El diálogo, cauce de comunión

Relaciones mutuas

eusebio

EUSEBIO HERNÁNDEZ SOLA, OAR (OBISPO DE TARAZONA) | Después de los cuatro sínodos sobre las diversas vocaciones en la Iglesia (de los laicos, de los sacerdotes, de la Vida Consagrada y del ministerio del obispo) y el impulso de la sinodalidad (caminar juntos), se ve urgente intensificar y mejorar las relaciones de todas las vocaciones en la Iglesia.

No hemos conseguido elaborar respuestas apropiadas a los desafíos que la cultura y la nueva mentalidad nos plantean en el siglo XXI. Por ello es necesario revisar y transformar todo en función de una nueva etapa evangelizadora.

La exigencia de promover la comunión mediante el diálogo, la participación y la corresponsabilidad es un desafío urgente en nuestra Iglesia. Esta actitud dialogante se debe promover a todos los niveles y con todos, sin olvidar a los laicos

Mucho se ha escrito y se han redactado hermosos documentos sobre las relaciones de obispos y superiores mayores, pero no menos importante es promover las relaciones entre los sacerdotes seculares, los miembros de la Vida Consagrada y los laicos en nuestra Iglesia local.

Ha crecido mucho la presencia activa y la colaboración de los consagrados, hombres y mujeres, en las comunidades eclesiales locales, así como la apertura para una inserción más activa en la vida del Pueblo de Dios. Son muchos los miembros de los Institutos de Vida Consagrada que trabajan dentro de las diócesis. Muchas obras de las religiosas y los religiosos están insertas en el territorio de la diócesis, más aún, son parte viva de la Iglesia local.

Los sacerdotes seculares aprecian y consideran muy útil el servicio que prestan las religiosas/os en la pastoral parroquial. Pero esto no es suficiente, ya que hay que saber valorar no solo lo que hacen, sino, principalmente, lo que son, el valor espiritual, carismático y eclesial de su identidad profética en la vida de la parroquia. Para ello es necesario que el obispo y los sacerdotes conozcan la identidad de la Vida Consagrada y la especificidad de los propios carismas presentes en la realidad eclesial.

Esta valoración y aprecio debería ser comunicado y conocido por todos los fieles que forman parte de la comunidad parroquial, para que todos podamos ser participes de la dimensión y riqueza de los dones carismáticos del Espíritu. Asimismo, los religiosos y religiosas deberían vivir con mayor intensidad la realidad y el significado de su pertenencia a la vida de la Iglesia particular.

No podemos olvidar que la diversidad de los carismas, contemplados como dones del Espíritu, enriquece a la Iglesia y ayuda, desde sus particularidades de vida y misión, a dar respuesta a los desafíos de nuestro tiempo, que exige la nueva evangelización.

Por ello es necesario que el obispo, los sacerdotes y los miembros de la Vida Consagrada pongan todos los dones que el Señor les ha concedido al servicio de los laicos, que constituyen la mayoría del Pueblo de Dios. El Papa, recordando el Vaticano II, proclama que “los laicos son simplemente (nada más y nada menos) la inmensa mayoría del Pueblo de Dios. A su servicio está la minoría de los ministros ordenados” (EG 102). ¡Cuántos cambios tenemos que dar para que esta prioridad se vaya haciendo real y operativa!

El obispo, como pastor y padre de la Iglesia particular, ha de saber acoger, promover y divulgar todos los dones carismáticos presentes en la diócesis para enriquecimiento espiritual de toda la Iglesia; también debe coordinar y hacer crecer la vitalidad de la Iglesia con mayor eficacia pastoral, teniendo presente la diversidad de los carismas. El carisma de un instituto religioso no es un don para conservar en la sacristía del convento, sino que es un don recibido para hacer partícipes a los demás. Es más, hay muchos laicos que se sienten llamados a participar de estos dones carismáticos presentes en la vida parroquial y a hacerlos vivos en su propia vida.

En estos últimos años, los institutos y congregaciones religiosas han contribuido a ensanchar la comunión eclesial, con lo que se ha venido a llamar “misión compartida” entre religiosos y laicos. De esta manera, muchos laicos viven más conscientemente su vocación de bautizados, comprometidos en la evangelización, al participar de la espiritualidad que sostiene e identifica la misión que comparten con los religiosos/as. Vita Consecrata anima a esta relación y colaboración, ya que contribuye a “presentar una imagen más articulada y completa de la Iglesia” (VC 54).

Una lectura atenta de los signos de los tiempos, a partir del Vaticano II, muestra, sin lugar a dudas, que la Iglesia del nuevo milenio será llamada la “Iglesia de los laicos”. Hemos de reconocer como una gracia para nuestro tiempo y una esperanza para el futuro el que los laicos “tomen parte activa, conscientes y responsables en la misión de la Iglesia en este momento de la Historia”.

Habrá que abrir espacios de autonomía en comunión para que puedan ser ellos mismos. Reconocer la madurez de los laicos en hechos de participación, opinión y corresponsabilidad no es demagogia, sino comunión. La relación mutua de complementariedad será más rica cuanto más y mejor sea la aportación de cada uno.

Para fomentar la cultura del encuentro y la comunión, los sacerdotes y los religiosos tenemos que revisar nuestros comportamientos y caminar con nuestro pueblo desde una profunda sencillez y humildad, es preciso bajarse y desinstalarse de nuestras seguridades y echar pie a tierra; se hace necesario quitar barreras. Tenemos que tener el coraje de acercarnos a la gente sencilla, que espera de nosotros esa cercanía,
esa escucha atenta y respetuosa llena de misericordia y compasión.

Obispos, sacerdotes y religiosos, en estrecha comunión, tenemos que repensar nuestra forma de entender la Iglesia, ser capaces de modificar los esquemas rígidos que han prevalecido en tiempos pasados, salir de nuestros ambientes pequeños e ir a donde la gente se mueve, donde las personas hacen su vida nomal, donde caminan, sufren y ríen. Hemos vivido demasiado tiempo enclaustrados en nuestros invernaderos y nos cuesta salir al aire libre. Juntémonos obispos, sacerdotes y religiosos con los laicos en el caminar diario y aprendamos a escuchar, como lo hizo Jesús con los dos discípulos de Emaús.

En la medida en que vayamos dando pasos en esta dirección, sin duda, volveremos a ser creativos y audaces en nuestra misión común de evangelizar.

En el nº 2.923 Especial Vida Consagrada de Vida Nueva

Compartir