Ángel Pérez Pueyo: “Los laicos deben ser audaces y creativos”

El nuevo obispo de Barbastro-Monzón concede su primera entrevista a Vida Nueva

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Ángel Pérez Pueyo: “Los laicos deben ser audaces y creativos” [extracto]

JOSÉ LORENZO | El 27 de diciembre, se hacía público el nombramiento de Ángel Javier Pérez Pueyo (Ejea de los Caballeros, Zaragoza, 1956) como nuevo obispo de Barbastro-Monzón, en sustitución de Alfonso Milián, quien había presentado su renuncia por razones de edad. Estos primeros días del año los vive a caballo entre Roma (donde desempeñaba la labor de rector del Colegio Español ‘San José’) y Barbastro (con reuniones con su predecesor para preparar el traspaso y su ordenación episcopal, el próximo 22 de febrero). Le quedan aún mensajes de felicitación que responder, aunque él entiende su nueva tarea como otro servicio a la Iglesia. Y quiere poner todo su celo apostólico en tender la mano a todos, cuidar y fomentar las vocaciones y estimular la acción de los laicos, a quienes les pide “audacia y creatividad”.

PREGUNTA: Qué significa para un miembro de la Hermandad de Sacerdotes Operarios Diocesanos ser distinguido con la ordenación episcopal?
RESPUESTA: Cualquiera que haya sido elegido como indigno “Sucesor de los Apóstoles”, se siente sobrecogido al participar de la plenitud del ministerio ordenado. Se trata de una gracia que nadie merece ni consigue por méritos propios. Es una llamada que supone una aceptación humilde y generosa. Una encomienda que la Iglesia, a través del Papa, pide a uno o a otro según la necesidad que en cada momento tenga.
La Hermandad, aunque trata de rehuir tales distinciones y le suponga además un sacrificio nada desdeñable, siempre es generosa cuando se trata de servir a la Iglesia. De hecho, algunos emails que he recibido así lo reflejaban: «Ángel, no te doy la enhorabuena sino las gracias. ‘Con la que está cayendo’, ser obispo no es nada apetecible. Gracias sencillamente por tu disponibilidad y por la generosidad eclesial de la Hermandad».

P: Usted forma parte de una nueva hornada de obispos que llevan el sello del papa Francisco. ¿Qué cree que les pide este Papa de específico? ¿Conlleva esto algún tipo de carga añadida a un cargo que a veces se ha entendido más como un fin que como un medio?
R: ¡Magari! (ojalá) ―como dicen los italianos― porque esto significaría que mi perfil es como el de Jesucristo, el buen pastor, al que apuntan todos los pontífices que la Iglesia nos ha regalado después del Vaticano II. Los tres últimos, nos han apremiado, especialmente a los sacerdotes, a conjugar en todos sus tiempos y modos estos tres verbos: centrarnos, concentrarnos, descentrarnos. El papa San Juan Pablo II recorrió el mundo entero tratando de concentrarnos, recreando entre todos un verdadero sentimiento de pertenencia a una gran, hermosa y única familia, la Iglesia. El papa emérito Benedicto XVI, trató magistralmente de centrarnos en Jesucristo. El papa Francisco nos está instando a descentrarnos, esto es, a salir a los caminos, a tender la mano al viandante, a devolver a todo ser humano su dignidad inalienable. A algunos les ha podido descolocar, pillar con el pie cambiado… Evidentemente esto exige equiparse bien humana y espiritualmente para poder servir con solicitud y celo pastoral ardiente.

P: ¿Será también una prioridad el tema de la devolución de los bienes de La Franja? ¿Qué piensa hacer ante esta cuestión que les ha tenido enfrentados con la diócesis hermana de Lleida?
R: Como aragonés, siempre he sido sensible a este tema. Conozco, hasta ahora, lo que los medios han vertido a la opinión pública. Lo primero que tendré que hacer es enterarme bien de cuál es el estado de la cuestión. Diferenciar la queja del problema real. Y llegar hasta el fondo. Creo que, pese a todo, con inteligencia, altura de miras y buscando únicamente el bien del pueblo, seguramente iremos ganando poco a poco en la convergencia que hace falta para que el patrimonio, reconocida su propiedad, lo podamos disfrutar todos. El tema, aunque intuyo que es complejo, no me asusta. Y les he prometido hacer todo lo que supiera, pudiera o me dejasen hacer, contando siempre, eso sí, con el apoyo de todos. Todas las cosas llevan su ritmo y tienen su tiempo. Lo importante es no perder la calma. Lo que sea justo, emergerá tarde o temprano. Y pondrá al descubierto posibles estrategias, legales en un tiempo, que no se sustentan en otro. Y pondrá en entredicho a quienes las defendían de forma inverosímil.
Nuestro patrimonio cultural y religioso, cuya propiedad es incuestionable, no será por mi parte arma arrojadiza contra nadie sino un bien y una riqueza que nuestra Diócesis ofrece no sólo a nuestros pueblos colindantes sino a todos cuantos deseen disfrutar de la excelencia de nuestra gente y de su naturaleza que conforta y serena el alma.

