Unidad en la diversidad

El reto intercongregacional

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EDUARDO GARCÍA RODERO | Ana, Rosa e Isabel viven juntas en un piso cerca de la estación Laguna, del metro de Madrid. Estas religiosas acompañan un proyecto de Cáritas Diocesana de Vivienda e Integración Social para personas que no tienen posibilidad de tener un hogar. Cada una desempeña una labor en este proyecto: Isabel se encarga de las actividades para los más pequeños, Ana centra su labor en el apoyo a los adultos y Rosa vela por el mantenimiento y la organización de los pisos. Cuando me reciben, están inmersas en las tareas del hogar. Hasta aquí todo normal, salvo por una cosa: cada una pertenece a una congregación religiosa distinta.

Una hija de Jesús, una compasionista y una dominica de la Anunciata comparten vida y misión en una comunidad intercongregacional. Se trata de un proyecto que surge en marzo de 2004 y, desde el comienzo, ya se plantea como una experiencia de varias congregaciones. Cada una de ellas se compromete a poner a disposición de la comunidad común a una hermana. Así se convierte en una comunidad de referencia de sus respectivas familias religiosas, donde vuelcan el enriquecimiento que supone para ellas abrirse a conocer otras realidades, otras formas de vivir la propia vocación. “Todas somos Iglesia, y cada carisma se enriquece con los otros y nos da vida”, asegura Isabel, la última en llegar a la comunidad, hace apenas cuatro meses.

Aunque ya hubo experiencias de trabajo conjunto entre diferentes institutos religiosos, el concepto de intercongregacionalidad no llegó hasta el Concilio Vaticano II. Desde entonces, han sido muchos los proyectos, iniciativas y reflexiones sobre los caminos a recorrer por la Vida Religiosa en esta dimensión.

Algunas realidades

confer1Hay ámbitos en los que está muy desarrollada, como puede ser en la formación inicial. Son bastante comunes los internoviciados, en los que no solo se estudia la especificidad de la Vida Consagrada, sino que se conoce y se vive la riqueza de los diversos carismas. Los novicios y novicias, en su preparación, además de profundizar en la vocación religiosa y en la propia identidad carismática de su familia religiosa, conocen, comparten y se enriquecen con la experiencia de otros, lo que permite ampliar horizontes, ser más abiertos y más auténticos.

Otro espacio en el que también se ha trabajado mucho a nivel intercongregacional es en el ámbito de la solidaridad. Hay muchos proyectos sociales en España que se han asumido desde diferentes congregaciones. En algunos casos (como el de Laguna), llegan a formar comunidades que comparten también la vida, pero en otros, repartidos por toda la geografía española, la experiencia se ciñe a la tarea apostólica.

Quizás uno de los proyectos intercongregacionales más interesantes en esta dimensión de la solidaridad es el que se está desarrollando en Sudán del Sur, auspiciado por las Uniones de Superiores Generales (USG y UISG), con el nombre de Solidarity with South Sudan. Con la creación del país más joven del mundo, las congregaciones religiosas se lanzaron a colaborar con la población sursudanesa para construir las estructuras educativas, sanitarias, agrícolas que necesitaban… y que, a día de hoy, siguen necesitando. “Se trata –según cuenta Yudith Pereira, directora ejecutiva del proyecto– de un signo de que la unidad en la diversidad es posible. No es teoría, sino una realidad vivida. El ejemplo intercongregacional es muy valorado por la población, al ser un testimonio de convivencia de la pluralidad que contrasta con los problemas tribales que viven”. “Aporta esperanza en nuevas formas de proceder”, concluye esta religiosa de la congregación de Jesús-María.

Además, para los religiosos y religiosas que participan en el proyecto supone apertura y acogida de la variedad personal, cultural, de carismas, de formas de proceder en cuya base está la gratuidad. “Es una forma nueva de Vida Religiosa –asegura Yudith–, que abre caminos de futuro, porque la unión de tantos carismas hace emerger un carisma nuevo, la solidaridad, entre nosotros y hacia los que más lo necesitan”.

