Las dos Turquías

Francisco se encuentra una Turquía en plena oleada de islamización

Viernes de oración en la Mezquita Azul de Estambul

Viernes de oración en la Mezquita Azul de Estambul

ILYA U. TOPPER (ESTAMBUL) | “Señor, da sabiduría a los dirigentes para que vivamos en armonía y diálogo y colaboremos para el bien común”. Es una frase de la oración por el Papa que se distribuye en las iglesias católicas de Turquía para dar la bienvenida a Francisco ante su reunión del próximo día 30 con el patriarca ecuménico de Constantinopla, Bartolomé I. El encuentro en Estambul entre ambos líderes eclesiásticos será cordial y hasta emotivo. Pero la ceremonia en Ankara, el día antes, con “los dirigentes” de Turquía, no pasará de protocolaria. Poco tendrán que hablar Francisco y el presidente turco, Recep Tayyip Erdogan.

Francisco se encuentra una Turquía en plena oleada de islamización. Desde que el partido AKP llegó al poder en 2002, se le ha tildado de “islamista moderado”. Ahora se evidencia lo equivocado del adjetivo: era islamista cauteloso. Durante la primera década pedía más libertad religiosa frente a un sistema constitucional laico que desterraba la religión de las oficinas estatales. Más libertad: esto encajaba bien con el acercamiento a la Unión Europea –que nunca ha considerado el laicismo como uno de sus pilares– e iba acompañado de gestos amables hacia los colectivos cristianos del país, hasta entonces marginados por el nacionalismo de la vieja escuela, que veía en grecotodoxos y armenios una amenaza latente a la “turquicidad”.

Erdogan acabó con la turquicidad: elevó el islam a elemento unificador. Cauteloso primero, rotundo en los últimos años. “No solo ha ganado Turquía, sino Bagdad, Islamabad, Kabul…”, nombró una decena de capitales islámicas tras triunfar en las presidenciales en agosto. El mensaje está claro: se considera el nuevo líder supremo de toda la comunidad de creyentes islámicos en el mundo. Que este mensaje tenga muy escaso eco allende las fronteras turcas no parece importarle. Tampoco que, con este discurso, ha dejado de ser el presidente de todos los turcos, y lo es solo para los musulmanes convencidos. La mitad exacta de la población, a juzgar por las urnas.

Ilya U. Topper

Ilya U. Topper

En este concepto, que algunos llaman neootomano, el enemigo no es la Europa cristiana. Al contrario. Numerosos rasgos de la ideología que Erdogan proclama urbi et orbi se asemejan al ideario de los sectores más conservadores del catolicismo: su rotunda condena del aborto, su exhortación a que las mujeres sean buenas esposas y madres de familia numerosa, su oposición a que chicos y chicas compartan campamento de verano o piso de estudiantes, su promesa de “educar a una generación piadosa…”.

El enemigo, en este planteamiento, no son los fieles de otra religión, sino los laicos. “Ateos, terroristas”, llamó Erdogan a los jóvenes que protestaban en 2013 en el Parque Gezi. No eran rebeldes siquier. Defienden la Turquía de toda la vida, tal y como la soñó Atatürk al fundarla en 1923: un país europeo donde mujeres y hombres marchan juntos –y revueltos cuando quieren– bajo la bandera nacional. Quienes escriben los discursos de Erdogan viven en otro mundo, el de los estandartes verdes o negros del islam internacional.

Verdes o negras, se van borrando las diferencias entre el islamismo radical y el “islam demócrata”, cuyo ejemplo parecía ser, hace una década, la Turquía del “moderado” Erdogan. Hoy, quienes captan y envían combatientes a las filas del Estado Islámico de Irak y Levante, campan a sus anchas en ciertos barrios de Ankara y Estambul. Ondean sus banderas en las manifestaciones aprobadas por el Gobierno.

Son minoría, obviamente, una minoría ínfima; quizás proporcionalmente igual o menor que el gueto de radicales que existe en Francia o en Inglaterra. Pero entre su ideología y la que predica Erdogan ya no hay una frontera clara, y se irá difuminando conforme avance la radicalización mundial impulsada por los petrodólares del Golfo. Turquía es de los pocos países musulmanes que no están bajo la influencia directa de Arabia Saudí, por un simple motivo: porque Erdogan pretende dirigir él mismo ese futuro islam radical con aspiraciones hegemónicas.

Otra cosa es que lo consiga. Solo tiene la mitad de Turquía. La otra –suníes laicos, alevíes, armenios, cristianos, kurdos marxistas– sigue resistiendo, tenaz aunque más callada tras perder la batalla de la calle en 2013 y la de las urnas en 2014. Pero, de momento, lo de armonía y diálogo parece un deseo piadoso.

En el nº 2.919 de Vida Nueva

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