“No haré de nuestro patrimonio un arma arrojadiza”
Como aragonés, Ángel Pérez Pueyo es sensible al tema de la devolución de los bienes de La Franja, una cuestión que ha tenido a Barbastro-Monzón enfrentada con la diócesis hermana de Lleida. Ahora, lo pimero que quiere hacer es enterarse bien del asunto, que conocía a través de la prensa, pero está convencido de que “con inteligencia, altura de miras y buscando únicamente el bien del pueblo” se llegará a la “convergencia que hace falta para que el patrimonio, reconocida su propiedad, lo podamos disfrutar todos”. “El tema, aunque intuyo que es complejo, no me asusta”, señala a Vida Nueva. Y les he prometido hacer todo lo que supiera, pudiera o le dejasen hacer, contando siempre, eso sí, con el apoyo de todos. “Lo que sea justo emergerá tarde o temprano. Y pondrá al descubierto posibles estrategias, legales en un tiempo, que no se sustentan en otro. Y pondrá en entredicho a quienes las defendían de forma inverosímil. Nuestro patrimonio cultural y religioso, cuya propiedad es incuestionable, no será por mi parte arma arrojadiza contra nadie, sino un bien y una riqueza que nuestra diócesis ofrece no solo a nuestros pueblos colindantes, sino a todos cuantos deseen disfrutar de la excelencia de nuestra gente y de su naturaleza que conforta y serena el alma”.

P: Usted ha dicho en su saludo a sus nuevos diocesanos que viene a esta sede a “pastorear”. ¿Cómo piensa hacerlo? ¿Cuáles serán sus prioridades?
R: En principio escuchando a unos y a otros, conociendo la realidad, dejándome impregnar por sus gentes, descubriendo sus tesoros más oculotos, su propia historia, sus costumbres, su cultura… Y por supuesto, amándoles y sirviéndoles como se merecen. Amén de secundar el proyecto pastoral que ha sido impulsado por mi predecesor, don Alfonso Milián.

P: Pero a usted yo le he escuchado en repetidas ocasiones y en diferentes Diócesis que el gran desafío es poner a la Iglesia en clave de “Sol”…
R: Como dice el refrán, una cosa es predicar y otra dar trigo. Pero, tienes razón, debería ser consecuente y tratar de poner a Barbastro-Monzón en clave de “Sol”.

P: ¿A qué se refiere? ¿Alude a Fundador, el Beato Manuel Domingo y Sol?
R: A hacer realidad en la Diócesis de Barbastro-Monzón el sueño de Dios, esto es, formar una gran y única “orquesta”. Dios ya cuenta con director (su propio Hijo) y partitura (Sagrada Escritura). Su gran desafío sigue siendo poder integrar en ella a todos los instrumentos. En esta orquesta los instrumentos son muy singulares.