Hay un ámbito en el que se está empezando a andar en este camino de lo intercongregacional, y es en el educativo. Uno de los proyectos más asentados es el Programa de Educación Social, para alumnos con una grave desestructuración personal o familiar. Cintra es una iniciativa intercongregacional motivada por el descubrimiento de carencias educativas en los barrios de Ciutat Vella, de Barcelona, en especial en El Raval. Un grupo de religiosos y religiosas busca dar respuesta a esta necesidad, que se concretará en la creación de un centro de ESO adaptado a estos adolescentes.

Otro ejemplo más reciente es el Bachillerato Intercongregacional Santa María, que han puesto en marcha la Compañía de María, las escolapias, los escolapios, los maristas y los marianistas en Logroño. El objetivo que se plantean es ofrecer la posibilidad de estudiar Bachillerato en un centro de Iglesia que dé continuidad a la educación en valores humanos y cristianos de las escuelas católicas de origen. Los diferentes carismas se integran y las congregaciones se unen para sacar adelante un proyecto de educación integral de calidad. Se suman las fuerzas y las riquezas de cada uno, siendo un signo importante de unidad.

¿Llamada o respuesta?

Otra iniciativa es la Fundación Educación y Evangelio, que parte, en 2009, desde Escuelas Católicas. Lo que en un principio surgió para dar respuesta a las necesidades de las congregaciones que no podían asumir más la titularidad de los centros, pero que no querían que se perdiera la identidad carismática de los mismos, fue dando paso a un único proyecto educativo y pastoral que aglutina la experiencia de cada colegio que ha asumido esta fundación (en este momento son diez).

Hay quien cree que la opción intercongregacional es simplemente una respuesta a la disminución numérica de los miembros en las comunidades, bien por el fallecimiento de personas mayores o por la ausencia de jóvenes que quieran seguir a Jesucristo como consagrados o consagradas. La crisis vocacional es un hecho incuestionable, no solo en la Vida Religiosa, sino en la sociedad en general, pero –según dice Rosa, de la comunidad de Laguna– “la crisis nos va a ayudar a ser más Vida Religiosa, nos va a ayudar a responder de una forma más auténtica a las necesidades del mundo”. Ana, su hermana de comunidad, coincide en que “nos cuestan tanto los cambios, tenemos tanto miedo a lanzarnos a la novedad y abrirnos, que a lo mejor tiene que haber algo de fuera que nos invite a dar el paso, ese paso que veíamos, que pensábamos que era una riqueza y una llamada del Señor, pero que hasta que no surge una coyuntura que urge no te atreves a dar”. Para esta comunidad, lo intercongregacional va mucho más allá, es una reflexión más profunda que traspasa el propio proyecto y es un camino de futuro. En este sentido, Yudith asegura que “la opción intercongregacional también nos hace más creíbles hacia fuera, y debe ser una apuesta de los institutos religiosos antes que una respuesta a la falta de personal”.

Sobre este tema, Ana señala que, “en un mundo que, por un lado, cada vez es más global y, por otro, excluimos cada vez más al diferente, al de otra raza…, mostrar que es posible lo inter, vivir alegres en la misma comunidad siendo de congregaciones distintas, sí que es importante. El desafío es abrirse, incluir, no excluir, enriquecerte con la diferencia y seguir caminando juntas”.

Cincuenta años después del Vaticano II, la intercongregacionalidad sigue siendo un reto para la Vida Religiosa, un desafío que requiere fundamentalmente apertura tanto a nivel personal de cada religioso y religiosa como a nivel de congregación, abrirse a la novedad, a la diversidad y a la riqueza que el otro me puede aportar. Es necesario ser conscientes de que lo que une es lo fundamental, el seguimiento de Jesús y vivir su Evangelio.

En el nº 2.923 Especial Vida Consagrada de Vida Nueva

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