Intolerable

Fernando Sebastián, cardenal arzobispo eméritoFERNANDO SEBASTIÁN | Cardenal arzobispo emérito

“¿Qué hay en la cabeza de una persona que decide matar a la mujer con la que ha convivido durante varios años?…”

 


Estoy apenado e indignado al conocer los crímenes de la violencia doméstica. En un solo día, tres mujeres agredidas. Dos muertas y otra herida. Es difícil saber si antes había más o menos crímenes domésticos que ahora. En cualquier caso, es evidente que ahora se producen con una frecuencia alarmante del todo intolerable.

Es imprescindible que las instituciones del Estado hagan cuanto puedan para evitar estas barbaridades. Pero no está de más que pensemos, un poco en profundidad, el significado y el dinamismo interior de tales actuaciones. ¿Qué hay en la cabeza de una persona que decide matar a la mujer con la que ha convivido durante varios años?

Parece que en el fondo de tales actuaciones hay una frustración que al sujeto se le hace intolerable. La frustración de un amor posesivo y dominante que reacciona agresivamente. Es la evolución de una sexualidad dominante, genitalista, sin comunicación personal y sin verdadero amor.

Está bien que perfeccionemos las leyes, avivemos las cautelas y aumentemos las penas. Pero la raíz del problema es una cuestión de educación, de integración personal de la sexualidad y de iniciación al verdadero amor, entendido como comunicación interpersonal y apoyo voluntario y decidido a la existencia del otro.

Si querer es decir “quiero ayudarte a vivir feliz”, los que matan a sus mujeres no las quieren, sino que las explotan. La violencia doméstica es un problema de actitudes, un problema de configuración int erior de la persona, de las ideas y de los sentimientos, de integración personal de la sexualidad en una actitud de verdadero amor. Esta es la función importantísima de la virtud de la castidad. En la Iglesia y fuera de la Iglesia tenemos que recuperar el aprecio de esta virtud moral que hace que la sexualidad del varón deje de ser instrumento de dominación y posesión, y llegue a ser vehículo y signo de amor verdadero y de benevolencia.

En el nº 2.921 de Vida Nueva

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