Mutuamente agradecidos

África

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JOSÉ MORALES (MISIONEROS DE ÁFRICA) | Como miembro de una Sociedad de Vida Apostólica, los Misioneros de África (Padres Blancos), debo decir que nuestro Juramento Misionero de consagrarnos “desde ahora y hasta la muerte al servicio de la Iglesia en África” ha hecho de nosotros personas para África, abriéndonos a todos sus valores y riquezas, y a todos sus sufrimientos, luchas y dificultades. Pero no es fácil calibrar lo que ha significado nuestra influencia en la vida de los pueblos africanos. Además, todo aquello que nos parece que ha podido contribuir al bienestar y la fe de este continente no puede atribuirse a uno mismo, sino a la gracia de Dios y a su Espíritu.

Nuestra vida y nuestra vocación, como la de las Hermanas Misioneras de Nuestra Señora de África (también fundadas por el cardenal Lavigerie en el siglo XIX) y la de otros institutos y congregaciones misioneras, no se pueden comprender sin África. África nos ha enseñado mucho: sus lenguas, sus culturas, su fe en Dios; el sentido de la vida de familia, el papel de los antepasados en la vida de cada día. Nos ha ayudado a vivir mejor la vida: nos ha enseñado la paciencia, la vitalidad, el sentido del otro, la hospitalidad, la generosidad, la esperanza, el sufrimiento, la alegría… Y todo ello, en una cercanía de corazón.

Hemos vivido muchos días felices, asistiendo y colaborando en el crecimiento de sus pueblos, y también muchos días amargos, por las situaciones de guerra y de pobreza que hemos intentado compartir con ellos.

Hemos recibido el respeto y cariño de parte de muchos africanos, que nos han adoptado como suyos y que han sido para nosotros nuestros padres, madres, hijos y hermanos.

A los africanos les debemos también una manera nueva de vivir el Evangelio y nuestra vocación misionera, de vivir en nuestras comunidades internacionales; les debemos nuestra vitalidad y nuestra apertura.

Todo ello nos ha modelado y transformado mucho más de lo que somos conscientes, por lo que estamos muy agradecidos.

Hemos trabajado en 26 países de África, contribuyendo en lo posible al desarrollo de sus pueblos, construyendo hospitales, centros de salud, escuelas, centros de promoción femenina y de agricultura, promoviendo la formación de los jóvenes y de las élites africanas, creando colegios y universidades.

La valorización de la cultura local y las lenguas nativas ha sido una constante en nuestro trabajo, con el estudio lingüístico, la creación de 18 centros de estudio de lenguas, publicación de diccionarios y métodos para el aprendizaje de las mismas.

Pero, sin duda, nuestra misión más importante y más querida ha sido la de anunciar a Jesús y su Evangelio y, gracias al Espíritu Santo, con nuestro esfuerzo y el de muchos catequistas africanos, han nacido Iglesias africanas florecientes.

En nuestra labor pastoral hemos insistido mucho en la formación de cristianos adultos, con una iniciación a la vida cristiana sólida antes del bautismo. Con centros de formación de catequistas, tan importantes en la vida de las Iglesias africanas. Nuestro interés ha sido crear Iglesias locales, autónomas, aun en perjuicio de nuestros intereses de grupo, tanto económicos como personales y de notoriedad.

Hemos intentado comunicar a las comunidades cristianas un espíritu abierto hacia la Iglesia universal, favoreciendo una Iglesia misionera, y todos los valores humanos, tanto locales como extranjeros. Sin olvidar el encuentro y diálogo respetuoso con las religiones tradicionales y musulmana como una necesidad profundamente evangélica.

Defender la justicia y la paz, a través de la reconciliación entre pueblos, también ha sido una de nuestras prioridades.

Antes de los años 50, el clero diocesano de los países en donde trabajábamos estaba compuesto principalmente por Padres Blancos extranjeros. A partir de los años 60, la situación empezó a cambiar y hoy, gracias a Dios, la mayoría de los responsables de las Iglesias, obispos y sacerdotes, son nativos. Con ayuda de las Hermanas Misioneras de Nuestra Señora de África, hemos contribuido al nacimiento de numerosas congregaciones religiosas femeninas. Hoy, muchas Iglesias africanas son autónomas en personal: los seminarios están llenos y hay muchas congregaciones nativas con abundantes vocaciones.

Este florecimiento de las Iglesias africanas es fruto del trabajo de los misioneros/as que han dado su vida al servicio del Evangelio en comunión con las Iglesias locales. Tenemos razones para estar mutuamente agradecidos: hemos dado a los africanos lo mejor que teníamos y hemos recibido de ellos lo mejor que ellos tienen.

En el nº 2.923 Especial Vida Consagrada de Vida Nueva

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