuela o la corona están vinculados con las Iglesias en libertad. Pero la verdad es que Francia no se ha demostrado un modelo especialmente válido. La integración tiene allí cada vez más graves dificultades, precisamente porque amplias capas de la población se sienten cada vez menos vinculadas a los principios que fundamentan la República.

No solo los extranjeros, también la ultraderecha o muchos jóvenes cuestionan derechos humanos que parecían intocables, se preguntan por qué han de respetar la vida humana cuando el otro es terrorista, o cuando la persona es vieja o enferma, o demasiado incipiente para defenderse; cuestionan el derecho de los otros a ejercer su religión.

Estos días las redes están llenas de chistes antimusulmanes y crecen el temor y la agresividad hacia el islam. La verdad es que es imposible amar verdaderamente al otro sin tener en cuenta el deseo de verdad, justicia y bien que anida en su corazón, justamente aquello que fomenta la religión. La única manera de mirar estos días con simpatía a una mujer con pañuelo, por ejemplo, es ponerse en su lugar, imaginar su inseguridad, su deseo de ser feliz y hacer felices a los demás.

Pocas estampas más conmovedoras que la de Asís, con todos los dirigentes religiosos rezando juntos; la de Francisco en Israel, en coloquio con sus amigos el rabino y el imán; o las monjas de Madre Teresa leyendo en alto el Corán en las exequias de los musulmanes que mueren con ellas, cuando no hay parientes para recitar el libro santo.

La verdad es que los derechos humanos son herencia griega y cristiana. Como indicó el papa Ratzinger en el Parlamento Europeo, si el continente olvida sus raíces es inevitable que vea tambalearse sus valores. Todo esto no sustituye el hecho de que el mundo musulmán haga cuentas a su vez con los derechos humanos. El islam tiene problemas para anteponer la libertad del hombre a la norma religiosa. En su tradición, el hombre que blasfema o arremete contra la comunidad –la umma– es reo de muerte. Es un problema que explicó Benedicto XVI en Ratisbona, cuando reafirmó que “lo que no es razonable, es contrario a la naturaleza de Dios”.

Para Grecia y para Roma, Dios es el Logos, la expresión máxima de la racionalidad. Para el islam, Dios es el infinitamente superior, el que ni siquiera podemos aspirar a comprender. Según el islam, el hombre no es libre para enfrentarse a su Dios. Este punto de irracionalidad constituye un problema para la aceptación de los derechos humanos. Esperemos que la comunidad musulmana sepa resolverlo y le quite alas al terrorismo en nombre de Alá. Pero el futuro tolerante de Europa depende precisamente de los fundamentos cristianos de la tolerancia.

En el nº 2.925 de Vida Nueva

 

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