‘Nunca es demasiado tarde’: un funeral de vida

 

J. L. CELADA | Morir en soledad. No hay duda de que este es uno de los grandes dramas de las sociedades contemporáneas. Seguramente también la consecuencia más cruel a la que nos aboca su fomento del aislamiento y la incomunicación a nivel laboral, vecinal o familiar. Del otro lado del tabique, en la mesa de al lado o, incluso, entre los seres queridos proliferan los extraños, hasta el punto de que no pocas veces solo un olor nauseabundo o el lamento de una mascota fiel anuncian –y denuncian– el triste final de otro “inquilino” más abandonado a su suerte.

La situación, por repetida, no deja de provocar un incómodo cosquilleo en la conciencia. Inquietud que Uberto Pasolini ha decidido plasmar en un proyecto absolutamente personal, escrito, dirigido y producido por él mismo: Nunca es demasiado tarde, la historia de un solitario y diligente empleado de un ayuntamiento británico cuyo trabajo consiste en localizar a parientes, amigos o conocidos de gente que ha muerto sola. Aquí no caben las risas de Full Monty, la comedia social que produjera en 1997, su referencia más conocida y exitosa hasta la fecha. Aunque tampoco conviene llamarse a engaño por el luctuoso oficio o la apariencia taciturna de su protagonista (el habitual gran secundario Eddie Marsan, con un papel a la medida de su talento).

cine2Desde su arranque, con un desoladora pero muy ilustrativa sucesión de funerales, ya adivinamos el tono y el ritmo de una cinta que avanza al paso que marcan las metódicas investigaciones del abnegado funcionario. Sobre todo una, la que será la última, porque sus superiores han decidido “premiarle” con el despido tras 22 años de intachable cumplimiento del deber. La explicación oficial: su labor es tan concienzuda que resulta lenta y, por lo tanto, cara.

Antes, sin embargo, compartiremos con él sus minuciosas rutinas diarias. En casa y en el despacho, dos estancias grisáceas y frías a las que, con sus pesquisas, trata de poner algo de color y calor humano. Escribiendo panegíricos póstumos sobre sus “clientes” olvidados o reuniendo en un álbum las pocas fotos que estos conservaban de sus momentos felices, bella metáfora del carácter efímero de la existencia.

Y es que, por mucho que su título original (Still life) sugiera lo contrario, Nunca es demasiado tarde no es una composición inanimada, a modo de bodegón pictórico de temática mortuoria. Ni su cámara estática, ni su pausado tempo narrativo, ni siquiera su desenlace negro oscuro son sinónimos de una película sombría y fúnebre. Conforme acompañamos a nuestro singular personaje en sus casos, en cada despedida, en cada último viaje junto a “sus” difuntos, vamos descubriendo que Pasolini –digno heredero de aquel neorrelismo italiano, pero más cercano todavía a nombres como el finlandés Aki Kaurismäki– solo ha querido entonar un canto a la vida. Eso sí, con advertencia incluida: “Nuestra forma de tratar a los muertos es un reflejo de cómo nuestra sociedad trata a los vivos”.

 

FICHA TÉCNICA

TÍTULO ORIGINAL: Still life.

DIRECCIÓN:Uberto Pasolini.

GUIÓN:Uberto Pasolini.

MÚSICA:Rachel Portman.

FOTOGRAFÍA:Stefano Falivene.

PRODUCCIÓN:Uberto Pasolini, Christopher Simon, Felix Vossen.

INTÉRPRETES: Eddie Marsan, Joanne Froggat, Karen Drury, Andrew Buchan, Neil D’Souza, David Shaw Parker, Michael Elkin, Tim Potter, Paul Anderson.

 

En el nº 2.919 de Vida Nueva

Compartir