Guadalupe arropa un pontificado que no titubea

En primera persona

Pope Francis prepares to use incense to venerate image of Our Lady of Guadalupe  in St. Peter's Basilica

JOSÉ BELTRÁN | Comienza algo titubeante. Parece que le cuesta arrancar las palabras. Me preocupa. El runrún que se deja escuchar por Madrid, y que alguien me comenta por Via della Conciliazione, parece tomar fuerza. Me dicen que está cansado. Incluso me dejan caer que siente cómo le están “despellejando”. Me resisto a creerlo, pero esos primeros gestos frente al altar de la Basílica de San Pedro hacen que los fantasmas afloren. Aunque con la misma facilidad se esfuman, al escuchar la homilía en la misa criolla, a los pies de Nuestra Señora de Guadalupe.

“América Latina es el continente de la esperanza; porque de ella se esperan nuevos modelos de desarrollo que conjuguen tradición cristiana y progreso civil, justicia y equidad con reconciliación, desarrollo científico y tecnológico con sabiduría humana, sufrimiento fecundo con alegría esperanzadora”. Francisco sabe lo que se dice al mirar a su tierra. Y sabe lo que les dice a quienes le escuchan en Roma, desde la sede de Pedro.  “Solo es posible custodiar esa esperanza con grandes dosis de verdad y amor, fundamentos de toda la realidad, motores revolucionarios de auténtica vida nueva”.

Musician and choir perform as Pope Francis celebrates Mass marking feast of Our Lady of Guadalupe in St. Peter's BasilicaCuando se escuchan los primeros acordes de la guitarra, a mi lado, a la hermana Karina se le escapa una lágrima. De esas que no preguntan. De las que se declaran rebeldes porque sí. Lleva once años en Italia. Por primera vez, la misa criolla con un papa americano. Por primera vez, ante Nuestra Señora de Guadalupe. Nostalgia por la lejanía. Orgullo de unas tradiciones que se cuelan entre los miriñaques y Bernini. Piedad popular que se sabe solemne. Arropa el Coro Pontificio de la Capilla Sixtina Una voz desgarradora, la de Patricia Sosa, pide perdón, clama el Gloria y se pone a los pies del Cordero. El charanguito acompaña. El eco hace interiorizar una de las peticiones, en la lengua indígena náhuatl, la misma que la Guadalupana habló al indígena mexicano Juan Diego.

Esos pastores encomendados a María, lo mismo en México que en Aparecida, marcan hoy el compás de una Iglesia que todavía no sabe del todo cómo interpretar esta partitura del Nuevo Mundo. Suena a fresco, con empuje. Desconcierto para quienes se aferran a una Europa envejecida en ideas, que se resiste a dar el relevo. Son los menos. El Papa llegado de Buenos Aires lleva los sonidos y la esencia de la periferia al centro. Francisco es consciente del cambio de partitura. Y al final de la homilía, encomienda a la Guadalupana el pentagrama: “Si este programa tan audaz nos asusta o la pusilanimidad mundana nos amenaza, que Ella nos vuelva a hablar al corazón y nos haga sentir su voz de madre, de madrecita, de madraza: ‘¿Por qué tienes miedo si yo estoy aquí que soy tu madre?’”.

Pope Francis uses incense to venerate image of Our Lady of Guadalupe in St. Peter's BasilicaTermina la homilía improvisando, como lo hará de forma constante el domingo, tanto en el rezo del ángelus como en su visita a la parroquia de San José, en un barrio de Roma no precisamente cómodo. No me atrevo a mirarle de frente. Tampoco a alzar la voz. “Una palabra tuya”. Aquel susto del primer párrafo se va al verle a un metro en la barriada. Selfie a quien lo pide. Bromas al más pícaro de los scouts. Caricia al que llora. Es el Francisco del “tú a tú”. El que se gana al otro sin buscarlo. El párroco del mundo, que les pide a los chavales que escuchen a su catequista, como él lo hizo justo ahora hace 70 años a la madre María Dolores. “¿De acuerdo?”, les repite en varias ocasiones. La respuesta es unánime.

El párroco Bergoglio tiene la misma capacidad para conectar con el niño que le espera en una valla que con los miles de fieles que abarrotaban por la mañana la plaza de San Pedro. Al igual que a Karina, a Nacho también se le enjuga la mirada. A pesar de colaborar mano a mano en una parroquia madrileña, de entregarse para financiar una misión africana y de vivir su fe cada domingo, nunca había querido pisar San Pedro para un ángelus. Y eso que se escapa varias veces al año a Roma. El aperitivo posterior es la excusa. Francisco hace el resto. Rompe su discurso escrito, porque ve una gran pancarta entre la masa. “Con Jesús, la alegría está en casa”. Y a partir de ahí vertebra su encuentro personal. Con una multitud ante él. Pero con cada uno en particular. Incluido Nacho. “Además, tengo un regalo para vosotros, una sorpresa”. Un libro de oraciones, que reparten los voluntarios. Dedicado también para Nacho. Directamente del Papa.

Uno no va a Roma a palpar la salud del Papa. Faltaría más. Pero, después de verle en acción aquí y allá, uno sí se puede volver con la idea de lo saludable de este pontificado. Nada titubeante.

En el nº 2.922 de Vida Nueva

Compartir