P: No le entiendo. Si me han contado que es usted tan “desafinado”…
R: Tienes razón, en vez de oídos tengo “zapatillas”. Ahora me refería a otro tipo de orquesta, la “orquesta de Dios” donde los instrumentos son las propias personas, agrupadas igualmente en tres grandes familias. La familia de l@s laic@s, la de l@s consagrad@s y la de los ministros ordenados. Cada persona, como si de un instrumento se tratara, tiene un timbre característico (vocación) que nos permite adivinar de qué instrumento se trata y a qué familia pertenece. ¡Y qué bien suenan todos juntos! Dios ha adornado a cada persona con abundantes gracias y cualidades; les ha invitado a formar parte de su orquesta; les ha proporcionado las mediaciones adecuadas para que puedan descubrir su timbre característico; les ha ayudado a cultivar y desarrollar su propia singularidad; pero, al mismo tiempo, les ha hecho descubrir su complementariedad personal y familiar.
La familia de l@s laic@s, colocada en el corazón del mundo, lleva a cabo su tarea evangelizadora por medio de la familia, del trabajo laboral, cultural, económico, político, social… Trata de integrar la fe en la vida. La familia de l@s consagrad@s, llamada a ser parábola del Reino, signo de que Dios es el único absoluto, trata de vivir en el día a día su seguimiento radical al Señor siendo pobres, castos y obedientes. La familia de los ministros ordenados (obispos, sacerdotes y diáconos), identificada con Cristo buen Pastor que no vino a ser servido sino a servir, que partió el pan y se dejó partir entregando su vida por nosotros, que estuvo al lado de los más débiles y necesitados, convoca y vertebra la comunidad cristiana.

P: Y esto ¿cómo se guisa?
R: Esta es la cuestión. Como diría Mosén Sol, “entre todas las obras de celo no hay ninguna tan grande y de tanta gloria de Dios como contribuir a dar muchos y santos sacerdotes a la Iglesia”. La renovación social y eclesial pasa por la santidad de sus pastores.

P: ¡Lo tiene crudo, entonces !
R: Efectivamente. Tal vez lleguemos a lamentarlo ―como tantas cosas― cuando falten o escaseen. Entonces echaremos de menos su presencia y valoraremos su misión. El sacerdote, como el primer violín en la orquesta, ayuda a que cada uno “afine” y “adecue” y conjunte su sonido con el de los demás. Se trata de una vocación humanizadora de servicio, que por su fina sensibilidad de espíritu descubre el carisma con que Dios ha adornado a cada uno, reconoce su propia dignidad personal y favorece su complementariedad. Como recordaba también Mosén Sol, es la clave (“la llave de la cosecha”) para que puedan fructificar y multiplicarse todas las demás gracias divinas. Es trabajar en la raíz misma del apostolado, conscientes de haber dado con el medio más eficaz para la promoción de todos los demás campos pastorales.

Pueyo_2P: Por eso pedía a los laicos de Barbastro-Monzón “audacia y creatividad”. ¿Cree que, en general en España, han adolecido de ambas? ¿Quizás los pastores los han preferido más dóciles o los laicos se han sentido más cómodos en un papel en donde no se les exigía tanta corresponsabilidad?
R: Creo que nuestra humilde pero más fecunda contribución eclesial seguirá siendo tratar de preparar a los nuevos sacerdotes que promuevan y disciernan los carismas para crear el microclima adecuado (comunidades de fe y de vida) donde puedan nacer, crecer y madurar todas las vocaciones (laicales, religiosas y especialmente las vocaciones al ministerio ordenado). Comunidades de llamados, que llaman y acompañan a otras personas llamadas. Comunidades que integran la dimensión vocacional y colorean de manera significativa toda la actividad pastoral.
A los laicos les compete tratar de curar la “miopía” que aqueja a la humanidad, devolver al ser humano su propia dignidad, fermentar los ambientes de Evangelio. Frente al individualismo, hedonismo, consumismo, relativismo, subjetivismo y secularismo humildemente creo que existen otras propuestas de realización y felicidad humana. Una forma de sentir, pensar y actuar nueva que se fundamenta en varios aspectos. En primer lugar, en la Comunión. No somos individuos aislados, somos seres singulares, somos personas; nuestra humanidad se realiza en la comunión interpersonal y social con los demás y con Dios. Buscar cada uno el interés de los demás es lo que nos humaniza. En segundo lugar, en el servicio: no estamos para competir sino para colaborar por una existencia digna para todos; por eso, el camino de felicidad no es el consumismo sino el poner la vida al servicio de los demás para que vivan. En tercer lugar, en la dignidad humana y la libertad: nuestra libertad no consiste en poder elegir, desechar, cambiar, sino en buscar juntos, desde la diversidad, la verdad y conformar nuestra vida desde ella; los otros son el criterio fundamental de moralidad personal y social, los empobrecidos. Y finalmente, en la fraternidad: formamos parte de un proyecto común que podemos construir juntos desde nuestra libertad, somos una sola familia humana; reconocer esta realidad es lo que nos humaniza.
La clave está en ofrecer lo propio, lo genuino, lo esencial de todo ser humano, esto es, la vocación a la comunión en el amor y la libertad a e todos estamos llamados. En vivir para los demás, vivir para que los otros vivan. ¡Quién ha dicho que los demás tengan que ser mis competidores…! Son, justamente al contrario, los que hacen posible mi propia realización y felicidad.

