“Ve, pensamiento, sobre doradas alas”

ÁNGELES LÓPEZ | Escritora y periodista

“Navidad nos muestra que todo lo grande se entiende mejor más allá de sí mismo…”

 

Marisa tenía 32 años recién cumplidos, el proyecto de concebir un hijo, dos gatos y un marido con el que se compenetraba todo lo bien que una pareja sabe llevarse cuando es capaz de encontrar un verso que les une. Para completar el cúmulo de bienestares: tenía un trabajo –una boutique en pleno centro de Barcelona–, una economía saneada, un piso decorado según las sincréticas reglas del feng shui y dos plazas de garaje. Asidua a la práctica del taichi, no olvidaba acudir dos tardes en semana a un curso de reflexología podal –per si el negoçi va mal– ni celebrar cenas con amigos bajo el fuerte influjo del alquimista Adrià. Su felicidad era ideológicamente contagiosa.

Pero este final de año no lleva camino de concluir todo lo bien que Marisa auguraba para sí misma, cercada por la épica de una crisis-no crisis-o recuperación de la crisis. Su casa, sus bienes y su pequeño universo han vivido una tóxica perestroika, con algunas gangrenas y no pocas espinas. Ha habido momentos, a pesar –o como consecuencia– de la política, los estadistas y las precampañas sin gobernanza, en que amasaba dosis de paciencia repartiendo verónicas, naturales y chicuelinas a la escasez. Ha transitado por estaciones del año plagadas de noticias vocingleras y maledicentes, pero logró salir indemne. En ocasiones, con menos; a veces, con más. Pero siempre con fuertes dosis de esperanza y sin agotar la urgencia del crédito vital que se impuso desde niña. Siquiera cuando la intemperie de los hechos hizo mermar la concurrencia a su boutique, cuando atendía a la espina dorsal de sus cuentas bancarias, mermadas… O cuando perdió las dos plazas de garaje. Especialmente, supo trascender al dolor y la confusión el día en que su marido llegó con una carta de despido de la multinacional para la que trabajaba.

Sin duda, ha habido dolor en este año de ángulos y curvas. En esta gramática del vacío y la pérdida. En la vida de Marisa, y en todas nuestras vidas. Tal vez, por revelarnos a no ser una única persona a lo largo de nuestra existencia, por desoír el canalla imperativo de lo que pudo haber sido y no fue… Quizá, debido al temblor de estar viendo y no entender del todo qué vemos. Por todo ello, esta Navidad llena de carencias, junto a su marido desempleado, en un hogar cada vez menos suyo y más vacío, Marisa se ha regalado un antídoto contra la desesperanza: se propone ser vigía de su mundo en parálisis. Intentará espantar la negrura que solo la deidad de los lobos, las ballenas, las comadrejas y las hienas sabe expandir hasta destrozarnos las persianas del alma e impedirnos remontar. Porque sabe que el desaliento busca excusas y no razones, debe mantener firme su vuelo insumiso… Y lo intentará con todas sus fuerzas en este tiempo de pascua, motivo de nacimiento, momento de transición de una menor a una mayor perfección. Por todo ello, Marisa lleva días ensayando los versos de Nabucco: “Ve, pensamiento, sobre doradas alas”. La vieja ley de la gravedad, por sí sola, encierra una evidencia simple y misteriosa: todo lo grande se entiende mejor más allá de sí mismo.

En el nº 2.922 de Vida Nueva

 

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