‘Y de repente, Teresa’ (adelanto de la novela)

Y de repente, Teresa, novela de Jesús Sánchez Adalid, Ediciones B

Nuevo libro de Jesús Sánchez Adalid (Ediciones B)

Y de repente, Teresa, novela de Jesús Sánchez Adalid, Ediciones B

JESÚS SÁNCHEZ ADALID, sacerdote y escritor | En el Pliego de esta semana, Vida Nueva reproduce un adelanto en exclusiva de la novela Y de repente, Teresa (Ediciones B), en la que Jesús Sánchez Adalid recrea la cruzada de la Inquisición contra los alumbrados y cómo también algunos de los escritos de Teresa de Jesús estuvieron bajo sospecha. El libro, cuyo lanzamiento está previsto para el 3 de diciembre, ve la luz coincidiendo con las celebraciones por el quinto centenario del nacimiento de la carmelita abulense que dieron comienzo oficialmente el pasado 15 de octubre, festividad de la santa.

LIBRO V

En que se refiere la gran impresión que causó la relación de las supuestas revelaciones del libro de Teresa de Jesús al inquisidor general apostólico; de lo cual resultó el proseguir de la pesquisa; y también trata de las averiguaciones de un fraile docto en alumbradismo; de los extraordinarios desubrimientos hechos por él en Extremadura y redactados en un exhaustivo memorial destinado a la Suprema.

Otra vez la infausta sombra de Magdalena de la Cruz

Nada más regresar a Madrid, fray Tomás acude presto a contarle a don Rodrigo de Castro el gran descubrimiento que ha hecho en Pastrana. El superior le escucha con atención, hierático en algunos momentos, acusando sorpresa en otros; arrugando el ceño, aguzando sus penetrantes y fríos ojos grises, con gesto enigmático, acariciándose la barba perfectamente recortada, con calma profundísima… En fin, como es él en suma: cauto, providente, paciente, comedido… Y, una vez que concluye el relato de los hechos, permanece pensativo, como si desapareciera en sí mismo, perdido por el intrincado y reservado laberinto de sus pensamientos. Para, tras un largo rato de meditación, iniciar una reflexión llena de sabiduría; de lógica pura, a base de premisas y conclusiones que desarrolla en un perfecto logaritmo:

– Si bien es cierto que el encadenamiento de las vicisitudes en muchas ocasiones es fruto de la arbitrariedad, hay otras veces que pareciera estar guiado por inesperadas asociaciones de hechos que hacen pensar en la Providencia. Así me parece que sucede en este caso; al toparnos, como de repente, con la persona de Teresa de Jesús, cuando íbamos a Pastrana a investigar por si pudiera haber indicios de alumbradismo en Catalina de Cardona. Esas cosas tiene este oficio, al que tal vez por ello consideramos “santo”. Como llamamos “santa” a la institución a la que servimos; cuando su nombre, “inquisición”, es una palabra de orden judicial que viene directamente del verbo latino inquirere, que se traduce como averiguar, indagar o examinar cuidadosamente una cosa. De la necesidad de inquirir los delitos contra la fe y castigarlos, nació el santo tribunal eclesiástico. Nuestra tarea no es pues fácil, por estar siempre obligada por la idea de imparcial justicia. Quiere esto decir que, en todo momento y en cualquier circunstancia, el inquisidor debe estar muy atento, con los sentidos bien despiertos, para descubrir y denunciar las sutiles artimañas, engañosas envolturas y artes disuasorias que con frecuencia ocultan la verdad en cada caso que se ha de inquirir. Y en esta ocasión, a la vista de lo que te desveló la princesa de Éboli, no tenemos la menor duda de hallarnos ante un descubrimiento harto importante: buscábamos a una alumbrada en concreto y resulta que nos encontramos con otra de la que en principio no se sospechaba. ¿Cómo no pensar pues en la Providencia?

Hecho este discurso magistral, el inquisidor clava su mirada en fray Tomás y, como si considerase necesario ahora descender desde la altura de la erudición a la realidad de la praxis, añade:

– Pero analicemos serenamente los hechos, sin hacernos previamente ningún juicio de valor. Me cuentas que doña Ana de Mendoza te confesó, algo corrida, que envió su mejor coche a recoger a Teresa en Toledo, y que, contra todo pronóstico, a la monja no le dolieron prendas a la hora de aceptar la invitación; que se subió a la carroza y fue recibida suntuosamente en Madrid, donde tuvo encuentros con damas principales de la Corte, entre las que se contaba doña Leonor Mascareñas y nada más y nada menos que la princesa doña Juana, hermana del rey nuestro señor. Nada de esto, no obstante tener cierto aire de extravagancia, resultaría sospechable, si no fuera porque la referida monja es dada a tener arrobamientos, éxtasis y visiones, pero, sobre todo, porque se ha atrevido a escribir sus revelaciones en un libro que anda por ahí de mano en mano, sin que de él se haya hecho siquiera el examen requerido por el Santo Oficio para excluirlo si procediera del Índice de los Libros Prohibidos. También me has referido que, de Madrid, siempre según el relato que te hizo la princesa de Éboli, Teresa pasó a Pastrana, donde se le dispuso una casa para que fundara un convento, siguiendo la regla y las constituciones que la propia monja había ideado para sus fundaciones. Y aquí doña Ana te confesó, algo dolida, que a la “fundadora” la casa le pareció “demasiado pequeña”, por lo que las monjas de momento fueron a alojarse al palacio ducal, en tanto se buscaba un nuevo edificio más acorde con las exigencias de la “reforma”.

Castro se detiene, reflexiona durante un rato, y luego apunta al cielo con el dedo índice, largo, dedo genuino de inquisidor, para sacar conclusiones:

– Me parece, por estos detalles, que empiezan ya a vislumbrarse muchos caprichos y rarezas en el comportamiento de quien parecía pretender ornarse con fama de santa. Y que algunos de esos antojos apuntan demasiado alto; como la pretensión de escribirle una carta al mismísimo rey para importunarle con quién sabe qué clase de adivinaciones, palabrerías y lucubraciones… Con tales precedentes, una sombría memoria se hace aquí inevitablemente presente: los primeros indicios ofrecen innegables semejanzas con el caso de la diabólica alumbrada Magdalena de la Cruz… Es menester pues tomar cartas en el asunto para llegar hasta sus últimas consecuencias.

Fray Tomás, ante toda esta elocuencia de su superior, está abrumado y no se atreve a apostillar nada; solo asiente con su cabeza.

Pliego íntegro publicado en el nº 2.919 de Vida Nueva. Del 29 de noviembre al 5 de diciembre de 2014

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