P: Y “resignificar” la vida de los consagrados y consagradas. ¿Qué exige?
R: Sencillamente, cambiar de paradigma. El profundo desasosiego que durante estos últimos años se ha creado en el seno de tantas comunidades religiosas ha ido llevando al descubrimiento de un nuevo paradigma que intenta expresar su esencia carismática. Resignificar, quiere decir, volver a ser realmente “icono, epifanía, parábola, signo, testimonio… del amor de Dios en el mundo”. Lo verdaderamente relevante es ser signo del absoluto de Dios, imagen de Cristo transfigurado, parábola del Reino (nueva humanidad), icono de la Trinidad (comunión de amor). Es decir, debemos ser testigos. Testigos de la gratuidad: hombres y mujeres alegres que viven la vida como don y gracia, expresando la relatividad de los valores del mundo y denunciando sus idolatrías. Testigos del rostro luminoso de Cristo en el rostro desfigurado de los hombres. Testigos de la comunión eclesial, apostólica y de la «fraternidad del género humano» como realización histórica y terrena de la comunión trinitaria. Testigos de la humanidad nueva en total disponibilidad para llevar a cabo el proyecto salvador de Dios en la humanidad, con proximidad amorosa (compasiva y misericordiosa) a los excluidos y relación no idolátrica con los bienes y con la tierra (pobreza); con una relación no posesiva (oblativa) entre los sexos (virginidad); y cuidando la relación fraterna (no impositiva ni por dominio ni por mandato) para realizar el proyecto (la voluntad) de Dios.

P: Una parte muy considerable de su ministerio ha estado dedicado al cuidado y estímulo de la vocación sacerdotal. ¿Es preocupante la falta de estas vocaciones para nuestra Iglesia? ¿Qué se puede hacer para fomentarlas? ¿Cree usted que la solución es traer candidatos de otros países, como hicieron algunas diócesis hermanas de Aragón?
R: Creo que ya te he respondido más arriba acerca de cuál es el papel insustituible del sacerdote en nuestras comunidades cristianas y en la propia Diócesis. Lo que está en juego es la santidad. Después, en cada circunstancia, uno hace lo que sabe, que es poco; lo que puede, que es menos; o lo que le dejan, que a veces es nada. Me niego a creer que en España, que en mi Diócesis de Barbastro-Monzón, no haya una docena de chicos y chicas que se sientan fascinados por Jesucristo y estén dispuestos a ser ellos mismos ofrenda para que otros alcancen en su vida plenitud de sentido y coherencia.
Me resisto a creer que algún día en nuestros pueblos del Alto Aragón que no que no se compadezcan de tantos hombres y mujeres “crucificados”, heridos, rotos, vacíos, deshabitados interiormente… que no escuchen personalmente la voz del Señor que les invita a ser su “cirineo”, a cargar con la cruz ajena para que otros puedan sentirse verdaderamente sanados, perdonados, amados incondicionalmente por Dios. No se trata de ofrecer parte de tu tiempo, de tus conocimientos, de tus energías, de tus medios económicos, sino de ofrecer toda tu vida en favor de los demás. Como nos recordaba el Papa emérito Benedicto XVI, el mundo sólo es redimido por el Crucificado, porque devuelve a cada persona la dignidad de hijo de Dios. La vida y la misión del sacerdote, aunque muchos quieran negarles “el pan y la sal”, sigue siendo además de urgente y necesaria para la humanidad, un modo de realización fascinante para aquellos jóvenes que se sienten urgidos a propiciar y favorecer, entre unos y otros, la armonía, el equilibrio, el respeto, la libertad, la dignidad, el cariño, la reconciliación entre los hombres y Dios… Un regalo, una gracia, siempre inmerecida
Pues los sacerdotes, no caen del cielo con los bolsillos repletos de estrellas sino que nacen y crecen en el seno de una familia normal como la tuya o la mía, que sea capaz de escuchar la voz de Dios a través del grito de nuestros hermanos necesitados.

En el nº 2.924 de Vida Nueva

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